Puede que Artium cumpla este jueves una década desde la apertura de sus puertas al público pero su estructura humana y corporativa, ese esqueleto que lo hace funcionar, es un año más viejo. En febrero de 2001 se constituyó la fundación pública que lleva su nombre y que después se amplió a la participación de entidades privadas, firmas que hoy representan casi un 28% de las cuentas del centro. Unos meses después, en verano, el espacio empezó a dar forma definitiva a su cuerpo laboral, compuesto hoy por 26 empleados que trabajan de manera directa, muchos de los cuales llevan desde el inicio en la infraestructura ubicada en la calle Francia. A eso hay que sumar a quienes llevan a cabo las labores que se contratan en el exterior (por ejemplo, para el montaje de exposiciones) lo cual hace que el número de personas que son necesarias para mover la maquinaria sea, en realidad, de entre 70 y 90, dependiendo de las necesidades de cada momento.
Ser trasparentes, sobre todo en las cuestiones relacionadas con la estructura, dineros, planes, funcionamiento, objetivos... es uno de los grandes anhelos que se ha marcado el espacio desde hace tiempo, una política que se conduce de manera fundamental a través de la web oficial del museo, donde cualquier persona puede encontrar las cuentas de los últimos años, auditorías, estatutos, el plan estratégico vigente en estos momentos y más informaciones. Todo parece poco, máxime cuando algunas de las cuestiones que tienen que ver con la estructura del centro han causado más de una polémica antes, durante y después de la inauguración hasta llegar a hoy.
En este sentido, dos fueron las críticas más escuchadas hace una década, aunque hoy sus ecos casi han desaparecido. Por un lado, las Juntas Generales de Álava vieron peligrar su control sobre el espacio con la fundación de por medio, algo resuelto en gran parte desde el inicio. Javier González de Durana, aunque en teoría no tenía obligación, estableció la costumbre de acudir una vez al año como mínimo a la Cámara foral para dar cuentas, algo que Daniel Castillejo ha continuado.
Por otro, dentro y fuera del ámbito político, se puso en duda no tanto la presencia de dinero privado, que también, sino los beneficios que eso suponía a las empresas participantes, tanto fiscales como de uso del centro. A eso hay que añadir, de un tiempo a esta parte, que hay determinados sectores artísticos y sociales que no ven con buenos ojos los presupuestos de Artium, máxime en tiempos de crisis, ya que se entiende que se destinan, sobre todo desde la institución foral, demasiados recursos económicos y humanos frente a la situación de otras infraestructuras como el Bellas Artes de Álava, la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa...
Por unas razones o por otras, lo cierto es que el espacio está sensibilizado de manera especial con esa política de transparencia antes mencionada, una puerta que casi ningún museo estatal está dispuesto a abrir demasiado temerosos de no se sabe muy bien qué.
Funcionamiento En realidad, ese esqueleto humano y corporativo no es tan complicado. La Fundación Artium, ahora formada por unas 60 entidades, fue creada hace once años por la Diputación, entidad que, entre otras cosas, es quien aporta cada ejercicio la mayor parte del presupuesto al funcionamiento del centro. La entidad foral, de hecho, preside tanto el patronato (hasta ahora, en las figuras de Ramón Rabanera, Xabier Agirre y Javier de Andrés) como el comité ejecutivo (llevado en esta década por Juan Antonio Zárate, Federico Verástegui, Lorena López de Lacalle, Malentxo Arruabarrena y, ahora, Iciar Lamarain). El resto de figuras institucionales son el Gobierno Vasco, el Ayuntamiento de Vitoria y el Ejecutivo central. A partir de ahí, el resto se completa con entidades y empresas privadas distribuidas en diferentes modalidades de colaboración (cada categoría exige una aportación económica -desde unos 66.000 euros anuales a unos 1.500- y conlleva unos beneficios, también de cara a la Hacienda alavesa).
En el siguiente peldaño, por así decirlo, se encuentra la dirección del museo, cuyo máximo responsable es Castillejo, quien tomó en 2008 el relevo a González de Durana. En principio, el staff se debería completar con dos subdirectores, el del área económica (que desde el inicio es Javier Iriarte) y el del área museística. Sin embargo, en este último caso la plaza está vacante desde la marcha de Laura Fernández Orgaz en 2009. A partir de ahí, aparecen los nombres del resto del personal, caras en algunos casos conocidas más allá del centro gracias a su actividad de estos años recogida por los medios de comunicación como Charo Garaigorta (Educación), Enrique Martínez Goikoetxea (conservador), Elena Roseras (Biblioteca)...
Con todo, la llegada de Castillejo al puesto de máxima responsabilidad dentro de la dirección ha supuesto un cambio de modelo a la hora de hacer las cosas, tendente a una gestión más horizontal de Artium en el que las personas que trabajan en él de forma permanente toman parte en el día a día de las decisiones y discusiones.
En este 2012, después de varios ejercicios de ajustes, el museo cuenta con un presupuesto que ronda los 4,5 millones de euros, un millón más que cuando se abrió en 2002 y, cosas de las cifras, un millón menos que el año que más tuvo, en 2009. Esos recortes se han traducido en la disminución de alguna exposición y en la realización de menos actividades (por ejemplo, conciertos). Aún así, se ha intentado mantener el mismo nivel de calidad y, en la medida de lo posible, cantidad.
Con ese dinero y sin olvidar en ningún momento el capital humano, el centro tiene como referencia fundamental para su desarrollo desde la puesta en marcha hace diez años sus planes estratégicos, que se renuevan cada tres años (el que está en vigor ahora llega hasta 2013 y tiene como referencia básica el proyecto que le sirvió a Castillejo para ser elegido como director, un Estrategias de naturalización que el museo también tiene disponible en su web para quien lo quiera consultar en cualquier momento).
Los amigos El cuerpo del museo se contempla con los llamados miembros asociados, casi mil hoy y unos 200 al principio. Ésta no es una fórmula novedosa con respecto a otros centros de arte (personas que aportan una cuota anual y eso les reporta una serie de beneficios de acceso, descuentos...), aunque sí ha traído cola en esta década en el caso alavés.
Incluso antes de abrirse al público pero sobre todo después, las relaciones, en los primeros años, entre la dirección del espacio y la Asociación de Amigos del Museo de Bellas Artes de Álava y Artium (AMBA) han sido más que tensas, lo cual ha sido público y notorio. El cambio de máximo responsable en el museo parecía haber calmado las aguas, aunque la celebración de los diez años ha derivado en otro distanciamiento. Es de esperar que más tarde o más temprano, ese camino regrese a una senda lógica.