Donostia. Amable pero resignado. Saizarbitoria se entrega a la entrevista con la disposición de quien se toma un jarabe, sabedor de que el esfuerzo resulta molesto pero beneficioso tanto para sus lectores como para su editorial fetiche, Erein.
Llevaba casi diez años sin publicar una novela. ¿Qué se siente al concluir una trabajo de 800 páginas?
Es difícil definir el estado de ánimo tras finalizar una actividad que me ha tenido ocupado muchas horas al día durante tantos años. Alivio, desde luego, la sensación de quitarme un peso de encima. Pero empiezo a sentir también cierta melancolía. Abaitua, uno de los protagonistas de la novela, que es ginecólogo, hablaría de “depresión posparto”.
En el vídeo promocional de Erein usted asegura que ‘Martutene’ son dos novelas en una. ¿A qué se refiere exactamente?
Hay dos voces narradoras en la novela, la del aludido Abaitua y la de una mujer de nombre Julia que es traductora. Dichas voces se van alternando en los 24 capítulos; en los impares se refleja el mundo de Julia y en los pares el de Abaitua, y cada unos de esos planos podría constituir una novela independiente. Eso sí, hay momentos en los que los personajes saltan de un plano a otro, y en los dos se habla de un mismo personaje, una joven socióloga americana de nombre Lynn.
La novela gira en torno a cinco personajes, el ginecólogo, la traductora y sus respectivas parejas y esa joven Lynn que parece tener especial relevancia. Ella es quien alborota o motiva al resto. ¿Qué tiene de especial?
Es joven y extranjera. Eso hace que la relación del resto de los personajes con ella sea más sencilla. Les es más fácil abrirse a ella, a pesar de la aparente barrera lingüística, precisamente porque tienen la coartada de que quizá no les entienda bien. “Total, esta no se entera”, se dicen. Por otra parte, no pertenece al grupo, no tiene prejuicios y por eso tienen interés en darle cuenta de su situación. Les ayuda a realizar una especie de catarsis. Se ven como son en ese espejo y, ante esa visión, reaccionan unos mejor que otros.
¿En esta ocasión acaba también mostrando el “lado miserable” de estos personajes, tal y como ya hiciera, por ejemplo, en ‘Gorde nazazu lurpean’, o ha sido más amable?
Yo soy muy comprensivo con el lado miserable. Todos lo tenemos. Me enternece incluso observar cómo tratamos de llevar y de disimularlo. Lo que no soporto es la tendencia a exhibir los aspectos miserables, esa actitud obscena. En mi época nos reprimíamos demasiado y eso no está bien pero en la sociedad actual, prima la naturalidad, el sé tu mismo, y eso está mejor, pero dentro de un orden. En Gorde nazazu, en Bihotz bi igual que en Bi bihotz, hacía la caricatura de la miseria en una relación de pareja pero no creo que era cruel. Trataba de ser irónico. En Martutene también hay miseria, pero tratada con ironía. En los pasajes más trágicos, en aquellos que tratan de la enfermedad y la muerte, concretamente, hay humor.
¿Usted es de los que ‘amarran’ bien a los personajes o les deja que tengan cierta ‘vida propia’?
Trato de amarrar muy bien todo. De alguna manera sigo siendo fiel a mi tiempo, a la nueva novela francesa, por decirlo así. Hacer una novela es construir un edificio en el que se improvisa poco. Como mucho, el color de la baldosa de los baños. Lo tengo todo previsto antes de escribir. Nada que ver con un Baroja que, por lo visto, muchas veces escribía la primera linea sin saber dónde iba a acabar. Sí es cierto, sin embargo, que en Martutene algún personaje se me ha rebelado. Cuando le oída decir eso a algún novelista no me lo creía del todo, pero es cierto que, sobre todo Julia, la traductora, actúa por su cuenta y toma alguna decisión que no estoy seguro de si la habría tomado yo en su posición.
En la novela habla usted, sobre todo, de la culpa y de la mujer, dos materias en las que reincide. ¿A qué se debe esa insistencia?
Hombre, a mí me pusieron en el mundo con la idea del pecado original. Nada más nacer ya era culpable. En esto ocurre como con la miseria, que hay gente que por su cultura y por circunstancias de orden psicológico -en las que yo no puedo entrar- tiene sentimientos de culpa o de indignidad injustificados, es decir, que se siente culpable sin haber pecado realmente y gente que, por el contrario, no conoce la culpa. En general, mis personajes están bastante abrumados por la culpa pero no porque sean más pecadores, sino porque son más frágiles o mejores personas. La culpa nos acogota y eso lo sabían muy bien los curas y frailes de mi tiempo. Pero reconozco que quizá sería más moderno si tratase de los otros, de quienes no son capaces de albergar sentimientos de culpa. En cuanto a lo de la mujer... no se me ocurre qué tema puede ser más interesante para un hombre.
