De pequeña quería ser exploradora, pero da por bueno haberse convertido en un mito del cine, lo que le ha permitido hacer expediciones por todo el mundo (Rusia, Australia, recordaba ayer) y unos cuantos viajes interiores, a través de la psicología de los personajes que ha interpretado. Enciclopedia intensa de anécdotas y parte de la historia del cine, Cardinale cuenta en su currículum vitae con varias obras maestras como El gatopardo de Visconti, Ocho y medio de Fellini y Hasta que llegó su hora de Sergio Leone. Regresa al Zinemaldia con El artista y la modelo, donde le ha tocado el ingrato papel de la mujer del artista, proveedora de todo lo que el creador necesita para inspirarse y ser -siempre relativamente- feliz. "Ama mucho a su hombre", justifica la actriz italiana.
Jean Rochefort, su marido en la película de Fernando Trueba -le dijo que sí por "el guión"- es un escultor que pretende que la II Guerra Mundial, que sucede a metros de su casa, no le afecte. Cardinale no aclara si, como artista, prefiere vincularse al mundo o vivir ajeno a él, pero rescata una anécdota -es una gran narradora- de esa misma contienda. "Yo estaba en la playa, vino un soldado norteamericano, me abrazó, y se puso a llorar, porque tenía una hija de mi edad", recordó.
Desde su punto de vista, en lo esencial, Donostia no ha cambiado desde su última visita al Zinemaldia, en 1991, el año en el que Robert Perkins fue premiado y un debutante y conmovido Juanma Bajo Ulloa obtuvo la Concha de Oro por Alas de mariposa. "Siempre es muy bonito por como te recibe la gente, siempre me gritan 'guapa, guapa, guapa'. Me encanta", ríe.
"Mi madre me decía que no se ven las arrugas si sonríes mucho", confiesa la protagonista de Rocco y sus hermanos a los 74 años. Es de los pocas actrices que no ha sucumbido a la presión y a los cantos de sirena de la cirugía estética. "Nunca me he operado, no me gusta. Hay que aceptar el paso del tiempo", sostiene. Que sea una gran conversadora del pasado ("Visconti dirigía como si fuera teatro, lo tenía todo decidido de antes; Fellini era todo improvisación") no significa que habite en él. A la vuelta de la esquina le esperan cuatro proyectos, uno con el también incansable Manoel de Oliveira.
identidad Cardinale ha advertido a lo largo de su carrera del peligro, para un intérprete, de perder su identidad entre los papeles, los profesionales y los que debe encarnar para la galería, y aseguró que para preservar tu naturaleza "lo más importante es la fuerza interior"."De pequeña era como un chico, peleaba contra todos y en las películas yo he sido los efectos especiales", incluido, aseguró, su rol de trapecista en El fabuloso mundo del circo. "Cuando me vinieron a buscar a la escuela para proponerme ser actriz, me iba corriendo, era una salvaje", evocó.
Quizá esa desmitificación prematura del oficio le permite afirmar, más de medio siglo de trayectoria después, que "nunca ha caído en las trampas". Y lo argumenta: "nunca" mezcló vida laboral y personal" y "nunca" se casó.
A veces, no obstante le costó resistirse a la tentación. Como ella había declarado por su preferencia por Marlon Brando, cuando llegó a Estados Unidos, el actor fue a llamar -no es una metáfora, sino algo literal- a su puerta. "Hizo su numerito para seducirme, y cuando vio que era tan testaruda como él y que no iba conseguir nada, se marchó. En cuanto cerró la puerta, pensé que me había quedado con las ganas", se carcajea.
Aunque, si tiene que elegir al hombre más guapo que ha visto, duda entre Brando y Alain Delon, que solía decirle que podían haber formado "una pareja mítica". La agente de prensa da por finalizada la entrevista, pero Cardinale no se resiste a contar un chascarrillo más. "Cuando Delon me besaba en las películas, oíamos a Visconti decir '¡que se vea la lengua!'". Mientras nos alejamos por el pasillo, su mítica risa, la que se escucha en Il gattopardo, la que ilumina El artista y la modelo, vuelve a oírse de nuevo...