¿Cómo un violinista georgiano se convierte en un vitoriano más?
El destino (risas). Trabajé en la Orquesta Sinfónica de Tbilisi durante ocho años. Era una formación bastante potente. Teníamos un contrato con Sony para grabar en discos toda la música clásica. Imagina. Era muy duro, grabando 3 y 4 CD al mes.
Como el que hace tornillos...
Exacto. Venían muchos músicos famosos a tocar: Rostropovich... Además, hacíamos giras, muchas. Era como tomar aire fresco. No puedo estar mucho en el mismo sitio, me agobio, y el trabajo en una sinfónica es muy duro. Por eso, cuando tocaba salir, era una liberación. También era un poco paliza, porque te podías tirar un mes viajando en un autobús. En uno de los viajes, uno de los músicos de la orquesta se quedó en París. Ya sabes, era otra época. Después de aquello, en el siguiente tour nos quitaron los pasaportes. Yo tenía amigos en París, en Alemania, en... y todos me ofrecían un lugar para quedarme. Y me apetecía, pero tenía una hija de tres años y no podía desaparecer. Eso sí, nunca sabes qué te tiene preparado el destino. Llegó un momento en mi vida en el que las cosas cambiaron. Además de estar en la orquesta, estudiaba jazz e improvisación. De pequeño me gustaba mucho, desde que iba a Lenguaje Musical y la profesora nos dejaba cantar lo que queríamos. Me salía fácil. Desde muy joven tocaba cosas muy complicadas, que estaban por encima de mi nivel teórico. Con 16 años gané un importante premio como solista y ya fue cuando todo estaba encaminado hacia el violín a pesar de que mis tíos (mi padre había muerto unos años atrás) preferían que fuese arquitecto y mi madre quería que tocase el piano.
Muchos opinando.
Sí. Pero yo fui el que escogió. Y eso que el piano que teníamos en casa tenía su historia. Stalin le regaló a mi abuelo un coche por su esfuerzo en el trabajo. Era un gran vehículo. Sólo se regalaron diez, no te digo más. A mi abuelo no le gustaba conducir y cuando empezó la II Guerra Mundial estos coches eran muy demandados por lo fuertes que eran, así que lo vendió y con el dinero compró un piano.
Espere, que nos hemos desviado, que estábamos camino a Vitoria.
Sí, sí. A Tbilisi, por el negocio del petróleo, empezaron a llegar muchos extranjeros y abrieron un pub irlandés en la ciudad. Yo no conocía nada de la música irlandesa, tocaba jazz. Pero empezamos a actuar. Algunos clientes venían con discos de Irlanda para que nosotros aprendiéramos. Y poco a poco, empecé a sentir esta música en la sangre. Fue un descubrimiento increíble. Pero llegó el momento de decidir y quería cambiar de aires aunque me costase distanciarme de la familia. Había un hombre en Madrid que era conocido de nuestra familia y que me prometió que me iba a ayudar. Confié en él, pero me equivoqué bastante. Ahí apareció otra vez el destino porque nunca había pensado vivir en Vitoria. Sólo sabía que aquí estaban dos amigas mías georgianas.
Pero quedarse en Madrid solo tuvo que ser duro, ¿verdad?
No te puedes hacer ni idea. Me sentía cayendo en el vacío sin poder hacer nada por remediarlo. Mentalmente no estaba preparado para lo que ocurrió. Estaba en una realidad que parecía un sueño. No quería molestar a nadie pero llamé a mis amigas de Vitoria. Y llegué aquí hace diez años. Sólo vivían ocho o nueve georgianos en Vitoria (risas) y algunos de ellos me abrieron su casa durante seis meses. Todo mi dinero se había ido volando. Imagina. No puedo estar más que agradecido. Son como mis hermanos, la verdad.
Y aquí es comenzar de cero.
Totalmente. Además, cuando llegué... Ahí estaba yo: estación de autobuses, noviembre, a la tarde, lloviendo, todo oscuro... Me preguntaba: "¿pero qué es esto? ¿qué hago aquí?". Pero bueno, ahí empezamos a andar. Lo primero que pregunté nada más llegar era si existía algún club de jazz o algún sitio donde poder tocar. Y ahí me encontré con The Man in the Moon y con Stuart, un hombre buenísimo. Fue una pena lo que le pasó. Ahí, en ese local, vi la luz. Por allí estaba Kike Loyola, que me ayudó mucho, y así empezó mi vida en Vitoria.