¿Qué es lo que más le embelesa de ellas? ¿Y lo que más le intriga?
Me da un poco de vergüenza hablar de esto, así, a pelo. Me he largado una novela seguramente porque soy tímido. Sí, me fascina la mujer. En la mayoría de los aspectos me gusta más que el hombre y, la verdad, tampoco me hace gracia decir esto porque ahora resulta muy masculino decir que ellas son más inteligentes. Sinceramente, creo que el sistema educativo que padecí de crío me privó de muchas cosas -aparte de que me dio muchas palizas- pero lo más grave que me hizo fue separarme de las chicas. Me hubiese entendido mejor con ellas, me hubiera ido mejor... Y, sin embargo, actualmente, hay gente que vuelve a defender la segregación. Un amigo del escritor suizo Max Frisch, que tiene mucha importancia en Martutene, decía que mientras le interesasen las mujeres el novelista no moriría. Todavía no sé qué es una mujer, me intriga cómo es en el amor. En general, me siento mejor con ellas.
Y cuando habla de la culpa, ¿a qué culpa se refiere?
En Martutene se trata de dos culpas. Una colectiva en relación al tema de la violencia política. Ese es un capítulo de nuestra historia que habrá que cerrar bien. Además, el ginecólogo Abaitua tiene un profundo sentimiento de culpa motivado por un hecho lejano y esa carga le impide desarrollarse profesionalmente, le invalida, se siente en situación de inferioridad ante el otro, porque teme que conozca su pecado. Podría ser el juego entre un pobre neurótico con un desmedido sentimiento de culpa y una especie de psicopatilla, que hay bastantes, que carece de la capacidad para albergar ese sentimiento y ve la culpa en el otro como una debilidad de la que puede aprovecharse.
En la última parte de ‘Martutene’ retrata el paisaje de la posguerra. ¿No le parece un tema trillado?
Creo que no hay temas suficientemente trillados en manos de un buen novelista. El problema es que yo no lo sea, no el tema. Estamos equivocados cuando pensamos que lo de la guerra está ya muy hablado. Por ejemplo, el hecho de que todavía haya fosas con restos de asesinados en las cunetas parece señalar que no se ha hablado lo suficiente de ese tema.
¿De vencedores y vencidos?
A veces no es difícil discernir cuándo una persona, que no ha vivido ni de lejos la guerra, procede de los vencedores o de los vencidos. Conozco personas que todavía soportan la culpa de ser hijos de los vencedores. En Martutene se alude a la guerra para, entre otras cosas, contrarrestar la diferencia entre recibir la herencia del buen nombre -que recibieron los hijos de los gudaris-, y la herencia que vamos a dejar ahora para que la gestionen nuestros descendientes.
¿Le interesa más el pasado o el presente?
Me he hecho viejo, otra obscenidad, y sí que visito bastante el pasado. Por otra parte no entiendo el presente y es obvio que no tengo futuro. En relación a esto último me siento muy bien, muy libre.
En el texto promocional preparado por la editorial se dice que a la hora de ponerle título a la novela usted se basó en un trabajo de Max Frisch, en ‘Montauk’. ¿Esa obra solo le inspiró el título o le aporto alguna otra idea?
Digamos que la lectura de Montauk me transmitió un estado de ánimo en el que quise continuar. Montauk forma parte de Martutene; los personajes han leído la novela, hablan de ella como de la vida que les rodea. Eso es lo bueno de una novela que nos permite vivir una realidad más.
¿Se ha ‘vaciado’ en esta última novela o ha dejado flecos o temas sueltos en los que le habría gustado profundizar más? ¿Quizá en otro trabajo posterior?
Por gracia o por desgracia no me puedo permitir otra novela de este corte y dimensión. Por motivos puramente físicos. Para escribir hay que estar en un estado de forma como mínimo discreto. Se ha dicho que con Hamaika pauso escribí la novela de una generación. De alguna manera, en Martutene se visita a esa generación 20 años más tarde. La otra visita sería en el asilo y no me interesa. Pero creo que seguiré escribiendo. El cuerpo me pide hacer algo como otro Kandinsky, un libro para jóvenes. Kandinsky ha sido muy gratificante.
¿En esta novela sigue también empeñado en “escapar de la realidad sin dejar de hablar de ella?”
¿Sí? ¿Escapo de la realidad? No creo. Me parece que trato de aprehender la realidad a través de la ficción para hacerla más inteligible y más verdadera.
“Ser vasco ha sido para mí una carga”. Lo ha dicho usted. ¿Se va librando de ella a base de escribir o la escritura no ayuda a eso?
Sí, lo he dicho y tiene un poco de boutade, pero es cierto. Mi vida habría sido más fácil siendo suizo. A veces es un coñazo ser vasco, un vasco como yo, auténtico, de label: mucho compromiso, mucha responsabilidad. A quien no le fue destinado ese papel no lo sabe bien.
