Madrid. Desnudos, encerrados por accidente en un estrecho cuarto de baño, José Sacristán y María Valverde se ven obligados a revelar las mentiras y verdades de sus personajes en el filme Madrid, 1987, escrito y dirigido por David Trueba, que se estrena en los cines hoy. Una lucha generacional y una premisa que en apariencia podría desarrollarse en cualquier tiempo y lugar. Sin embargo, la fecha y el sitio indicados en el título son vitales, ya que el objetivo es confrontar a un hombre curtido en la dictadura con una joven educada en democracia.

La juventud rebelde y esperanzada de Ángela, ambiciosa estudiante de Periodismo, choca con la madurez reposada de Miguel, un periodista crápula y consagrado que cree saberlo todo sobre la vida y al que, no obstante, aún le queda mucho por aprender, en una cinta donde la tensión sexual orbita entre ambos, haciendo aún más difícil la impuesta situación. "No hubo lugar para la invención, todo era perfecto" en el guión, señaló Sacristán ayer en Madrid. Y es que este filme lleva a engaño, ya que al centrar casi toda su energía en los diálogos, "parece fácilmente trasladable" a las tablas, "pero no es así", según explicó el realizador. No sólo por los desnudos, "que podrían desviar la atención de los espectadores de un teatro", en opinión de Trueba, sino por la posición de la cámara respecto a los personajes, que permite "remarcar las distancias", cercanas o lejanas, que separan a los protagonistas durante el desarrollo de su encierro. Además, "la sensación de encierro es más fácil de conseguir en el cine que en cualquier otro medio", destacó, defendiendo en todo momento el carácter cinematográfico de su propuesta, como también hizo Sacristán, que al leer el guión veía "una película" y no una función. Para Valverde, es "muy necesario" este tipo de cine: "Como actriz hay que estar abierta a todo tipo de películas, ya que a una película no la hace grande su presupuesto".

Pero este filme rico en lecturas es también una protesta contra la autoridad, algo que Trueba detesta porque "es un engaño que obliga a fingir". Así, la cinta se sitúa en contra de aquellos que sentencian en lugar de hablar.