Los recientes premios Euskadi de Literatura avalan la relevancia de un hecho quizá no suficientemente interiorizado por nuestra sociedad: la creación literaria vasca, tanto en ficción como en pensamiento, se incardina sólidamente en la mejor veta europea y universal. En efecto, nombres y trayectorias como los de Daniel Innerarity, Inazio Mujika Iraola, Harkaitz Cano, Juan Carlos Márquez, Iban Zaldua o Iban Barrenetxea, junto con los de los traductores Xabier Olarra y Arantzazu Royo y la ilustradora Sara Morante, nos hablan de un sistema literario establemente instalado en el más alto grado de excelencia creativa.
Atendiendo al componente industrial del hecho literario, cabe señalar que las ocho obras premiadas han sido editadas y comercializadas por ocho sellos editoriales distintos, cuatro de ellos vascos, dos catalanes y dos madrileños. Dos de las editoriales no vascas pertenecen a distintos grupos editoriales (Planeta y Siglo XXI), mientras que las restantes son sellos independientes. Parece claro, por tanto, que, hoy día, la creación literaria vasca, tanto en euskera como en castellano, se difunde a través de canales muy diversificados, fórmula atomizada que acaba de ser puesta en cuestión por la fusión de Random House-Mondadori y Penguin, dos gigantes de la edición a escala planetaria, cuya convergencia va a catalizar en buena medida el futuro del sector editorial, muy señaladamente en el entorno digital.
Pero, más que un análisis industrial, quisiera proponer hoy una reflexión acerca de algo que afecta a la propia esencia de los premios Euskadi de Literatura.
Los premios Euskadi vienen arrastrando una notable rémora: las obras, para ser tomadas en consideración, deben ser presentadas por una persona física o jurídica, por más que al jurado le quepa la potestad de aportar la candidatura de obras no propuestas. Además, el autor de la obra propuesta debe dar su conformidad "previa y documentada" a la presentación de la candidatura, lo cual añade al problema una dimensión de acatamiento en absoluto acorde con la esencia del reconocimiento público a la obra de un creador.
Esta dinámica, propia de certámenes literarios menores o de propósito comercial, es todo lo contrario de un premio que se pretende nacional, como el premio Euskadi, cuyo universo de obras susceptibles de ser galardonadas debería coincidir, sin más requisito previo, con el de las obras editadas en el plazo establecido que se atengan a las bases de la convocatoria.
A fin de cuentas, hechos como el reciente rechazo al Premio Nacional de Narrativa por parte de Javier Marías, aun a sabiendas del daño que pueden causar, y de hecho causan, a los propios premios y al resto de los premiados (la argumentación de Marías es, a mi juicio, injusta e inexplicablemente agresiva para con todos los demás galardonados), pertenecen, sin duda alguna, al ámbito de la libertad individual del creador, bien merecedor de férrea protección por parte de todos, y en primer lugar de los poderes públicos.