Dirección: John Moore. Guión: Skip Woods. Intérpretes: Bruce Willis, Jai Courtney, Sebastian Koch, Rasha Bukvic Cole Hauser, Yuliya Snigir y Mary Elizabeth Winstead. Nacionalidad: EEUU. 2013. Duración: 97 minutos.

Lo malo de las secuelas no es que carguen con un lastre que les lleva a asumir un proceso decadente, de manera que cada nueva entrega es peor que la anterior, sino que con su prolongación ad náuseam, se acaban borrando las virtudes que tuvieron las obras seminales de las que emanaron. Sin irnos al cine norteamericano, fijémonos en el primer Torrente. Quizá no fuera una obra excelente, pero había en ella una irreverencia llena de inventiva y una razón de ser que la convertía en una película estimable. Decir eso ahora que hemos sufrido otras tres entregas a cada cual peor, parece un disparate. Y sin embargo, aquel primer Torrente de haber sido único ahora sería recordado como una obra emblemática, una pequeña joya de la astracanada carpetovetónica del final del siglo XX.

La jungla de cristal (1988) de John McTiernan surgió a partir de la novela Nothing Lasts Forever de Roderick Thorp, publicada en 1979. Por cierto, justo es reconocer que el título español, traducción libre de Die Hard (en Hispanoamérica se optó por el mas literal, Duro de matar), se descubriría como un acierto. Entre otras cosas porque en manos de John McTiernan, (Depredador, La caza del Octubre Rojo, Los últimos días del Edén y El último gran héroe) el personaje de Bruce Willis devenía en una renovación del héroe policial perdido en una jungla de hierro y cristal. Por cierto John McTiernan, un director con un alto sentido de la puesta en escena; bastaría bucear entre sus filmes citados para encontrar en ellos una nervio y una capacidad sugeridora muy superior a la de otros cineastas yanquis, lleva diez años sin dirigir. Durante esta década de ausencia se relata un mal encuentro con el FBI que acabó en los tribunales en el año 2006.

A Bruce Willis, McTiernan le regaló un personaje, John McClane, que, al margen de las cinco entregas que con ésta se ha cumplido, confirió al actor ese perfil de héroe mucho más endurecido y enérgico que el que en la televisión encarnaba en Luz de luna. Para Willis nada fue igual tras aquel primer asalto que, entre otras imágenes inolvidables, convertía un rascacielos en una trampa feroz, una selva minada cuando el personaje de Willis corría descalzo por un lecho de cristales rotos.

Pues bien, han pasado 25 años, Willis no ha parado de perpetuarse hasta la caricatura en ese personaje llamado John McClane y, como toda originalidad, el nuevo guión de esta quinta entrega, plantea que el escenario sea el viejo territorio hostil donde se maceraban todos los males durante la guerra fría, Moscú. Para ayudar al héroe, se sacan la muleta de un hijo que parece perdido, pero que quizá no lo sea tanto.

Si hay dudas sobre el talento del McTiernan de la primera Jungla, la quinta ayudaría a disiparlas por completo; la duda es si quien ahora llega por primera vez a la franquicia, tendrá ganas de revisar su origen. Aquellos más de 130 minutos vibrantes, tensos, brillantes, de la película inicial, dejan paso aquí al lastimoso espectáculo de ver cómo John Moore apenas logra enhebrar poco más de 90 minutos. Y lo peor es que son 90 minutos sin ninguna habilidad. Con secuencias anodinas como una conversación insustancial en un taxi en medio de un atasco. Acontece a los diez minutos, cinco los ha consumido la típica secuencia de acción inicial para abrir el apetito. Un apetito que aquí se abre poco y que deja paso, instantes después, a que no quede duda alguna sobre la desbrujulada dirección de una jungla que no lo es tanto y de ese duro de matar que se pasea con cara descreída en espera de que todo esto acabe pronto. Muy mal final para lo que hace 25 años era un buen principio.