¿Cómo es encontrarse con una cultura musical como la vasca y conseguir, un tiempo después, no sólo ser compañero habitual de Mikel Urdangarin sino que su violín sea solicitado por mucha gente de la música de Euskal Herria?
Creo que viene desde el conocimiento de la música irlandesa. El folk es un camino, como el jazz o la clásica. En mi vida he descubierto muchos caminos diferentes. Cada estilo hay que entenderlo y aportar. En el folk, por ejemplo, siempre improviso. En los discos de Mikel es igual. Nada está preparado, todo se hace en el estudio, tocando varias tomas. Y en los conciertos igual. Además, con Mikel tienes la posibilidad de actuar así. Lo que más nos inspira a los dos es poder improvisar porque entendemos que cada momento y cada concierto es diferente. Eso también lo pude hacer cuando llegué con muchos músicos de los que aprendí los caminos de la música vasca. De todas formas, y con tristeza, puedo decir que aunque Vitoria es una ciudad muy bonita, muchos músicos no pueden encontrar aquí su camino.
¿Y eso?
Es una ciudad, para vivir, muy cómoda. Tiene muchas cosas, también su vida propia. Pero lo que es espacios para que el músico pueda desarrollarse, no hay. No hay tantas posibilidades de crear. Una de las esencias de mi vida está en los logros como músico porque es un proceso continuo, que no se para. Lo que necesita cualquier músico es salir, tocar, enseñar. A veces, con unos amigos, nos llaman para tocar en algún bar por muy poco dinero. Bueno, ni eso...
Sí, la cena y unas copas...
Por ahí. El músico no depende del dinero. Como cualquier persona, lo necesita, pero si quiere tocar, toca. Eso es algo que no se puede parar. Bueno, por lo menos en mi caso.
¿El dar clases, como usted también hace, asegura por lo menos una parte de la financiación?
Bueno, una parte. Pero mira, con este tema me han sucedido aquí una serie de cosas que no entiendo. Yo, por ejemplo, no puedo trabajar dando clases en un sitio público, sólo en privados. En realidad, me da igual, soy feliz con otras cosas, pero me parece curioso. En un momento dado hice unas pruebas para entrar en conservatorios de grado medio, pero como no pertenezco a la Unión Europea y no tengo nacionalidad de aquí, tuve que preguntar primero al Gobierno Vasco, que me dio permiso para presentarme. La primera parada en el proceso era realizar un examen de castellano. Así que me fui a un instituto que está por Lakua a hacer la prueba con una irlandesa y un italiano. Allí estaba el jurado y uno de sus componentes puso en duda que yo pudiese hacer el examen a pesar de la carta que yo tenía del Gobierno Vasco. Me trataron de tal forma... y además no me aprobaron. Pero me dio igual, me olvidé, salvo por el hecho de que a los dos días me llamó Josu Zabala (ex de Hertzainak) indignado porque la persona de Irlanda que estaba conmigo era una conocida suya y le había contado cómo me habían tratado. Me dijo que montara una bronca, que escribiera una queja, pero no me apetecía. Pero sí, es una situación indicativa de muchas cosas que ocurren aquí. De todas formas, estoy muy contento con los estudiantes a los que doy clases en Aretxabaleta. Los pequeños progresan mucho y estoy muy contento.
Volviendo a la interpretación, dentro de nada estará liderando su propia formación dentro del ciclo Ondas de Jazz. ¿Mejor siendo el jefe que tocando para otros?
Me da igual. Yo toco música y disfruto. Ya está. Lo que pretendo es añadir algo que pueda enriquecer a otra persona. El proyecto que mencionas de Ondas de Jazz, que organiza Jazzargia, es bastante interesante. Me gustaría agradecer a Joseba Cabezas que me llamase. Él quería hacer el concierto en trío y eso necesita otros arreglos, ver las cosas de otra manera... Es decir, supone para mí un reto que me atrae mucho. Lo que hace Jazzargia en la vida musical de Vitoria es muy importante. Si sólo tienes el Festival de Jazz, después qué. Por eso son importantes este tipo de iniciativas. Incluso me han invitado a dar una master class sobre el violín y la improvisación.
