Tiene cuenta en Twitter. Ha salido, a su manera, en un capítulo de la versión televisiva de la Guerra de las Galaxias y en otro de Los Simpsons. Ha sido reproducido o versioneado, en parte o en su totalidad, tantas veces que realizar una lista sería casi imposible (tanto de manera anónima como con firmas que van desde Jorge Oteiza a Ron English pasando por Ibon Aranberri) y no sólo de manera visual ya que incluso músicos como Pat Metheny lo han convertido en notas musicales. Ha aparecido en sellos, cómic, grafitti, pancartas reivindicativas, murales, camisetas... incluso hay tiendas especializadas en tatuajes no muy lejanas geográficamente que venden como especialidad alguna de sus figuras más representativas. Y todavía hoy sigue generando polémica dónde ubicarlo temporal o definitivamente. Todo eso y más es parte del precio que supone ser una de las imágenes más relevantes del siglo XX, un icono artístico, político y social que lleva décadas traspasando fronteras. Es el Guernica de Picasso.

Antes del 26 de abril de 1937, el pintor malagueño ya había recibido el encargo del gobierno republicano de realizar un cuadro de grandes dimensiones que sirviera para denunciar la Guerra Civil española en el ámbito internacional a partir de su estreno en la Expo de París de ese mismo año, y eso que el creador y los distintos ejecutivos que había tenido el sistema desde su instauración se habían llevado bastante mal y el autor no era muy valorado en su país, donde no residía desde hacía bastante tiempo. Antes de aquella fecha, se sabe que él no tenía muy claro qué hacer. Después del bombardeo de la localidad vizcaína, hace ahora 75 años, la pieza tomó forma y fondo en menos de mes y medio, tiempo en el que su amante Dora Maar (una de tantas en la vida de un hombre acusado en repetidas ocasiones de maltratador y violento) tomó una serie de fotografías que suponen un documento histórico en sí mismas, un cómo se hizo impagable junto a los esbozos que también se conservan.

Esas instantáneas son las que le han servido al artista vasco José Ramón Amondarain para llevar a cabo lo que en el cine se denominaría como falso documental, una recreación a tamaño natural de los pasos dados por Picasso hasta llegar al resultado final, un estudio de las formas, decisiones y apuestas realizadas por el autor, un acercamiento a lo que pasó antes de que el creador diera por finalizado su trabajo, una visión del arte dentro del arte, un homenaje que se puede ver hasta septiembre ahora que la pieza cumple tres cuartos de siglo y Artium diez años.

Como siempre en estos casos, habrá quien ponga sobre la mesa el debate sobre el original y la copia, aunque en esta propuesta en concreto no tiene mucho sentido. No se trata de sacar una fotocopia, sino de entrar en el universo creativo del cuadro y de la persona que lo ideó según le iba dando su aspecto definitivo. Con todo, hace tiempo que el Guernica dejó de pertenecer, por así decirlo, a su creador. Reproducciones, aproximaciones, versiones e incluso parodias se acumulan a lo largo de su existencia.

Y es que el cuadro (o sus hermanos) ha servido para casi de todo. Desde fondo de las comparecencias de prensa en la sede de Naciones Unidas hasta mural reivindicativo en Belfast, Roma o La Habana pasando por reclamo contra conflictos como el iraquí y el palestino, entre otros. Desde punto de partida para obras de teatro hasta intentos de carteles festivos pasando por portadas de fanzine. Desde base para películas hasta protagonista de sesudos y amplios análisis artísticos e históricos pasando por una obra de arte que, sobre todo en determinados años, estuvo muy presente en muchas casas de dentro y fuera de Euskal Herria a modo de recuerdo y reivindicación. Todo eso y mucho más ha sido y es una pieza de la que hoy se está preparando una versión en 3D después de que un ordenador haya tomado 24.000 fotografías del original.

Que sigue, de una forma u otra, despertando pasiones es algo innegable. Artium lo sabe bien porque la exposición de Amondarain (creador especialmente preocupado por la pintura y su relación con la fotografía desde hace años) que acaba de inaugurar ha levantado una expectación destacada que se une a la gran curiosidad y relevancia que ha alcanzado en medios culturales la retrospectiva de Regina José Galindo, una muestra que habla del sufrimiento y la injusticia social. Pero volviendo al Guernica, tanto su realización como su autor y su utilización posterior (también de las múltiples versiones) son un claro ejemplo de cómo el mundo está lleno de paradojas, igual que la guerra que retrata.

Tal vez la más actual es la que pone sobre la mesa el hecho de que un cuadro tan universal siga siendo hoy objeto de lucha política para ver si puede o no ser trasladado algún día o a la localidad que le da nombre o, como mínimo, a un punto del País Vasco (tierra en la que nunca ha estado y eso que después de estrenarse en París recorrió varias ciudades). Pero también se podría señalar otras, como el hecho de que el único ataque de relevancia que ha sufrido se produjera por parte de otro artista, el iraní Tony Shafrazi, como forma de llamar la atención sobre la guerra de Vietnam cuando la creación se encontraba en el MoMA de Nueva York. O que fuera el dictador Francisco Franco el primero, allá por el 68, en dar órdenes para solicitar que la pieza se mostrara en España... Sin olvidar que, con toda probabilidad, el mayor alegato artístico contra la guerra y la violencia hecho en el siglo XX fuera pintado por un hombre que en su vida íntima era de todo menos pacífico o eso dicen las crónicas de sus andanzas, sobre todo, con las mujeres. O que...

En todo ello invita a pensar Artium con su última propuesta. En el cómo, el qué, el quién, el para qué... Porque, entre otras cosas, 75 años siguen existiendo otras Gernikas.