LAS cámaras del canal temático público 24 horas ofrecieron, miércoles y jueves, imágenes de la retransmisión del acto central anual de la vida política desde el Congreso, que resultó un producto informativo marcado por el anquilosamiento narrativo en la repetición de imágenes y secuencias con resultado de un acto insulso y escasamente televisivo. Sabido es que un debate institucional puede ser agresivamente aburrido por aquello de que hay que repartir los tiempos de intervención con carácter administrativo, según los resultados electorales de la última convocatoria y que poco tiene que ver con el ejercicio de debatir ante las cámaras al ritmo de las intervenciones de los debatientes, no marcados por la rigurosidad del debate congresual. Por aquello de la igualdad de oportunidades, la Mesa de la Cámara señala tiempos, orden de intervención y organización de las réplicas, lo que da como resultado una repetitiva procesión de políticos, sometidos a un marco icónico que encierra el mensaje en un fondo de muebles de caoba con dorados adornos incluidos y que ayudan poco a la eficacia del mensaje y brillantez del acto. La retransmisión del Debate sobre el Estado de la Nación se convierte en un ejercicio de realización automática, donde el profesional de la mezcla de imágenes no puede salirse del guión preestablecido, restando frescura y naturalidad al producto televisivo. Todo sucede con mecánica precisión y los intervinientes luchan contra la cámara construyendo mensajes estrechos y manidos, sin tiempo para el auténtico debate que solamente en contados momentos surge y enriquece la retransmisión. Queda el consuelo de que semejante programa salta una vez al año a las parrillas televisivas que siguen sin explotar la actividad parlamentaria con pulso fresco y mediático.
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