El pesimismo y la inquietud son una constante. Pero no por las últimas noticias que llegan desde lo público. En realidad, situaciones como la del Expediente de Regulación de Empleo en Artium o el abandono definitivo de Montehermoso para dejarlo como edificio de alquiler son dos gotas más. El vaso viene llenándose con insistencia desde 2008. O vaciándose, según se mire. Y quieran o no aquellos que trabajan en la parte privada y asociativa del sector cultural alavés, ya sea como profesionales, semi o amateurs, hace tiempo que la crisis económica unida al abandono institucional han convertido la situación en insostenible para todos.
Lo curioso es que en esta escenografía sombría se están dando algunos comportamientos que, en teoría, parecen contradecir el análisis inicial. Hay quien, por ejemplo, en el mundo de las artes escénicas admite que está ahora trabajando más que nunca. Hasta ahí, parece positivo. El problema es cuando estas mismas personas siguen la descripción: se hace más porque se cuenta con menos personal, y se tienen menos recursos humanos porque los cachés han caído sin freno. Algo parecido sucede en el ámbito de la música en directo. En Gasteiz no paran de multiplicarse los escenarios, sobre todo de carácter pequeño. La cuestión es ¿en qué condiciones se producen muchos de estos conciertos?
Soluciones se están intentando muchas. Desde potenciar el llamado micro-teatro hasta la organización de ferias de fotografía con autores locales pasando por la realización de versiones reducidas de programas veteranos... Pero siempre con la sensación de estar en la cuerda floja. Un ejemplo evidente de esto es la obligación a la que ha sometido el Gobierno Vasco saliente a los agentes culturales a regir su acción en función de una determinada temática decidida en los despachos de Lakua.
La consejería de los alaveses Blanca Urgell y Antonio Rivera (ya les hubiese gustado a muchos en su territorio que ambos se hubiesen tomado las mismas molestias por Álava que las que les llevaron a principios de este año a pasar unos días de ¿trabajo? en París para empaparse del Pompidou) dictó al sector que si quería recibir algún tipo de apoyo tenía que dedicarse en 2012 a hablar de una determinada cuestión y, por muy interesante y válida que sea ésta, por ese aro, en Álava, han pasado desde ciclos escénicos con casi dos décadas de trayectoria hasta congresos dedicados al arte contemporáneo emergente, sin que ninguna de estas acciones o de otras a las que les ha sucedido lo mismo hayan estado sujetas antes a la tiranía de la especialización anual decidida por una institución. Y no es una idea única del Ejecutivo de Patxi López. La Diputación ha hecho, y así quiere seguir el resto de legislatura, lo mismo con diferentes espacios como la sala Amárica. En este 2012 ha sido lo green, pero en 2013, el equipo de Javier de Andrés va a destinar 80.000 euros a celebrar los doscientos años de la Batalla de Vitoria (ya hay algún que otro proyecto audiovisual en marcha que acudirá a este dinero, por ejemplo).
Al final, o así por lo menos lo percibe gran parte del sector, las instituciones siguen cayendo en el mismo error en el que llevan ahondando desde hace años: confunden la gestión del dinero público que sus presupuestos dedican cada año a los departamentos de Cultura con tener una política cultural. No hay planes estratégicos, no se sabe a dónde se quiere llegar y siguiendo qué caminos. Sólo existe conciencia de que hay unos euros que hay que gastar. Y no es una simplificación. Por ejemplo, el Gobierno foral acaba de montar a todo correr un ciclo de teatro por distintos puntos del territorio porque se ha encontrado con un dinero con el que, en principio, no contaba para este año.
Ese modo de actuar del Ayuntamiento de Gasteiz y de algunos otros consistorios de la provincia, de la Diputación y del Gobierno Vasco responde, en realidad, al modelo de relación con la cultura por el que Álava parece haber optado ya de forma definitiva amparándose en la crisis: los ciudadanos deben ser consumidores de acciones puntuales, directas, fáciles, de calidad en la forma e incluso puede que en el fondo, y que no requieran grandes esfuerzos. Es decir, ir, pagar (aunque si es gratis, mejor), ver, marcharse y olvidar.
