Vitoria. Mendizorroza ya está vacío. Segundos después de que terminara el último concierto el sábado por la noche de la trigésimo sexta edición del Festival de Jazz de Gasteiz, los operarios y técnicos comenzaron el desmontaje del escenario, pantallas y demás elementos. El adiós había tenido la banda sonora esperada, un Sonny Rollins que el 7 de septiembre cumplirá 82 años, aunque eso no fue impedimento para que prometiese al público de Gasteiz que volverá. Ojalá. "Eskerrik asko", dijo en un par de ocasiones. Y el respetable se lo agradeció con varias ovaciones, la primera nada más salir.

Su edad y su estado físico se notan. Es normal y comprensible. Sus solos son cada vez más cortos y, de hecho, aunque había petición popular para ello, no hubo bis. Aún así, el saxofonista se marcó dos horas y pico de actuación (casi tres con el descanso) en las que volvió a demostrar que es una leyenda. Podría quedarse en casa viviendo de los recuerdos, pero no le apetece, aunque cada vez que da un paso parezca que su castigado cuerpo (lejos quedan los años de adicción a las drogas y el alcohol) se va a desmontar a cachos.

Un Mendizorroza con buena entrada pero sin acercarse al lleno le recibió como se merece. Y él correspondió con un puñado de temas ya conocidos en los que mandó y se explayó, pareciendo mentira por momentos que esos pulmones puedan dar mucho más de sí. Hubo instantes para todo pero el paso del tiempo marca y esta vez sus acompañantes tuvieron algo más de protagonismo, reservando para Rollins solos algo más cortos y menos intensos, aunque en cada nota se pueda rastrear sin problemas la sabiduría y la calidad que otorgan los años.

Clifton Anderson con el trombón y Peter Bernstein a la guitarra fueron sus mejores aliados a la hora de llenar los huecos que Rollins ya no alcanza, aunque también hubo algo de espacio para que la batería de Kobie Watkins y la percusión de Sammy Figueroa hicieran de las suyas. Eso sí, el saxofonista mandó todo lo que quiso y más. No paró de dirigirse a sus acompañantes, de marcarles cuándo y cómo, de hablarles y de expresar con algún grito lo que le estaba gustando de manera especial. Bueno, incluso se animó a sí mismo en uno de los solos en los que tocó sin que ningún otros instrumento estuviera activo.

Algunos pudieran pensar que a estas alturas, Sonny se arrastra por los conciertos queriendo revivir épocas pasadas. No. Tiene limitaciones, por supuesto. Pero las sabe suplir, incluso con varios toques repletos de sentido del humor ya que en diferentes solos coló más de un guiño. Se revolvió en más de una ocasión, acompañando el caminar de sus dedos por el saxo con golpes sobre el escenario con sus pies, tocó con una sola mano, sacó chispas a algunos instantes y condujo la actuación por donde quería, consciente de que en Gasteiz cuenta con un público que le admira por todo lo que fue y lo que es. De hecho, en el pabellón había no pocos espectadores llegados de fuera de Álava que venía con la única misión de encontrarse con el mito. "Estar aquí es mi regalo de cumpleaños y no puedo estar más contenta", comentaba una joven que acudió desde Madrid.

Por eso el respetable se puso en pie en varias ocasiones. Por eso, muchos decían querer llegar así a los 82 años, por eso más de uno se emocionó al contemplar a El Coloso una vez más en Mendizorroza. De hecho, fue la tercera ocasión en seis años. ¿Habrá una cuarta? Quién sabe.

Aunque con algunos cambios con respecto a sus apariciones anteriores, la banda que acompañó al maestro tuvo el mismo comportamiento. Todos en fila, en un segundo plano, y atentos a lo marcado por el saxofonista. Bob Cranshaw y su contrabajo fueron los únicos que casi pasaron desapercibidos, aunque su labor fue fundamental para sostener el concierto. Para un líder tan carismático es imprescindible tener secundarios que sepan estar en su papel, y aunque no lleve a figuras destacadas, Sonny cuenta con gente que cumple a la perfección esa labor: discretos pero efectivos cuando se les pide. Y junto a ellos llegó el final, ese Don't stop the Carnival para mover las caderas, aunque estén maltrechas.