Vitoria. Si no te gusta el jazz, éste es tu festival. Esa frase ha sido repetida muchas veces por la organización del certamen vitoriano, entre otras cosas para superar las reticencias que siempre muestra una parte del público potencial hacia el género por aquello de los tópicos sobre que es una música para minorías y elitista. Pero también es un eslogan que casi todos los años se hace realidad por lo menos en una doble sesión de Mendizorroza. En este 2012, la noche del jueves cumplió con la tradición.
El pabellón estaba casi lleno, con los típicos problemas que eso suele generar, y en la zona VIP no daban ya de sí con tanto político presente. Por fortuna, el calor no era tan intenso como los dos días anteriores, algo de agradecer para asistir a lo que tenían preparado Esperanza Spalding, primero, y Gilberto Gil, después.
Y no, no fue una noche de jazz. Sí, claro, estuvo presente, pero por allí aparecieron invitados el pop, el rock, la bossa, el folklore brasileño.... para componer una jornada sencilla, que no simple, abierta a todos los gustos.
Desde que en 2007 debutara en el Estado con su primer paso por Gasteiz, Spalding no había vuelto a la ciudad, algo que se remedió en la primera parte de la doble sesión. Y de aquella ocasión el único recuerdo que quedó esta vez fue el bis de la contrabajista, ella sola sobre el escenario con su instrumento y su voz, demostrando que no es sólo una chica guapa que toca, como algunos críticos veteranos la denominan para intentar minusvalorar sus aptitudes.
En realidad, el resto de la actuación de Esperanza respondió a lo esperado, es decir, a aquello que compone su último disco, una propuesta ligera, sin excesivas complicaciones, pensada para gente muy distinta, siendo el single Black gold el mejor ejemplo de ello. Y con esa idea, a la contrabajista le sobra la mitad de la banda que lleva de gira. De hecho, es que no la utiliza. Ni siquiera en el tema de Wayne Shorter hubo espacio para un desarrollo que dejase ver si los que estaban sobre el escenario tenían algo que aportar.
Con tranquilidad y algunos momentos de interés transcurrió un recital en el que Esperanza hizo gala de un perfecto castellano y una gran simpatía (su pelo y el de Pat Metheny son grandes rivales), aunque dio la impresión de que el ramo de flores que le regaló la organización (una costumbre que sólo se tiene con algunas mujeres y que se debería acabar ya) no le hizo mucha gracia.
Spalding y los suyos se bajaron del escenario pero no para marchar al hotel si no para ver, de principio a fin, la actuación de Gilberto Gil. Es más, hubo algún que otro baile.
En este instante a la juventud le tomó el relevo la veteranía, por cierto con más de un brasileño presente en la sala que no paró de pedir algunos de los grandes éxitos de Gil. Sin embargo, una carrera tan larga da para tanto que no todo se puede resumir en un único recital.
Entre el folklore brasileño, ciertos aires africanos, la música de cantautor, la samba, un poco de bossa y algo de rock (el músico no se pudo resistir al Up from the skies de Jimmy Hendrix) se fue componiendo un concierto que terminó por atrapar y encandilar incluso a aquellos que, al principio, pensaban que aquello no iba a ir con ellos.
A destacar el trabajo en la percusión de Gustavo di Dalva, ya que la novedad de la nueva propuesta de Gil, el violín y el chelo, poco aportaron, por lo menos que requiera una mención específica. Al final, un bis compuesto por dos temas, parte del público en pie (con Esperanza pasó lo mismo) y todos pensando ya en la próxima cita.