vitoria. Si nos ponemos básicos, la empatía no es sino la capacidad de ponerse en el lugar del otro. De mirar con su memoria, sentir con su bagaje, sufrir con su dolor. Hace doce años, la artista guatemalteca Regina José Galindo decidió ponerse precisamente en ese mismo punto de vista, transmigrando al lugar de las víctimas para encontrar en su experiencia su expresión. Lo hizo artísticamente. Y literalmente. A través del soporte de la performance -su propio cuerpo- y un poco más allá -la empatía elimina fronteras-, su trabajo se ha dedicado a marcar sobre la piel y el espíritu las huellas de la injusticia, convirtiendo su condición de sujeto en la de objeto. Y haciéndolo desde lo local -el entorno de su país natal- hasta lo global, porque, en este proceso de eliminación de los límites y de los rangos socialmente impuestos, piensa que "debemos de vernos desde la misma distancia, desde la misma altura".

Piel de gallina es el significativo -y revelador- título de la muestra. Porque la empatía, aquí, alcanza los niveles físicos, imprimiéndose en la epidermis y un poco más allá. El veneno de la banalización y la artificial protección que ofrecen las jerarquías han hecho que resulte sencillo entender los problemas del otro, asentir a continuación con verosimilitud a su discurso, y darse la vuelta olvidando automáticamente lo que acaba de suceder. Ese "vivir de manera pasiva" que describe la artista. Y lo que la muestra pretende es precisamente no quedarse en rasguño tangencial, sino cicatrizar la eclosión en las mentes, hacer "una llamada de atención para mí misma y para los otros".

"Para que no recuerdes el día de mi muerte voy a suicidarme de noche", reza, con negra y desgarradora ironía de prólogo, la primera de las poesías que se diseminan entre los registros audiovisuales donde se recogen las performances de la artista, las que suponen el verdadero núcleo de su actividad creativa nutriendo el incesante recorrido, que no permite tomar aire. Esta inicial sentencia evoca a la par que despista, aunque soterradamente presenta desde ya a una de las principales protagonistas de la sala Norte: la muerte.

Si su labor pretende alcanzar la máxima amplificación, de lo local a lo global -extendiendo, de paso, el eco de los desmanes que pueblan la realidad-, también sus piezas han ido progresivamente grabándose a lo largo de su cuerpo, como ecos de sus experiencias. En ellas, Regina José Galindo se ha convertido en cadáver lanzado al basurero -algo habitual en su país-, ha rajado su piel con el dolor ajeno -como narra un vídeo- o se ha sometido al waterboarding (la tortura del submarino, sucesivos ahogos en un bidón con agua) que el anterior vicepresidente de Estados Unidos consideró como una práctica admitida.

En Guatemala es habitual que las familias de clase media y alta tengan sirvienta, así que la artista decidió asumir ese rol durante un mes, rebasando la condición de performance y descubriéndose al final en la personalidad de Angelina, su alter ego. También, sumergiéndose en otra realidad ajena, siguió el canónico proceso de pareja y se vistió un traje de novia que nunca se pondrá, aunque el retrato está en casa de sus progenitores, y su padre asegura a todo el que lo observa que su hija "está felizmente casada". Paradojas del arte. No todo va a ser sufrimiento. Un pequeño respiro.

Porque hay performance leves -por así decirlo- y otras que viajan hasta las entrañas (sic). Una marabunta de contratados ladrones robó en acelerada coreografía, pieza a pieza, su coche en plenas calles del dominicano Santo Domingo. Pero también se revirtió en el papel de indígena, convirtiendo en golpeadora a quien recibió los golpes.

Los sufrimientos y torturas marcados por el género, los propios de la condición de mujer, reclaman uno de los principales focos de atención de la artista, que denuncia la reversibilidad de virginidades, el más que simbólico tráfico con el pelo de mujeres -en la cultura indígena, el cabello es sagrado- o el lastre que ejerce el enjuiciamiento estético, algo que mostró dejando tatuar en público su cuerpo a un cirujano plástico, cómo no, de Venezuela, meca del gremio.

Pero muchas otras problemáticas caminan por sus piezas, que suman una treintena de llamadas a la reflexión. Regina José señala el fronterizo negocio de las prisiones norteamericanas, espacios no estatales, "muy perfectos, pero macabros", que además de lucrar a empresas privadas -el Estado paga 77 dólares diarios por cada preso, que construye vasos para Starbucks y pone suelas para Nike". Lo hace pasando 36 horas con los suyos en una celda real. ¿Por qué con su pareja e hijos? "Con la doble moral gringa", las familias pueden permanecer unidas entre rejas.

El caparazón del individuo, las fronteras del arte, los límites del expolio -en el caso de Guatemala, ejemplificado en los minerales- son algunos campos temáticos por los que se mueve su mirada, que, "aunque parta de problemáticas locales es el reflejo de la problemática que existe en otros países", y que, recuerda el director de Artium, Daniel Castillejo, "queramos o no, es nuestra realidad, de la que somos responsables en alguna medida".

Aplicándose en la metáfora, la comisaria de la muestra, Blanca de la Torre, clava una refiriéndose a esta globalidad como "dolor polifónico". Los golpes sobre una concha de plástico que Galindo ocupa, las bofetadas que reciben su cara... El sonido del dolor ajeno conquistando sus propios oídos y la empatía del espectador dibuja una buena puerta para abandonar esa vida pasiva. O para comenzar a hacerlo. Porque, de lo contrario, la sociedad podría convertirse en un colectivo ciego que apenas sabe palpar la realidad, en un Sísifo que carga con su propio ataúd, en una anónima tortura que es la de todos y que se instala en cada memoria.

Una charla entre Galindo y De la Torre, hoy a las 12.30, puede ser la mejor llave para cruzar ese límite de la pasividad. La artista guatemalteca lleva más de una década atravesando fronteras para tratar de volatizarlas, consiguiendo incluso el aplauso de la crítica contemporánea y un León de la Bienal de Venecia. Su apuesta nulamente criptográfica, que se desbroza al apenas jugar dos bazas de analogías, es de agradecer en un panorama artístico que gusta de un enrevesamiento vacío, acostumbrado a esa frivolidad que Castillejo aparta de las intenciones de Artium. Con la sencillez de la fábula, Regina José Galindo prefiere definir lo amoral que jugar a la moraleja. No es una muestra artística. Es política.

El camino que abre su arte es ajeno a esas medallas gremiales. Es el que decidió ejemplificar enfrentándose -pequeña y delgada- a la campeona latina de lucha libre en un asalto que no podía ganar. Porque así es la vida, una sucesión de decisiones que se toman con la certeza de que saldrán adelante o, como en este caso, de que no lo harán. Pero no por ello dejan de hacerse. Deben llevarse a cabo, "aunque sepas que al final no vas a ganar". Porque la primera empatía pasa por no mentirse a uno mismo. Por empatizar con la propia verdad.