EN el siglo XVII, el médico Bernardino Ramazzini, considerado el fundador de la medicina del trabajo, aconsejaba a sus colegas: "Cuando vayas a la cabecera de tu enfermo pregúntale en qué trabaja para saber si en la fuente de su sustento radica la causa de su enfermedad". Pese a que la recomendación del doctor italiano se remonta a cuatro siglos atrás, esta mentalidad ha tardado en calar. En el Estado, según recuerda Jesús Uzkudun, secretario de Salud Laboral de Comisiones Obreras y rostro reconocible en la denuncia de las enfermedades profesionales, "a finales de los 80 solo se reconocían las de policías, ingenieros y directivos".
Son, en muchos casos, dolencias cuyo origen es difícil de diagnosticar, por contacto con materias indetectables, por rutinas que los propios trabajadores asumen como un desgaste ligado a su oficio, por ignorancia sobre los motivos de sus lesiones o sobre el derecho a una compensación. Esa invisibilidad es especialmente intensa en el sector de la cultura.
El verano pasado, un juzgado de Donostia dictó una sentencia pionera que significaba el reconocimiento de la sordera profesional de un violinista de la Orquesta Sinfónica de Euskadi. En las últimas semanas otro intérprete del instrumento de cuerda y un trombón han ganado el pulso a las aseguradoras. El País Vasco ha sido, en general, pionera en el reconocimiento de las enfermedades profesionales. "Euskadi representa el 16,65% de las enfermedades profesionales del Estado y el 21,67% de enfermedades profesionales sin baja. Pero no porque haya más, sino porque aquí se está levantando la alfombra. Y yo siempre digo que no hemos destapado ni el 10%", señala Uzkudun. "En el resto del Estado solo se habla de accidentes de trabajo, los daños prolongados quedan ocultos". Entre estos, en lo que se vincula a la cultura, la tipología menciona varios dolencias vinculadas a la música pero también a otras disciplinas como la danza, la escultura o los oficios creativos que exigen un uso continuo del ordenador. Araceli Larios, médico especializada en salud laboral, señala las difonías, o nódulos en las cuerdas vocales, "muy frecuentes en Gipuzkoa", que afecta a la gente que canta pero también a la que se dedicam a impartir charlas o conferencias. "En general, cualquiera que use mucho la voz, que sufra una sobrecarga por el esfuerzo". Hasta el pasado noviembre se habían contabilizado en el Estado 450 nódulos de cuerdas vocales por esfuerzos sostenidos en la voz. La mayoría se habían detectado en Euskadi. Larios insiste en que son "cifras orientativas" porque están "medio ocultas". Las mencionadas hipoacusias o sorderas profesionales afectan a los músicos, pero también a los que se encargan de verificar los doblajes de las películas. La médico, responsable de salud laboral en el sindicato, calcula que que el 75% de los intérpretes sufre algún grado de hipoacusia profesional que no ha sido declarado. También les afectan de lleno las lesiones osteoarticulares: tendinitis en hombros y codos fundamentalmente.
incapacidad
El dolor de Schumann
Larios alerta sobre la distonía neurovegetativa, especialmente en músicos de viento y profesionales de la voz (distonía de los labios), porque "son altamente discapacitantes y puede llegar a destruir al profesional". "El músculo falla por un problema neurológico, en el que intervienen condicionantes psicopatológicos, como el estrés. Al músico o al bailarín o al cantante se le bloquea, en determinadas circunstancias, un músculo. Les explora el traumatólogo y no encuentra nada. Se pasa mal porque hay un componente psicológico importante, creen que tocan de forma deficinete una nota", explica la médico.
Existe un caso famoso de distonía focal: el pianista Robert Schumann, un obstinado perfeccionista, sufrió de un modo inimaginable cuando descubrió que no podía mover los dedos de su manos derecha. La historiología musical concluye que su dolencia le obligó a apartarse de su carrera como concertista, pero, a cambio, la historia de la música ganó a uno de los más brillantes compositores del siglo XIX. Según el prestigioso Instituto de Medicina de Arte de Terrassa, uno de cada 200 intérpretes sufre este mal, conocido como el "cáncer del músico".