¿Tiene la sensación de que el violín no es muy conocido?
Sólo puedo decir que cuando toco puedo ver a gente muy diferente disfrutando. Pero también, cuando estoy interpretando en un bar, veo a personas que gritan. Lo más importante es cómo puedes llegar a sentir tu instrumento, en este caso el violín. Conocerlo, para mí, es un placer, reconocer tu voz, saber lo que quieres decir. Luego, la gente puede sentir, aunque no tenga ninguna relación con la música. Y hay otros que no sienten y no pasa nada.
¿Escucha a otros?
Sí, pero lo que escucho tiene que ser muy excepcional para mí, tiene que llegar a mi concepto de lo que me gusta. Por ejemplo, para que me entiendas: coges la primera sonata para violín de Bach y te vas a Spotify y aparecen, no sé, cien interpretaciones; empiezas a escuchar y todas las versiones están tocadas por buenos músicos, no digo que no, pero llegas a un corte que, al escucharlo, dices: "eso es". El concepto que tienes de la música es lo que hace que te unas a esa interpretación en concreto. Cuando encuentro ese punto de entendimiento, para mí es un auténtico placer. En diferentes músicos me gustan distintas obras, esas que para mí tienen algo especial.
El músico de clásica y el contemporáneo, sobre todo el que se dedica a la improvisación, ¿se odian?
Hay mucha distancia entre ellos. El de clásica a veces parece tener miedo y no quiere conocer cómo se desarrolla la música. Al alumno de clásica le enseñan a tocar una partitura y se tiene que tocar así. Punto. Si te enseñan bien, mejor. El estudiante lo interpreta tal y como le han dicho, pero nadie le explica la razón de que eso deba ser así. Yo siempre he tocado cosas muy complicadas técnicamente y tuve profesores muy buenos que me ayudaron. ¿Un músico clásico no puede tocar otra cosa? Por supuesto que sí, sólo lo tiene que tocar. Dentro de la clásica también hay muchos estilos. No puedes tocar a Mozart como si fuera Beethoven. Por eso, además del desarrollo técnico es necesario aprender el desarrollo mental, que es lo que muchas veces no se da. Todos estos grandes de lo que llamamos clásica eran grandes improvisadores. Ahora parece que no, que dejaron su música escrita y ya está. No saben que, por ejemplo, en el barroco se escribían cadencias que servían para poder improvisar. Eso parece que no lo saben muchos músicos clásicos de hoy, no tienen ni idea. Yo conozco a intérpretes de instrumentos de cuerda que quieren improvisar, que quieren aprender pero es algo que aquí parece imposible.
¿Se puede hacer en otros sitios?
Mira, ahora en Francia quieren dar pasos para democratizar la enseñanza de música, en el sentido de ponerla en valor. En Viena, por ejemplo, estuve tocando con músicos de free jazz y me encontré con un concepto cultural muy diferente. Una noche me llevaron a un concierto de free con trompeta y clarinete bajo, y sólo había que ver la cara de la gente, estaba iluminada. Y yo, mientras tanto, bebiendo cerveza blanca, que aquí no hay. Bueno, sí en Donosti. Cuando acabaron, me invitaron a subir y allí fui. Ahí no había base, era otro concepto, el concepto de comunicar. Estuvimos media hora sin parar ante un silencio sepulcral en el local. Y volví a subir con otro trío y después se animó toda la banda del bar, y todos tocando free... deberías escucharlo, de verdad, y te preguntarías: ¿pero cómo pueden hacer eso sin una base? Pues porque es otro nivel, otro concepto, otra mentalidad.
Una experiencia más que sumar.
Yo sólo te puedo decir que me siento feliz de nacer y poder vivir. Llevo diez años en Gasteiz y agradezco a esta tierra los amigos que me he encontrado. Siempre he sentido que la gente me quiere y me respeta. Como músico soy feliz. Todo lo que he contado aquí es mi punto de vista partiendo de lo que he vivido. A partir de ahí, lo único que puedes hacer es dar gracias a la vida. Si no nacemos, no podemos hacer nada. Entre millones, sólo uno gana y fuimos nosotros (risas).