Vitoria. Recuerda Rosa Sánchez que, cuando tenía "ocho o nueve años", acompañó a su madre a comprar un cuadro al estudio de un pintor. Allí estaba el susodicho, aplicado a su lienzo. "Me parecía fascinante cómo mezclaba los colores, hoy todavía sigo pensando que pintar es hacer magia". Desde entonces, en su memoria la pintura siempre guarda rítmicos espacios, esos colores también pasaron a formar parte de su realidad. "No concibo la vida sin pintar".
En su lugar ante el caballete o a los mandos de Glamart DKS, Rosa se convirtió hace años en Dukessa, una artista/galerista que siente atracción "por todo lo que tenga que ver con la estética y con el arte", explica, rodeada de las pinturas, grabados y esculturas que pueblan hasta el 21 de diciembre su nueva muestra, titulada El feng shui en el arte.
Porque desde que comenzó a derivar su afición en formación, muchos fueron los lugares donde buscó las claves de la creación, desde la faceta pictórica en la Escuela de Artes y Oficios hasta la vertiente escultórica en Deba o los secretos del grabado en Betanzos. "Soy muy inquieta, me gusta probarlo todo", explica en el espacio que regenta en Pintor Verafajardo.
Alrededor de cuarenta muestras -colectivas e individuales- y obra presente en varias colecciones dan fe de su trabajo, que ha pasado, curiosidad mediante, por numerosos géneros, desde el hiperrealismo hasta el abstracto, pasando por descubrimientos claves en su forma de crear, como el uso de texturas. Miró, Chillida, Tàpies... Son algunas miradas que se han ido clavando en la suya, como aquella muestra desde Kandinsky a Pollock o El jardín de las delicias de El Bosco. "Después de mucho tiempo, ahora estoy redescubriendo a los clásicos". Aunque quizás Dalí sea uno de sus principales referentes presente en numerosos de sus trabajos. "Me fascina, es uno de mis autores de cabecera; con el surrealismo no estás sujeto a nada, sólo a lo que quieres".
También desde hace años, una nueva impronta ha pasado a formar parte de esa inquietud perenne. Se trata del feng shui, ese sistema estético oriental que predica que "la energía del entorno fluya en armonía con la de la persona" y del que se ha convertido en maestra.
La misma energía que busca en el lienzo en blanco, en los moldes escultóricos o en las pruebas para sus grabados, las vuelca en una disciplina que califica de "puzzle" en busca del equilibrio, un rompecabezas armado de brújula en lugar de pincel y también de esa estética que persigue como llave del conocimiento de uno mismo.
También le sirve, en esta ocasión, para bautizar su última exposición, en la que coinciden su quehacer artístico y su dedicación a la galería. Dukessa se expone en el local del barrio de San Martín, reuniendo toda su amalgama creativa.
Balada del río crepuscular, En la montaña y El primer día son los tres lienzos que alimentan, partiendo de una raíz poética, el espacio expositivo, completados por grabados, acuarelas y esculturas donde se mezclan materiales como el bronce, el o la madera, pintada siguiendo la línea de sus vetas.
La esfera es también, desde su evocadora forma, una de las claves de la selección, en la que cada obra cuenta cómo se integran todos los pasos de Dukessa en el ámbito artístico. "Tienes que saber construir para saber después destruir", reflexiona, aludiendo a su formación continua, que siempre se vehicula finalmente, cuando se encuentra antes la materia prima, a través de impulsos. "A veces la idea es un color, una forma, y de ahí la pieza te va pidiendo".
El cuerpo le pedía recopilar ahora su trabajo en una muestra individual, mientras el futuro cercano le ofrece también compartir su mirada en exposiciones que llevarán sus trabajos hasta Japón o California. No concibe la vida sin pintar. Tanto es así que en su segundo parto, no pudo evitar mezclar colores antes de romper aguas. "Mi hija nació por la tarde, y aquella misma mañana estuve pintando". Cada cuadro, cada escultura, cada grabado, cada acuarela. Todos son pequeños nacimientos que se van uniendo a su experiencia, que se deja pasar revista en Glamart DKS.