Gernika. No están demasiado bien vistos y tampoco suelen presentarse en las colecciones permanentes de las instituciones culturales de Euskal Herria. Una anormalidad que tiende a ser subsanada. En 1977, Euskal Kultur Mintegia de la Universidad de Deusto presentó una gran exposición sobre los trabajos políticos y festivos que se estaban haciendo en aquel momento. Después un grupo de historiadores de la Facultad de Bellas Artes no hizo distinción entre los distintos procedimientos plásticos y exhibió de igual a igual todos los medios en la muestra Arte y Artistas Vascos de los años treinta. Entre lo individual y lo colectivo (San Telmo, 1987). Y es que el cartel en muchas ocasiones es fruto de las circunstancias de un encargo, pero también puede alcanzar la categoría de obra de arte. De manera especial cuando el conducto denotativo se carga con una compleja trama semántica y utiliza la activa creatividad de una plástica personal.

Una dualidad entre la función del documento y el trascender histórico artístico del objeto que no siempre suele entenderse. La muestra Euskal kARTElak 1902-1971 del Museo de Euskal Herria, en Gernika, hace un balance con fondos propios y una selección de la colección del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Un total de dos pinturas, un gouache y cuarenta y cuatro litografías.

El recorrido comienza contrastando los principios artísticos de dos grandes autores, cuyos cuadros prologan al cartel que se realizó con posterioridad. El de Alberto Arrúe (1878-1944) es serio y circunspecto. Los arcos proyectan la mirada hacia un universo de oscuridades donde aparece la figura de un ilustrado como los que dieron origen a la Sociedad de Estudios Vascos, cuyo III Congreso de 1922 anuncia. Más moderno y dinámico, menos tenebrista y con mirada abierta hacia el presente, es la pintura y el cartel que Antonio Guezala (1889-1956) lleva a cabo en torno a 1929. El lienzo capta a una serie de bañistas protegidos por toldos en el entorno de la playa de Bakio, mientras que el papel reconduce parte de la escena hacia un ambiente chic que sitúa sobre una panorámica de Ereaga. Ambos trabajos posibilitan interpretaciones sociales. El primero identifica la cultura con el hombre que lee, mientras que la compañera aparece con los ojos cerrados y con un pequeño libro entre las manos. El segundo muestra por contra, la impronta de la bahía y el ambiente selecto de la sociedad que nace al ocio y el turismo.

En la sala superior el montaje se ha planteado temáticamente. El comienzo es deportivo y reúne un conjunto importante y revelador. Está presente la pelota vasca, pero también los nuevos aires del motor y la velocidad. En todos los casos hay resultados solventes y de valía. Lo anuncios que tienen en cuenta el frontón vienen de Iparralde y son más sintéticos en la representación. Los que se acercan a motocicletas y automóviles estimulan el carácter del movimiento con referencias dinámicas propias del futurismo. Hay que destacar el trabajo de Luis Lasheras Madinabeitia (1896-1948), excelente publicista del que sería conveniente hacer una revisión de su labor. Otras obras asumen los retos de la vela o el remo, manifestación que cuenta con buenos ejemplos. Es el caso de la litografía de Aurelio Arteta (1879-1940) que deriva de un cuadro pintado en 1924. También resulta estimable el uso rítmico de un módulo que firma Carlos Casla en 1955. El boxeo está representado por una obra de Ascensio Martiarena (1883-1966) de 1928 donde se muestra la hercúlea presencia de Paulino Uzkudun sobre un promontorio desde el que puede percibirse Régil, su pueblo natal.

Existe también algunos buenos ejemplos posteriores a la guerra civil como el trabajo sobre un campeonato de tenis que firman conjuntamente los arquitectos Domínguez Salazar (1911-2007), Asís Alonso y Eugenio Aguinaga (1910-2002), cuya lapidaria plástica propone el menos es más de un gran vaciamiento expresivo. Hay piezas que manifiestan otros motivos, como el mundo del folklore y las tradiciones festivas, el conocimiento y el estudio, la danza y el teatro o las reivindicaciones políticas y distintos productos comerciales. Muy interesante resulta el cartel de Juan Cabanas Erauskin (1907-1979) para la exposición de arquitectura y pintura moderna de 1930, donde se asume la experiencia cubista y la iconografía figurativa simbólica cuya raíz está en el mundo helénico.

Junto a la excelencia de las distintas piezas de Nicolás Martínez Ortiz de Zarate (1907-1990), cargadas de resonancias míticas o imbuidas de cierto clasicismo, hay que reconocer el papel de pintores e ilustradores como Txiki (1892-1948).

A la Guerra Civil alude el cartel del navarro Leocadio Muro Urriza (1897-1987), trabajo que contiene un texto de la ordenanza requeté y que con algunas variantes también sirvió para confeccionar la medalla de Héroes Anónimos y para una tarjeta postal que se difundía en el frente, según dice Iñigo Pérez de Rada. Muy diferente fue el posicionamiento que tuvo Oskar Kokoschka (1886-1980) para crear la obra que recuerda a la barbarie de Gernika. También tenía el objetivo de advertir del peligro del fascismo, como indica Nigel Glendinning, por lo que coloca a la mujer con la niña en la misma Praga donde se encontraba exiliado desde 1934.

La última experiencia lleva la firma del bermeano Nestor Basterretxea (1924) que utilizó en 1971 la escultórica txalaparta de Remigio Mendiburu (1931-1990), emblema de Ez dok Amairu, para anunciar un festival musical. Ya eran otros tiempos pero los carteles son una garantía de luz y color a fin de que el mensaje sea accesible para todo el mundo. Para ello es necesario conocimiento y sensibilidad.