Vitoria. DEBIDO a "necesidades económicas, porque sólo hemos podido pagar el mínimo del alquiler", en su décima estancia en Gasteiz World Press Photo tendrá que conformarse con tres semanas en lugar de las siete habituales. Lo afirma el director de Periscopio, Paco Valderrama, en una sala del nuevo encuadre de la exposición, un palacio Escoriaza Esquíbel que, como las instantáneas que recoge, también es actualidad, propuesto por muchos como mejor emplazamiento para la escuela de la almendra.

Todo puede ser noticia. Lo inmediato y lo lejano. Todo merece una mirada. Desde hace muchos años, el más completo concurso de fotoperiodismo se alimenta con voracidad de los territorios más depauperados del planeta. Los objetivos disparan sin cesar y obtienen los mejores premios, pero, mientras las balas suelen acertar en su diana, los revelados no parecen impactar en quien deben. Porque, año tras año, nada parece cambiar. Los protagonistas son los mismos. El norte observa hacia a un sur condenado siempre al contrapicado.

Los periódicos pasan las páginas con celeridad y esta muestra, que recala en Gasteiz hasta el 13 de noviembre, propone un pequeño antídoto. Juega a pararse en esa prisa, a deshacer los códigos visuales con el deleite pormenorizado de los detalles que invoca el "poder de la imagen estática", apunta Valderrama. ¿Estática y estética a la par? A menudo. Pero, también a menudo, poco más que eso. Cercana a La piedad de Miguel Ángel, la ganadora de este año recoge a una mujer abrazando a su hijo, víctima de los gases lacrimógenos, tras una manifestación en Yemen. Información que se torna casi escultura en el retrato del régimen. La firma Samuel Aranda, segundo fotógrafo estatal ganador del premio. El primero, Manuel Pérez Barriopedro, disparó a aquel que disparaba al cielo del Congreso un 23 de febrero.

Disparos que llaman a disparos. La violencia siempre es víctima de los objetivos, y, en ocasiones, su verdugo. Afganistán, Libia, Egipto... Eternos protagonistas de las páginas internacionales reposan su mirada en la selección de 161 imágenes, de 57 fotógrafos de 24 nacionalidades. Más de 100.000 fotos fueron enviadas. Millones cuentan cada año la historia del mundo, rodeadas las noticias de flashes a menudo acostumbrados a lo obvio.

Entre la obviedad exploran algunas de las imágenes de la muestra, escarbando en los escombros del tsunami de Japón, temblando a pie de cadalso en las ejecuciones de Irán, congelando gritos contra Mubarak en la plaza Tahrir... La búsqueda se torna reportaje en la denuncia del matrimonio infantil, en un primerísimo plano de las torturas en Ucrania, en el encuadre protector ante la extinción del rinoceronte blanco del norte, en Kenia.

La violencia se adhiere a la cámara. "No es complaciente, refleja realidades duras". Siempre sorprende, sin embargo, que Occidente salga indemne. Sólo exige el objetivo con temas ligeros, o reclamado por el desastre natural, el fascista -Utoya- o el social -alzheimer-. O con una de las piezas de la muestra, tomada en una protesta en Harlem contra el stop&frisk policial, que permite detener y cachear indiscriminadamente. World Press Photo relaja el zapin de pestaña, mira la prensa sin prisa, aunque, por loable que sea la labor de los profesionales, el safari -dominado por pocos- no lleve a ningún sitio. ¿O sí lleva? ¿Sabremos esta vez pararnos en la prisa? Y no lo digo por las tres semanas.