Vitoria. En su autorretrato El bohemio de Elgueta, Pablo Uranga "se gira hacia el espectador como si le hubiera interrumpido el hecho de pintar, con un gesto pícaro", describe Sara González de Aspuru. Y lo que trata de conseguir el Museo de Bellas Artes que ella dirige es precisamente eso, volverse hacia el trabajo del pintor gasteiztarra y "rescatarlo de un cierto olvido injusto". La muestra que bautiza el propio título del lienzo y un estudio de Ana Arregui y Cristina Armentia son dos de las patas de un caballete que completa la propia fuerza del trabajo del autor.

Si algo tiene de bueno la colmena urbanística local que dibujan los pintores es que su celda de calles reivindica desde hace años los nombres de decenas de autores que dejaron su impronta creativa en la ciudad que les vio nacer, un bautismo muy alejado del de avenidas dedicadas a monarcas que ni han fallecido ni han creado en territorio alavés. Por eso, quienes no son asiduos a los museos saben ya de entrada que Pablo Uranga fue alguien que pintó mucho. Mucho y bien.

Pintó tanto que su trabajo -una pequeña parte- luce en la planta baja del palacio Augusti, dividido en áreas temáticas que susurran la realidad inmediata de su tiempo. Retratos y paisajes comparten espacio con la pátina histórica, la religiosa y la costumbrista, además de las escenas taurinas. Y es que hay cierta "tradición clásica española -Eugenio Lucas, Goya...-", según Arregui, en un autor "apasionado y más preocupado por el uso del color que por el dibujo", responsable de pequeños lienzos como Sokamuturra o de frescos y murales de iglesias que no puede recoger la pinacoteca -pero sí el catálogo-. Uranga funde vocación realista y trazo impresionista en una evolución que lo acerca a contemporáneos como Díaz de Olano -sin alcanzar su fuerza- o Zuloaga, con quien compartió estancias en Segovia de donde emergen óleos como San Juan de los Caballeros. En una evolución que bebe, en su primera época parisina, de colegas valencianos de quienes absorbe la luminosidad.

La exposición, que podrá verse hasta el 16 de septiembre, reúne el lado oficial y la vertiente íntima, haciendo aflorar incluso, en el hall, "tablas pequeñas, procedentes de la familia, con bocetos", selección denominada Pequeños paisajes, que se contrapone, por ejemplo a los dos grandes lienzos verticales que recogen a Bonifacia Ruiz de Lezama y Miguel Gómez Arriaga. Una amplia paleta que desencadenará aún más combinaciones. "Lo tenemos comprobado, en cuanto se ponen en marcha este tipo de exposiciones empieza a llamar la gente pues yo también tengo un Uranga".

El anticuario, Subida a la ermita del Cristo (Labastida) o Prueba de bueyes en Elgueta son algunas de las piezas que llaman la atención en la muestra, que contó desde el principio, sin conocer siquiera los detalles, con el apoyo de la diputada de Cultura Icíar Lamarain, dando continuidad a un proyecto de dos años. "¿Por qué? Yo tengo algo que ver con Elgeta", reconoció, en alusión a sus antepasados familiares.

Con su inseparable txapela y sus no menos adjuntos pinceles, Uranga observa la exposición desde el lienzo en el que autorretrató su propio gesto. Fue la cultura gitana, alérgica a lo sedentario, la primera en tomar el adjetivo bohemio, nacido de su original Bohemia checa. La Gitana con abanico está justo frente al lienzo en el que Uranga se inmortaliza. Quizás se están mirando. La bohemia y el bohemio.