Vitoria. Sin casi infraestructuras públicas, con proyectos truncados en la orilla o cuando estaban cogiendo ritmo, sin políticas claras, explícitas y productivas, con recortes constantes desde hace cinco años en lo poco que queda todavía en pie, y aún así con creadores que quieren seguir hacia adelante. El panorama se presenta todavía más negro porque la práctica dice, aunque en la teoría se quiera vender otro discurso, que el arte contemporáneo en Álava se ha convertido en el enemigo público número uno.
No es el único campo del sector cultural alavés que se las está viendo y deseando. Ahí están otras disciplinas como la audiovisual, abandonada a su suerte si no fuera porque unos pocos resisten, incluso dentro de las administraciones. Pero en el caso del arte contemporáneo asombra ver cómo ha cambiado el panorama desde 2008 hasta hoy: de ser un territorio que estaba construyendo un modelo referencial en el Estado a estar al borde del precipicio sin saber a qué atenerse o si algún día se podrá dar la vuelta a la situación.
El caso de las infraestructuras es el más evidente y también el más mediático. Krea sigue guardando polvo sin oficio ni beneficio. 18 millones de euros abandonados en Betoño. Toda una apuesta que pivotaba en torno a los artistas jóvenes, a la producción en distintos campos de lo contemporáneo que Caja Vital decidió tirar a la basura. Por lo menos, o por ahora, mantiene sus espacios expositivos del Aula Fundación y las salas Araba y Luis de Ajuria que, aunque acogen muestras de lo más genérico, en la mayoría de los casos estas producciones tienen que ver con el arte, incluso el actual.
En el caso de la Diputación, muerto y defenestrado el Proyecto Amarika, la sala de exposiciones de la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa ya no existe, la del Archivo está en otro mundo, Amárica sobrevive como puede sin tampoco demasiada actividad mientras espera una línea de actuación clara, al tiempo que está prohibido comprar obras de arte por segundo año consecutivo, a pesar de que el mercado se presenta más barato. Y todo ello mientras Artium afronta este 2013 con el enésimo recorte en sus cuentas y una situación presupuestaria propia de hace una década, mientras se destapan en público desavenencias internas y vergüenzas varias. Sin olvidar, por supuesto, que la acción foral se sigue resumiendo a la capital, mientras el resto del territorio espera que alguna vez se cumpla esa promesa de ser tenido en cuenta para algo.
El Ayuntamiento de Gasteiz no se queda atrás. Su referente durante 15 años, haya estado especializado en una temática o no, va a dejar de ser un centro de cultura contemporánea como tal para convertirse en un espacio para el euskera y el Gasteiz Antzokia. Así, el Consistorio, al tiempo que hace una apuesta decidida por un campo, no busca alternativas al otro, simplemente lo abandona, no quiere saber nada, lo deja correr sin tener en ningún rincón otro lugar para la creación actual que sea de propiedad municipal, como no sea que empiece a utilizar las más que justitas salas de exposición que hay en algún que otro centro cívico y que casi no se usan. Pero ni eso sería un remedio de nada, sólo un parche superficial para una política cultural que es más propia de un mal sueño y que ha convertido el caso de Montehermoso en un chiste de muy mal gusto en el que los responsables municipales acaban de mandar a Gardelegi 200 instancias de ex trabajadores y usuarios pidiendo auxilio. Y eso sin olvidar chapuzas pasadas, aunque no tan lejanas, como el perseguido y aniquilado Espacio Ciudad o...
Además, en los tres casos, el desistimiento con respecto a sus equipamientos para el arte contemporáneo también se traduce en la eliminación o recorte casi total de sus programas de becas y ayudas, sistemas, por otro lado, tan criticados por algunas voces del sector ya que responden más a una mentalidad paternalista propia de otros siglos que al momento actual.
De todas formas, en cinco años, el Consistorio gasteiztarra, la administración foral y la entidad de ahorros han conseguido no dejar en pie ni uno sólo de los otrora tan publicitados programas (muy bien dotados en algunos casos) de apoyo económico a través de becas y ayudas. No hay dedos en las manos para contar las innumerables veces en las que, desde que empezó este siglo hasta el inicio de la crisis, los políticos de turno (también en el caso de la caja) convocaron a los medios de comunicación para vender la foto y la idea de su apoyo a la creación a través de estos sistemas de subvención. Y ahora... bueno, esto ya no vende imagen. En el momento actual, es mejor deslizar de manera permanente que los artistas son vividores de lo público, chupópteros del dinero de todos. En esto hay políticos que se han convertido en unos expertos, responsables institucionales que, eso sí, luego no tiene tanto problema en dedicar miles y miles de euros a sacarse fotos con las estrellas de la tele para luego colgarlas en sus redes sociales. Eso por no hablar de aquellos que hace un mes reclamaban muy serios la necesidad de poner en marcha planes estratégicos para la cultura y ahora no se sabe, no contesta.
Por si fuera poco, a todo esto hay que sumar a un Gobierno Vasco que en el caso de Álava y el arte contemporáneo se limita a no desaparecer del todo, situación que viene de legislaturas anteriores y que no tiene pinta de que vaya a cambiar.
Todo ello se produce junto a una acción privada que ni puede ni debe asumir lo que otros no hacen. Ceñidos a la creación contemporánea poco o nada se puede encontrar más allá de la labor que hacen lugares como la galería Trayecto o Espacio Zuloa. Sin embargo, como han denunciado los responsables de este último proyecto en más de una ocasión, no existe capacidad para acoger todas aquellas propuestas que quieren mostrarse y no encuentran dónde hacerlo.
Así, la labor que desarrollan congresos anuales como Inmersiones en pro del arte emergente o la puerta abierta, dentro de sus apretadas posibilidades, que supone el programa expositivo de la Escuela de Artes y Oficios, están convertidos en oasis que, en realidad, deberían haber desaparecido hace tiempo por la falta de apoyo, aunque resisten por la voluntad impagable de sus impulsores.
Lo peor, de todas formas, está por llegar. Ante un sector que, en la mayoría de los casos, calla (y no sólo en lo que respecta a los creadores) hay una sensación que cada vez toma más cuerpo: si nada cambia, en cuatro o cinco años, cuando los departamentos de Cultura de las administraciones vuelvan a tener líquido, todo, o casi, volverá a la situación anterior a 2008, es decir, se repetirán, por lo menos en el fondo aunque las formas sean otras, exactamente los mismos errores que han conducido a lo que hoy está pasando. Y así, por un momento, el arte contemporáneo en Álava dará la falsa impresión de recuperar aliento para, en cuanto vengan mal dadas otra vez, situarse en el centro de la diana del recorte.