Vitoria. "No creo que sea una leyenda". Y eso se lo dijo Sonny Rollins a DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA en una entrevista en 2008, antes de su última visita al Festival de Jazz de Vitoria. Puede que no, que esa palabra u otras similares, como mito o genio, se hayan quedado ya cortas para definirle. Porque parece una locura poder explicar cómo es posible que este hombre de 82 años vividos, sobre todo en determinadas épocas, de manera muy intensa vuelva ahora a la capital alavesa después de haber sido nominado, en la última edición de los Grammy, en dos categorías como las de mejor álbum de jazz instrumental y, sobre todo, mejor solo de jazz improvisado.

Es que él es El Coloso y, claro, ni puede quedarse en casa quieto a la espera de lo inevitable, ni le apetece convertirse en una especie de máquina de reproducción de grandes éxitos para tocar poco y cobrar mucho. A su castigado cuerpo, ése que se mueve con dificultad incluso sobre el escenario, le va la marcha y cuando tiene el saxo tenor entre las manos, nada le puede parar y todo puede suceder.

Y todo esto viene porque la trigésimo sexta edición del Festival de Jazz de Gasteiz llega a su final después de cinco días intensos y para la despedida cuenta con la presencia del maestro Rollins en la única actuación que el norteamericano va a dar en el Estado y una de las cinco que va a ofrecer en Europa este verano. La cita será a partir de las 21.00 horas con las entradas a 40 euros (es la noche más solicitada desde que se pusieron a la venta los tickets hace ya varios meses), y como en las dos ocasiones anteriores que el músico ha pisado el pabellón, su concierto será único, es decir, no habrá otro artista (lo que sí se mantendrá será el descanso a mitad de una actuación que está previsto ronde las tres horas).

Con Gasteiz parece que Sonny ha encontrado una conexión especial y eso que cuando viene las noches las pasan en Bilbao. Es un fiel a determinada cadena de hoteles. Lo cierto es que no es nada fácil que repita en un mismo lugar y menos tres veces en seis años. Lo que no será igual esta noche con respecto a las de 2006 y 2008 será la formación que acompañe al coloso: sí estarán Kobie Watkins (batería) y Bob Cranshaw (bajo), pero serán nuevos Peter Bernstein (guitarra) y Sammy Figueroa (percusión).

Road Shows, Vol. 2 es, por así decirlo, la excusa para este reencuentro, una segunda parte del trabajo que bajo el mismo nombre editó en 2008 y que recoge, en este caso, varios temas interpretados en directo en dos conciertos de 2010, uno de ellos coincidente con su 80 aniversario (de ahí, la presencia de algunos invitados ilustres). Pero en realidad, este disco, como los últimos de Rollins, es más que nada una demostración de sus habilidades y su espíritu que una evolución dentro de una carrera que ha pasado por diferentes etapas, una manera de marcar el camino más que cambiarlo o darle la vuelta.

Fueron muchos los que tras la muerte de su mujer hace ya algo más de seis años y viendo sus dificultades físicas para moverse con cierta tranquilidad pensaron que el saxofonista iba a ir retirándose de la escena sin hacer demasiado ruido. Se equivocaron. Lo segundo no le impide nada y menos a la hora de tocar que para eso se tira horas calentando antes de cada actuación. Lo primero es algo de lo que Rollins no tiene problemas en hablar, es una tristeza que lleva muy dentro pero que no le paraliza.

Empezó tocando cuando era un crío y a los 18 años ya estaba metido en un estudio. Tiene 82 (bueno, los cumplirá en septiembre). Entre medio de esas dos edades, al saxofonista le ha dado tiempo a hacer de todo y, por supuesto, a compartir camino con los más grandes del género, aunque una de las curiosidades de Road Shows, Vol. 2 es que entre sus cortes está la primera vez que él y Ornette Coleman se subieron juntos a un escenario y hay que recordar que eso se grabó hace sólo un par de años. Cosas de la vida.

Para siempre ha dejado sesiones que forman parte de la columna vertebral del género bien como líder, bien en formaciones irrepetibles por ejemplo con Miles Davis. La droga estuvo a punto de dejarle en el camino, aunque, otra curiosidad más de la vida, dicen las crónicas que fue Charlie Parker el que le sacó de ese mundo en el que Bird se quedó para siempre. Hoy, una charla con él, que puede durar todo lo que se quiera, es tranquila, afable y llena de anécdotas en las que Sonny no se suele cortar un pelo a la hora de contar todos los detalles. Sin embargo, siempre ha tenido un carácter, por así decirlo, especial, el mismo que le ha hecho desaparecer durante largas temporadas. No es el caso. Hoy, la leyenda regresa a Vitoria.