Una media de 30 conciertos por semana, muchos gratuitos, casi todos ellos en la capital alavesa (aunque hay que hacer mención especial a Llodio), en su mayoría produciéndose en locales de pequeño formato (bares y pub), y en un número importante celebrados entre jueves y sábado aunque se cuentan citas todos los días salvo los lunes. Y eso dejando a un lado recitales corales, sinfónicos y similares. Con ellos la cifra media podría rozar las 40 actuaciones cada siete jornadas. Son datos de marzo y hay quien no los entiende no ya en una ciudad como Vitoria con un público tan singular, sino en plena crisis. Pero lo cierto es que cuanto menos parece que hay más se multiplica la música en directo.

Vitoria terminó el siglo pasado en una especie de desierto sólo roto por algunos locales que parecían verdaderos oasis comandados más por militantes de lo sonoro que por hosteleros convencidos de la rentabilidad económica del asunto. Y empezó la nueva centuria de la misma manera, aunque pronto contó con salas de medio formato que volvieron a querer mover a unos espectadores un tanto aburridos, dispersos y desconectados, además de poco amigos de pagar entrada. Y no es generalizar, es una idea que muchos promotores vascos repetían entonces sin problemas y algunos mantienen todavía, aunque sea con matices.

Pero por extraño que parezca, los últimos cuatro años, los mismos de la crisis, la agenda alavesa no ha parado de crecer, sobre todo entre los bares y pubs. Dejando a un lado lugares como Helldorado o Jimmy Jazz y también a locales de pequeño formato que son ya unos veteranos en esto como el Parral o el Extitxu, por citar algunos, lo demás ha sido una multiplicación sin parar para la música pero, en ocasiones, también para los monólogos, el teatro, la poesía y algunas otras expresiones.

Y todo está siendo desde Salburua hasta Lakua porque, en contra de lo que alguno pudiera pensar, esta vez no todo sucede en el Casco Viejo ni en la zona más céntrica de la capital alavesa. Ya sea con programaciones más o menos estables o con citas un tanto más distanciadas en el calendario, la apuesta por el directo está siendo más que notable en los últimos años.

La fórmula parece sencilla: ofrecer algo más al cliente, con entrada gratuita, para que no se quede en casa. Pero aquí es donde algunas voces de músicos alaveses empiezan a torcerse puesto que critican que eso se hace a base de pagar poco o nada a los grupos, o en el caso de algunos espacios donde se cobra taquilla, dejando a las bandas que sean las que corran con el mayor riesgo. Lo de las cervezas y la cena, es decir, el pago en especias se está poniendo demasiado de moda, según dicen algunos intérpretes, quienes señalan que en ciudades cercanas hay quien no ofrece nada porque se argumenta que dejando tocar a una formación concreta en su local la está dando una oportunidad, la está promocionando.

Eso sí, también hay quien opina que Vitoria está viviendo una situación única que los músicos de aquí tienen casi la obligación de disfrutar. Lo importante es tocar, luego viene lo demás, aún argumentando que esta idea no es una carta blanca a hacerlo todo gratis ni tampoco puede ser una forma de que contar con más amateur o semi sea el modo de no tener que invertir en profesionales del territorio.

Una idea compartida por unos y otros es que, más allá de las cuestiones monetarias, hay que saber mantener el momento sobre todo pensando en ese instante en el que la crisis pase (si es que llega, claro). Más música en directo significa más enriquecimiento personal y cultural. Esa es su apuesta frente al recuerdo, no tan lejano en el tiempo, de una ciudad en la que era complicado encontrarse con los oasis antes mencionados. Es algo que muchos intérpretes alaveses tienen claro más allá de ese tópico extendido de que subirse al escenario es hoy la única tabla de salvación para los que se dedican a la música visto que el mercado de distribución de discos está casi muerto. Los que estaban en crisis cuando las cuentas de los CD salían lo siguen ahora cuando en teoría el directo es la panacea, algo que no es real.

Lo curioso es que a Gasteiz le cuesta un mundo demostrar que tiene público para conciertos grandes e incluso de medio formato. También en ocasiones es complicado llenar un bar aunque el acceso sea gratuito. Y, sin embargo, está claro que algo funciona porque el número de escenarios no para de crecer.