En la danza, las lesiones más graves significan, en muchas ocasiones, el final. "La mayoría, cuando se joden, dejan el baile pero no reclaman nada", lamenta Uzkudun, que recuerda que, más allá de la invisibilidad, la dificultad de diagnóstico o la falta de voluntad, otra peculiaridad de las disciplinas culturales evita el reconocimiento: casi todos los artistas son autónomos, no figuran en el régimen general que les permitiría identificar su dolencia como enfermedad profesional.
Los materiales y las herramientas también pueden resultar peligrosos. "Muchos joyeros han muerto por mesotelioma -cáncer de pleura-, porque utilizaban amianto para fundir sus piezas". A los pintores les afectan las sustancias inhalantes, y los escultores "chupan" granito y sílice, que en el resto de Europa están reconocidos como cancerígenos. "Aquí no está tipificado", apostilla. Algunas enfermedades no acaban con la persona pero sí con el profesional. "Preocupa mucho lo que llegue a incapacitar a la persona. Con una distonía de dedos, perdemos al músico y todo lo invertido en un trabajador de elite. En el mundo de la cultura el objetivo no es (lograr) la incapacidad, quieren seguir trabajando; buscan prevención, no una pensión e irse a casa. Es una mentalidad diferente y otro concepto de exigencia de prevención", asume Larios. Una epicondilitis, también conocida como el codo del tenista, "no representa lo mismo para un trabajador de la industria, que le operan y le tratan, que para un músico , que tiene que tener una habilidad y una sensibilidad de movimientos porque toca en una orquesta sinfónica", resume. "La reivindicación básica de estos colectivos es la prevención. Un artista no quiere una indemnización sino seguir trabajando". En este punto, los dos representantes de Comisiones Obreras censuran la "actitud cicatera de las aseguradoras". "En el caso de las hipoacusias niegan la exposición, descontando los ensayos, o rechazan que el movimiento al tocar los instrumentos sea repetitivo", subraya. "Están recurriendo todas las enfermedades profesionales, las llevan a juicio, pierden y las trasladan al Tribunal Superior de Justicia del País Vasco y al Tribunal Supremo. En lugar de dedicarse a gestionar la prevención, buscan sentencias para frenar la declaración de enfermedades profesionales", apunta Larios. "Busca la carambola de que si toca un juez facha o ignorante, puedan sentar jurisprudencia con una sentencia", acusa Uzkudun.
El futuro
Lesiones interiores
Mientras se avanza en el reconocimiento, surgen nuevas tipologías. Asociadas al ordenador, y a las actitudes de tensión, la más común es el síndrome del túnel carpiano, que provoca que el nervio mediano, que va del antebrazo a la mano, quede atrapado en el túnel carpiano a la altura de la muñeca: causa dolor, adormecimiento y, en los casos más graves, pérdida de sensibilidad. También emergen lesiones de los dedos índice entre los que trabajan con los pdas, que también ha sido bautizado: síndrome de la blackberry. "El mero hecho del agarre, de mantenerla en el aire, provoca lesiones en la mano, suelen recomendar que se apoye", advierte la médico, que, no obstante, alerta de que, más allá de los problemas articulares, el mundo tecnológico suministra una nueva y creciente preocupación: los problemas psicológicos. "Van en aumento", confirma Uzkudun. "En Dinamarca, en Suecia, en todos los países nórdicos, no preocupa la siniestralidad, sino el estrés. Aquí estamos muy lejos, no de tenerlo, sino de reconocerlo". Larios cita el pánico escénico, los problemas psicológicos derivados del enfrentamiento y del trato al público. "El espectador es muy tirano, o el trabajador lo siente como muy tirano, y habría que potenciar estudios al respecto". Constituyen el nuevo reto, las enfermedades más ocultas entre los males invisibles.