"RECUPERAR la faceta olvidada de los minuteros". Ese es el objetivo del durangués Jose Mari Uriarte, responsable de una exposición que ya pasó por el Museo de Arte e Historia de Durango y qu+e hasta el día 17 podrá visitarse en el Photomuseum de Zarautz con los denominados minuteros como protagonistas absolutos. Los minuteros eran fotógrafos ambulantes que utilizaban una voluminosa cámara de madera y un cajón con un laboratorio portátil en su interior. Solían retratar al aire libre y, tras un breve ritual, entregaban la foto revelada, fijada y lavada a sus clientes.

Uriarte tuvo en 2006 la idea de hacer una exposición sobre este colectivo pero, según recuerda, "el trabajo ha requerido mucho tiempo y ha ido tomando forma muy lentamente".

En el año 1960 la presencia de estos fotógrafos en las calles fue decayendo, por lo que los centros documentales no disponen de sus archivos, de modo que Uriarte tuvo que ir recopilando las fotografías de álbumes familiares, de tiendas especializadas y de mercadillos.

fotografía en un minuto

A todos los pueblos

La exposición muestra 82 instantáneas en blanco y negro tomadas por fotógrafos minuteros en Urkiola, Durango, Eibar y Donostia, entre otros lugares.

El trabajo de los minuteros se hizo muy popular en las primeras décadas del siglo pasado y su presencia era habitual en parques, plazas o en las ferias. Las máquinas fotográficas que empleaban tuvieron mucho éxito porque eran prácticas, fáciles de transportar y de utilización sencilla. Además, permitían realizar retratos en un minuto -de ahí el apelativo de minuteros- hechos directamente sobre tarjetas postales.

El mérito de estos artistas consistió en hacer llegar la fotografía hasta las poblaciones más apartadas y a un módico precio, para que fuera asequible a un mayor número de bolsillos.

Los precedentes se remontan a finales del siglo XIX con la máquina L'Electra, y más tarde llegó la máquina berlinesa Cannon que realizaba retratos en forma de medallón sobre ferrotipo. En 1913 empezaron a aparecer anuncios en revistas ilustradas y en prensa bajo el titular Gane mucho dinero, en los que presentaban la máquina Mandel. El mecanismo de la máquina era tan "simple", según afirma Uriarte, que muchos imitaron el sistema y se construyeron sus propias máquinas de forma artesanal o las adaptaron según la voluntad y la necesidad. Años más tarde, el empresario barcelonés Rafael Garriga fabricó productos específicos para la modalidad del minutero, como postales, reveladores, secantes y marcos. Asimismo, publicó el libro Manual del minutero, en el que describía las características de la cámara y daba consejos sobre el modo de utilización. Además de Garriga, otras empresas barcelonesas también fabricaron las cámaras: Caldes Arús, Mampel y Carceller.

egipto, alhambra, rialto...

Telones y decorados

Otra de las características habituales de los minuteros eran los decorados, sobre todo, de fiestas y ferias. Empleaban telones confeccionados de forma artesanal, enrollables, que se fijaban a una estructura desmontable y podían contener imágenes de monumentos famosos como la torre Eiffel, las pirámides de Egipto, la Alhambra de Granada o el puente veneciano de Rialto, así como otros monumentos más cercanos como el casino de Donostia, Alderdi Eder o el puente Colgante de Portugalete.

Además, también disponían de telones de palacios, jardines idílicos, aviones de todo tipo, barcos transatlánticos, cañoneros, veleros, el Plus Ultra que rememoraba la exitosa travesía transoceánica, combates navales y aéreos de la II Guerra Mundial y personajes con trajes típicos como toreros o bailaores.

Para atraer a los niños y a la clientela hacían uso del caballito de cartón piedra, uno de los atrezzos más recurrentes, y lo complementaban con vestidos de flamenca, ponchos, chalecos, sombreros charros, etc.

A menudo ataviados con bata blanca, y junto a su cámara de madera colocada sobre el trípode, los minuteros eran fácilmente reconocibles por sus frases más recurrentes: "¡Mire al pajarito!" o "¡Mire aquí, que va a salir un pajarito!". Aunque sus fotografías eran de un calidad inferior a las de los estudios y tenían una menor transmisión de grises y menos definición, los fotógrafos de estudio no veían con buenos ojos el trabajo de los minuteros porque les consideraban competencia desleal.

Según añade Uriarte, los minuteros eran considerados la "capa social más baja y eran menospreciados por los demás fotógrafos". Tanto fue así que en 1920 la Unión Fotográfica de Barcelona solicitó al Ayuntamiento que retirara a estos fotógrafos de las calles. Ante la urgencia de la situación, los minuteros se vieron obligados a unirse y asociarse para defenderse de estos movimientos y en Barcelona, por ejemplo, crearon la Sociedad de Fotógrafos Minuteros en 1928. En los años 60 la presencia de estos fotógrafos fue cayendo en el olvido por su gran rival y sustituto, las fotografías en color. Sin embargo, aún queda un superviviente segoviano que continúa con su cámara minutera desde 1942. Es el único en todo el Estado, se llama Ángel Román Allas y tiene 85 años.