EN la noche del domingo, TVE ofreció la retransmisión de la cita anual de los premios de la industria cinematográfica con una equilibrada conducción de Eva Hache, que presentó la XXVII edición de los Oscar hispanos, en una producción televisiva que arrancó a las diez de la noche y se perdió en el minutero de la madrugada, un horario muy de bohemia pero poco adecuado para quienes tienen que levantarse tempranito. Un espectáculo poco pensado para tele y lleno de repeticiones y estáticas presencias poco compatibles con los ritmos televisivos preñados de altibajos, con momentos de diversión en el monólogo de Álex O'Dogherty, sustos y denuncias a cuenta de los recortes y la presencia del ministro del ramo, que lo aguanta todo con aparente fair play pero que se reconcome por dentro como alma atormentada, errores poco explicados en la asignación de vencedores con nombre equivocado e interminables salutaciones, agradecimientos y despedidas de los galardonados, que aprovecharon los cinco minutos de gloria mediática con insulsos discursos y repetitivas loas a equipos en la sombra. Concha Velasco supo hacer de su intervención una pieza comunicativa de lujo rematada por los bailes de media docena de famosos que pusieron nota de color a la inefable chica yé-yé. Es necesario revisar elementos, tiempos y dinámicas de una cita que duerme el alma y obliga a estar despierto porque lo mejor viene al final y además requiere una reconsideración del capítulo de agradecimientos que se vuelve insoportable. Sacristán, Bayona y Berger pusieron importancia a una gala de conducción errática, llena de baches y con pocos tramos con la directa metida en un espectáculo que debiera salir bordado para profesionales que hacen de la actuación el modus vivendi para ganarse el pan nuestro de cada día en ejercicio profesional ante las cámaras.
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