Cuestiones como la formación y divulgación de creadores emergentes, la apuesta por generar nuevos públicos, la potenciación de lo local y su relación con lo global, la generación de espacios para la reflexión, el análisis y el conocimiento tanto de lo actual como del patrimonio histórico-artístico, el asentamiento y desarrollo de infraestructuras básicas como bibliotecas, centros culturales, museos y salas expositivas, teatros y demás lugares, la conservación del pasado cultural en todas sus facetas... Eso ya son cuestiones de las que lo público ha decido que no quiere saber nada. No son su modelo. Y, por lo que parece, tampoco el de la sociedad alavesa.
No es un decir. Puede que no sea representativo, pero la realidad es que de un tiempo a esta parte, las redes sociales son un ir y venir de acusaciones en contra del sector cultural alavés. Ha pasado, por citar un ejemplo, en el perfil de Facebook del Festival de Teatro de Humor de Araia. Y no desde el anonimato. Twitter también es una ventana. Y en la mayoría de los casos lo que se deslizan, insultos a un lado, son acusaciones que retratan a los agentes culturales como vividores de la subvención. Eso siendo suaves.
Pero esa sensación tiene su reflejo en la política. El caso más reciente tiene que ver con el Ayuntamiento de Vitoria y Gauekoak. La concejal de Cultura, Encina Serrano, ha dejado caer que la federación de asociaciones que sustenta el programa de ocio nocturno gasta demasiado en pagar a las personas que organizan las actividades (como si cobrar por trabajar fuera algo malo), así que el Consistorio ha decidido hacer su propia campaña llevada por técnicos del Servicio de Juventud. Esto se une a la decisión tomada con el vaciado centro cultural Montehermoso y el despido de externos para que algunas de sus plazas sean ocupadas por personal municipal. Por momentos, el Ejecutivo de Javier Maroto da la impresión de que hasta ahora había mucho funcionario desocupado al que se le va a dar trabajo, el que antes se subcontrataba (eso no se dice, por ejemplo, en el caso del espacio del Casco Viejo) para ahorrase unos cuantos céntimos y determinadas condiciones laborales (horarios, calendario....).
En el caso del Ayuntamiento, de todas formas, sí parece que hay una línea de actuación: si el público responde de manera importante, el dinero y el apoyo se mantendrán. No es un decir, la acción del Consistorio y las propias palabras de Serrano así lo corroboran. Por ejemplo, la ya concejal, en una rueda de prensa correspondiente a la presentación de un espectáculo protagonizado por personas discapacitadas, explicitó que la experiencia, que sirvió el pasado viernes para cerrar el Festival de Teatro, se repetiría si la gente acudía. Eso supone que todo lo que se haga debe tener una respuesta inmediata y llamativa. Si no...
Con todo, habrá que esperar todavía un poco para conocer los planes del Consistorio de cara a los presupuestos de 2013. Y un poco más de tiempo necesitará el próximo Gobierno Vasco. Las que parece que tienen poco arreglo son las cuentas de la Diputación. La institución foral ha optado por dejar en mínimos su área de Euskera, Cultura y Deporte. Es más, varias voces del sector apuntan que, para estar así, sería mejor hacer desaparecer el departamento.
Eso sí, no todo es dinero. Y podría parecer que sólo aquellos que tienen una relación económica con las instituciones sufren los efectos de los recortes, sin contar con la situación económica general. Nada más lejos. Lo privado, lo público y lo asociativo conforman un mismo ecosistema y que una de las partes se esté desintegrando a un ritmo tan frenético, afecta al resto de manera muy importante.
