Oliver Stone, John Travolta y Benicio del Toro, un grupo salvaje, amabilísimo pese a las preguntas impertinentes, pero indómito, indomesticable. En la conferencia de prensa que aunaba la presentación de la película Savages, perla de Zabaltegi, y dos de los cinco premios Donostia de este año, al director de la cinta y a uno de sus protagonistas, se habló sin tapujos de política, drogas y tríos. También se habló, un poco, de cine. Stone recordó su experiencia en 1986 ante 3.000 personas en el estreno del Velódromo como sede cinematográfica. El director de Platoon se quedó entusiasmado y la calificó de la "mejor sala de cine del mundo". Su idilio con la ciudad , al parecer, continúa: "De San Sebastián me encanta la comida, el mar y las hermosas mujeres; puedo retirarme aquí, quién sabe", dijo, uniéndose a otros posibles ilustres jubilados donostiarras.
Si de algo sabe Travolta es de las veces que uno puede ser rescatado. Por eso agradeció el "espaldarazo maravilloso" del Premio Donostia y recordó generosamente sus deudas con Brian de Palma , que le "descubrió" (Carrie) y al que "agradeció" mucho su papel en Blow out, porque hizo que "tomaran en serio", que es lo que le "quería", al bailarín de Grease, y a Tarantino que le escribió "un papel delicioso", que se convirtió en "una oportunidad fantástica": "Mi carrera volvió a nacer".
Stone contó cómo convenció a la productora para rodar uno de sus filmes más recordados, JFK. "El guión era extremadamente complicado, lo corté porque los ejecutivos no lo iban a entender, y cuando aceptaron la película, volví a introducir lo que habían cortado". Para Del Toro, "es uno de esos cineastas que hace que otros directores se atrevan" a hacer cosas, es un "maverick" (disidente, inconformista). "Cuando llegas a trabajar con Oliver y Benicio, sabes que has llegado, por cosas así vives, por eso trabajas", apuntaló Travolta.
Este trío bien avenido tuvo ocasión de disertar sobre otro amor a tres bandas, el que practican en Savages Chon (Taylor Kitsch, John Carter), Ben (Aaron Taylor-Johnson, Nowhere boy) y O (Blake Lively, Gossip Girl), una familia posmoderna, o, quizá, como cita en la película, forajidos románticos al estilo de Dos hombres y un destino. "El amor es el amor, cualquier cosa es posible con la naturaleza humana, depende de tu imaginación", defendió Travolta, al que la cuestión debió de seguir revoloteando en su mente porque, minutos después, lanzó una pregunta a "todas las chicas de la sala": "¿Es una fantasía habitual para vosotras tener dos hombres a la vez?". No cosechó una respuesta unánime.
Su relación sentimental no es la única peculiaridad del grupo: se dedican a cultivar la mejor maría del mundo. El personaje de Chon dice en un momento: "Las drogas son la reacción racional ante la locura del mundo", algo que podría aseverar el propio Stone, partícipe en el guión junto a Shane Sharleno (Armageddon) y el autor de la novela inspiradora del filme, Don Winslow.
Stone, que ya había explorado el mundo de la cocaína para escribir Scarface, proclamó ayer que "la marihuana es un excelente regalo de los dioses", que ayuda a mitigar "el dolor y el estrés". "Es algo bueno que no hay que convertir en un arma para la guerra", sostuvo.
La legendaria hierba que cultivan Chon y Ben les complica su vida cuando su camino se cruza con los planes de expansión de un cartel mexicano liderado por Salma Hayek. Del Toro encarna a su sicario de cabecera, un psicopata que viaja sembrando el terror con una furgoneta de la empresa La Guadaña, llena de sierras, hachas y una enorme hoz.
La película juega con el doble sentido de la palabra salvaje, en su acepción cruel y en la versión primitiva. Los estadounidenses califican así a los mexicanos por sus métodos violentos; para los narcos lo son los tres californianos por la poco ortodoxa relación a tres bandas. Del Toro concilió las dos vertientes: ser salvaje significa "romper con toda moral".
Quien haya leído alguna novela de Winslow, sabe que cuando escucha el sonido de una motosierra, no va a ser para talar un árbol. El imaginario del autor de El poder del perro está plagado de sádicos carteles mexicanos, policías inmorales, algunas de las torturas más espeluznantes de la literatura reciente y víctimas del fuego cruzado que acaban contaminándose con la violencia que se despliega a su alrededor.
De todo eso hay en Savages que culmina en un final doble y "cínico", muy de western, que permite la licencia del titular con el filme sangriento y fronterizo de Peckinpah.
En esta orgía de violencia, lucha por el poder, expedición por la lealtad y la traición, todos comparten -quizá es lo único que tienen en común- su punto débil: sus afectos los hacen vulnerables, sean narcos despiadados, policías corruptos o cultivadores de marihuana.
Travolta recordó que se han traspasado líneas rojas como los ataques a mujeres y niños y Stone detecta vivimos un "nuevo nivel de violencia" que atribuye en parte a su país. A su juicio, muchos métodos brutales de México se han importado de Irak, de la época de Bush y sus aliados, Blair y Aznar. El cineasta no desaprovechó la ocasión para recordar que existe el Tribunal Internacional de La Haya. "Está disponible si queréis llevarle (a Aznar) a juicio, depende de vosotros".