LA compañía pública de radiotelevisión británica se tambalea en medio de un huracán de escándalos periodísticos y dimisiones profesionales que han cortado de raíz la trayectoria directiva del patrón general de la cadena, que no ha durado ni dos meses en el cargo, abducido por actuaciones indignas en total desacuerdo con normativa y trayectoria de una empresa puesta siempre como modelo de buen hacer periodístico y deontológico. La empresa da empleo a veinticuatro mil profesionales y se financia con un canon anual que paga cada ciudadano para tener radio y televisión de titularidad pública, alejada de los intereses gubernamentales y admirada con cierto papanatismo por la progresía y profesión como ejemplo a imitar por sus criterios de independencia, rigurosidad y búsqueda de la verdad de la actualidad.
Tres actuaciones escandalosas se han producido en el reducido tiempo de dos meses que amenazan con echar por la borda fama, prestigio y oropeles de una BBC referencia mundial de excelencia y buen hacer. Un ejercicio de ocultación informativa, una clamorosa falta de rigor asignando a un personaje actuaciones que no había tenido y la abusiva cifra de la indemnización del director general saliente han puesto en la picota el nombre y prestigio de la cadena pública. No es fácil de explicar estos tres comportamientos en quienes habían hecho de la objetividad y el tratamiento informativo contrastado norte de su navegación profesional, pero los errores se han cometido y ha llegado el tiempo de poner orden y practicar un control efectivo sobre contenidos y modos de informar que restauren el crédito dañado y recuperen el liderazgo informativo. Algunos achacan a la crisis y sus secuelas de recortes en las condiciones de trabajo el origen de estos hechos. En principio, parece explicación poco rigurosa.