“Soy un escritor de culto para mil personas, y agradezco mucho eso”. ¿Sigue cómodo en ese hábitat que es la literatura en euskera o le gustaría proyectarse más?
Oído así puede resultar petulante. Sin embargo, siempre lo digo porque me parece importante para entender el papel que pueden representar las culturas minoritarias. En efecto, yo tengo unos lectores incondicionales que no me quieren solo como entretenimiento, que me dan un voto de confianza y que están dispuestos a hacer un esfuerzo, incluso, para superar ciertas dificultades de mi escritura. Tengo ese privilegio de los grandes en mi pequeña cultura y eso me da libertad. Sé que tengo un número suficiente de fieles que me permiten no traicionarme. Escribir sin pensar en el mercado. Además, estoy convencido de que de tener algún interés traducido a otras lenguas, será por eso, porque lo pequeño es universal.
¿Ha pensado alguna vez en qué tipo de literatura haría de no ser euskaldun? ¿Esa circunstancia le ha marcado mucho?
Ser euskaldun me empujó a empezar a escribir. Muchas veces he hablado de esto y tampoco sé si se ha entendido bien. Sin duda yo debía tener alguna vocación literaria pero la situación de nuestra cultura me facilitó asumir un rol activo. Quizá si no hubiese sido euskaldun me habría limitado a leer, pero había tanto que hacer en euskera en mi época, por pura militancia...
Hablemos de un tema que preocupa a algunos escritores y críticos euskaldunes: la universalidad. ¿No basta con hablar de nuestros temas para ser bautizado como ‘escritor universal’?
Pío Baroja decía de su padre Serafín -por cierto, un personaje que merecería ser más conocido- que escribía para dar a conocer a los de aquí lo que ocurría fuera y que de ahí su fracaso como escritor. Él, sin embargo, contaba lo de aquí para que fuera leído por los de aquí y por los de fuera. Mi generación hizo un poco como Serafín. Mi primera novela se situaba en Suiza y trataba de hacer ver la normalidad con que se desarrollaba la historia de una chica con un embarazo no deseado. Una situación que aquí habría sido trágica. Muchos lo hacíamos, en parte porque mi generación anduvo bastante por Europa pero también guiados por el afán pedagógico del padre de don Pío. Yo creo que lo que nos hace universales es hablar de lo nuestro.
Usted dijo en una ocasión que escribir conlleva “otras cosas” que le apartan de la escritura. ¿Se refería a estas promociones que a usted tan poco le agradan?
Podría ser aunque teniendo en cuenta que publico tan poco tampoco debería ser un gran problema. La promoción es tan necesaria como desagradable. Publicar un libro no es una aventura tan arriesgada como la de hacer una película, pero también tiene su riesgo. Yo no pretendo sacar dinero con esto, imagínese a cuanto me saldría la hora de trabajo, pero sí que siento la responsabilidad de que alguien pueda perder dinero por mí, por mi culpa -ya estamos otra vez-. Pero me cuesta mucho hablar de mí mismo y de mi novela porque la sinceridad confunde. Hoy en día si uno no dice de sí mismo que es un genio no vende. ¿Quién te va a creer si no te lo crees tú mismo? Mejor no digo nada. Pero bueno, sí que puedo decir aquello que dijo Montaigne, “este es un libro de buena fe”, y he hecho todo lo que he podido. Escribirlo me ha costado una gastritis, me ha impedido viajar, estar con mis amigos, ir al monte... He vivido como un monje, porque como decía Bassani, el de El jardín de los Finzi Contini, “para escribir pocas putas y poco remo”, con perdón.
Ahora que las nuevas generaciones optan por la inmediatez, por lo efímero y lo espectacular, ¿no le preocupa publicar un libro de 800 páginas?
Sí que me preocupa, por lo que he dicho antes. Tengo que responder a la confianza de mi editorial, que es mucha. Pero no creo que la extensión constituya en sí misma un problema. Creo tener los recursos técnicos para hacer que el lector se interese por la trama de la novela, que en Martutene hay tensión y cierto suspense pero reconozco que puedo ser un tanto exigente. Pero bueno, me agarro a aquello de Nabokov: el artista maestro asciende por una ladera sin caminos ciertos y cuando llega a la cumbre batida por el viento, ¿con quién diréis que se encuentra? Con el lector jadeante y feliz. Y allí, con un gesto espontáneo, se abrazan y, si el libro es eterno, se unen eternamente. Qué carajo, aspiro a eso.
‘Hamaika pauso’ es ya un clásico de la literatura vasca. ¿Qué sensaciones le produce ‘Martutene’?
Sinceramente, creo que he hecho lo que tenía que hacer y que al menos nadie me podrá echar en cara que no lo he intentado.