Barcelona. En los relatos de De repente llaman a la puerta, del israelí Etgar Keret, hay hombres que sueñan siempre despiertos o niños que quieren matar a sus abuelas. Situaciones cotidianas aderezadas con un toque de absurdo y un particular sentido del humor con los que "amortiguar el golpe de la realidad".
Keret, que ha viajado esta semana a España para presentar su último trabajo, explica que el humor aflora "cuando existe un peligro", y reconoce que, si no hubiera dificultades, no aparecería. "Es un cojín que amortigua el golpe de la realidad, algo que permite vivir de una manera que, si no, sería insoportable".
Considerado una de las principales figuras literarias de su país, con fieles seguidores, el también guionista asegura que cuando era joven pensó qué modelos debía seguir y, tras leer a autores consagrados como David Grossman o a Amos Oz, llegó a la conclusión de que nunca podría ser como ellos.
"Me di cuenta rápido -afirma- de que debía de escribir de otra manera, mirándome en otros espejos, más en la senda de autores como Kafka, porque yo no puedo hablar desde la autoridad moral, sino desde otra perspectiva".
En De repente llaman a la puerta (Siruela/Proa) compila 38 cuentos, escritos originariamente en hebreo, en los que los pequeños detalles acaban convertidos en categoría, sin obviar cuestiones como la paz en el mundo o la actual recesión económica.
Etgar Keret, profesor de cine y televisión en la Universidad de Tel-Aviv, entiende que la gente espere que hable del conflicto israelí, pero, "según este esquema si fuera esquimal sólo podría escribir sobre el frío y, aunque el frío esté presente, no tiene por qué ser el foco principal". En su país, argumenta, la violencia existe, "pero cuando uno se levanta por la mañana en lo que piensa es en las cosas que más importan en la vida, es decir, en su mujer, en su marido o en sus hijos".
Preguntado, precisamente, por el peso que tiene la familia en su literatura, el autor israelí no esconde que es lo que más le influye a la hora de sentarse ante el ordenador. Rememora que sus padres fueron supervivientes del holocausto (su madre perdió a toda su familia y su padre a su hermana) y él es el pequeño de tres hermanos, uno de los cuales, el mayor, apoyó a movimientos antisionistas y postuló a favor de la legalización de la marihuana, mientras que su otra hermana tiene once hijos y nueve nietos, vivió en los territorios ocupados y está en el otro extremo ideológico.
Él, que se considera un liberal de izquierdas, indica que dentro de su familia hay, por tanto, unos puntos de vista muy diversos y contradictorios e incluso no esconde que su padre llegó a comprar armas a la mafia italiana para luchar contra la ocupación británica de Israel. Sin embargo, precisa, "el amor a la familia es mucho más fuerte que la ideología".