Situaciones como las de Krea (18 millones de euros que Caja Vital tiene guardando polvo mientras su nuevo presidente vende humo en los medios y nadie sabe qué pasará con la Obra Social de la entidad), Artium, Montehermoso (el arte contemporáneo se ha convertido en el enemigo público número uno) o Periscopio (reducido a la nada absoluta) son tal vez las más conocidas, pero para nada las únicas. La Casa de Cultura Ignacio Aldecoa acaba de perder su sala de exposiciones (y va a restar financiación por mucho que parezca que no al incluir en sus cuentas la partida de las Aulas de la Tercera Edad), nadie sabe muy bien cómo consigue seguir adelante la Vitoria Film Office (el sector audiovisual es otro páramo en el que desaparecen ayudas, festivales, iniciativas... salvo el FesTVal, claro), la Escuela de Artes y Oficios mantiene su programa de muestras teniendo que encontrar dinero, en ocasiones, en el bolsillo particular de su claustro de profesores, todo un Premio Nacional de las Artes Escénicas como Paraíso ha visto cómo ha estado a punto de tener que cerrar su campaña de teatro escolar en la capital alavesa y va a tener que utilizar parte del galardón estatal para que estudiantes sin recursos puedan ir a ver algunas obras... La lista es larga.
A eso hay que añadir una situación que para algunos agentes culturales se está convirtiendo en una humillación: hacer ruedas de prensa ante los medios para presentar determinadas actividades en las que las instituciones no aportan nada más allá del escenario o de cantidades muy pequeñas de dinero y tener que aparecer tras el político de turno como un invitado más. Es lo que algunos llaman la dictadura del logo, es decir, hay que tener cuidado con lo que se dice y se hace en público puesto que son las administraciones las que luego tienen que gestionar determinados permisos, propuestas... sin que el dinero tenga necesariamente que estar de por medio.
Más allá de situaciones concretas, lo cierto es que en la primera década del nuevo siglo, el territorio estaba construyendo un modelo en diferentes campos (música en directo, teatro, arte contemporáneo...) que se ha roto con la crisis, o utilizándola como excusa. Y eso se traduce en puestos de trabajo perdidos, aportaciones al PIB y la Seguridad Social que desaparecen, personas, con nombres y apellidos, que ya se han ido de Álava o que están a punto de hacerlo... riqueza económica que también existe y se genera, aunque hay quien quiere que eso quede en la sombra, sobre todo desde las instituciones. En la situación actual es muy complicado vender determinadas decisiones de ajuste que implican mandar a la gente al paro, incluso aunque de cultura se trate. Por eso se prefiere no hablar de los euros que produce el sector sino de lo que teóricamente le cuesta a la ciudadanía.
Lo peor, con todo, está por venir. 2013 va a ser muy duro a tenor de los presupuestos de la Diputación y lo que se espera del Ayuntamiento y del futuro Gobierno Vasco. Y el próximo está todavía más negro. Aún en el hipotético caso de que la situación económica mejorase a finales del próximo año, las cuentas de las instituciones para 2014 serán igual de restrictivas. Es más, la lógica y la experiencia dicen que, en el escenario general más positivo, los dineros públicos destinados al sector no empezarían a recuperar algo hasta 2015 o 2016.
¿Puede un derecho básico esperar? ¿Cómo quiere cuidar una sociedad eso que algunos llaman salud mental? ¿Está dispuesta Álava a renunciar a las emociones, valores, creencias, vivencias, símbolos, historia, espíritu crítico...? "Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten". Lo dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Papel mojado cuando de dinero se trata.
Claro que tal vez eso lo deberían tener en cuenta muchos de los que, de una forma u otra, conforman la vida cultural de Vitoria y Álava, porque parece que el sector ha renunciado a hacer cualquier tipo de defensa de su labor. Si alguna crítica aparece es de manera aislada, como pequeños gritos ahogados en el vacío. En privado, la preocupación se desborda. En público, silencio. Nada. Ni manifiestos compartidos, ni protestas en la calle, ni acciones reivindicativas, ni explicaciones de primera mano a la ciudadanía de la importancia y necesidad del hecho cultural... Como comunidad, quietud. El mejor caldo de cultivo para que los partidos políticos con responsabilidades institucionales hagan lo que quieran.