Quinta posición". "Costados bien abiertos". "Quietos ahí". "Soltar". "Espalda". "Terminamos". Carmen camina hacia el espejo. La directora del conservatorio también es profesora cuando el tiempo se lo permite. Las órdenes que emite, escuchadas así, pueden parecer bruscas. Pero simplemente son sintéticas. En su telegráfico silabeado esconden muchas horas de entendimiento. No se pueden declamar párrafos para subrayar movimientos y correcciones.
Las notas del piano acaban. Esto es una escuela de danza, pero también un auténtico master de piano. "Nadie te enseña", recuerda Marisa, ya acostumbrada a parar un tema, volver a cogerlo, volver a parar, volver a empezarlo. El baile manda, pero "normalmente ellos son los que nos siguen a nosotros".
Ellos son, en este caso, ellas. África, Sofía, Claudia, Irati y Alazne, que recogen las pequeñas barras portátiles en los costados de la austera sala, una de las seis -polivalente incluida- que pueblan el espacio formativo del Conservatorio de Danza José Uruñuela. No hay grandes adornos, pero, si hubiera que escoger unos sustantivos para describirlas, el primero no sería austeridad. Sería sin duda calor. No hay calefacciones como las de los cuerpos en acción.
El quinteto de bailarinas de Primero de Enseñanzas Profesionales es muy aplicado. Si se les pide una pequeña entrevista forma en un instante, al unísono, dibujando una media luna. Aún resoplan tras la clase. ¿Cuánto suelen ensayar? ¿Una hora al día? "A veces tres horas y media o cuatro". ¿Dos o tres días a la semana? "Todos los días, incluso algunos sábados". Uno empieza a resoplar también, recordando ese tópico de "con sudor" que predicaba Fama. Cada vez hace más y más y más calor.
"Hacemos clásica y de carácter", explica África. "Aguantamos bien", asegura Sofía. "Llevamos cuatro o cinco años", recuerda Irati. "A mí me gusta Union Jack", escoge Claudia en el repertorio. "A mí todas", añade Alazne, que, junto a sus compañeras, está preparando la sesión de barra del Así baila Vitoria-Gasteiz, un clásico del aire libre cultural de la primavera local. Toda la atención que hace un segundo volcaban en encontrar en el espejo la postura perfecta la aplican ahora en responder y, corriendo, se sitúan en torno al piano que les dicta las notas para retratarse con él.
La escena se repite en las salas del otro lado del pasillo. Ainhoa guía la clase e Israel el piano para los alumnos de Segundo. Un cartel de Alvin Ailey observa la diagonal que ejecutan. Preparan un fragmento de La Bayadera -Danza del tambor- y Gottes. Un poco más allá, Elena a la batuta, Marian a las teclas, Tercero -el curso, no la directora- de Enseñanzas Profesionales, Union Jack, Sand Papper, Gottes... En la última estancia, perfecto orden ascendente, alumnas de Cuarto -la mayoría guipuzcoanas, estudian en Ekialde y duermen en una residencia-, siguen las notas de los rebobinados de CD para el Festival de Flores en Genzano. La pianista, Marta, descansa ahora los dedos, La profesora, Leire, busca el fragmento en el reproductor, discc jockey improvisada... Sigue el calor, calor, calor...
Decenas de fotografías de la historia del conservatorio y las instantáneas que Endika Portillo dedicó al centro comparten espacio en el largo pasillo que conecta las salas. El silencio de primera hora de la tarde va desapareciendo. Desde los vestuarios llega la primera algarabía. Son los txikis. Y son las seis en José Uruñuela. Hora punta. La hora de las puntas. Los timbres ponen fin a la jornada escolar y decenas de alumnos de Gasteiz cruzan los patios de sus centros para volver a cruzar luego el del antiguo colegio Valle Inclán, sede del conservatorio, camino de sus taquillas, camino del espejo, camino del piano. Camino de su cuerpo y del alma de la música.
Carmen, directora, profesora y poseedora del gran llavero, abre la sala polivalente, reconvertida este año en pequeño museo. Y es que, en el veinticinco aniversario, José Uruñuela oferta un viaje mensual al corazón de su actividad diaria. "Las jornadas de puertas abiertas están funcionando muy bien", confiesa Carmen, que va describiendo algunas instantáneas de la muestra Recuerdos con movimiento, que se combina con la proyección de un audiovisual. Pero la verdadera joya de la exposición la aquilatan los trajes -sólo una pequeña parte de la historia zurcida del conservatorio- que ocupan las paredes de la sala, además de vestir a los maniquíes.
Sólo una pequeña parte de los trajes, diademas o puntas del archivo del conservatorio se disputan la atención del visitante, desde vestidos de danzas rusas y letonas hasta un tutú con el que los alumnos del centro ejercieron de teloneros, en 1991, del Ballet de Moscú en Mendizorroza. Hay mucha historia entre sedas y lentejuelas. Historia que visitan también los que la escribieron, "antiguos alumnos a los que les hace ilusión, porque se acuerdan de cuando han bailado".
Hay incluso un traje de danza española, de la anterior época del conservatorio de danza, cuando lindaba con el de música. Ahora las danzas tradicionales son clase optativa. Los alumnos -en torno a 170- pueden escoger entre ellas y arte dramático. A largo plazo, la segunda "les interesa, porque les ayuda más", asegura la directora, aunque un pequeño brillo le llega desde el poderoso traje. Le gustan todas las danzas. Todas las formas de baile.
Como las que se dan cita en un Así baila Vitoria-Gasteiz que llevan preparando los últimos días en modalidad clásica, neoclásica, de carácter estilizada y contemporánea, con piezas como Coppelia, In the Middle Somewaht Elevated o Felis Silvestris Catus. "Es muy bonito, te encuentras con la gente que hace lo mismo que tú", asegura Carmen, mientras las clases siguen, mientras Miriam, en recepción, observa la constante llegada de alumnos, que pululan, bailando palabras, en torno a la máquina de bebidas. "Quinta posición". "Costados bien abiertos". "Quietos ahí". "Soltar". "Espalda". "Terminamos"...