madrid. Maite Carranza (Barcelona, 1958) quería dar voz en su libro Palabras envenenadas a "los que no tienen voz", a los niños y jóvenes que han sido víctimas de los abusos sexuales y que están, por ello, "silenciados por la vergüenza, por el miedo, por su invisibilidad". Palabras envenenadas recibió ayer el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, del Ministerio de Cultura, y en él su autora quería "indagar y explorar" un tema todavía considerado "tabú", según cuenta en una entrevista tras conocer el galardón de boca de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde.
Maite Carranza, que el año pasado quedó finalista del mismo premio con su libro Magia de una noche de verano, reconoce que Palabras envenenadas era "una apuesta arriesgada", aunque subraya que precisamente en estos riesgos es donde el escritor "se atreve más" y no se preocupa de que el libro guste o no, sino de decir lo que desea.
Según su autora, la obra premiada es un thriller psicológico narrado en clave policíaca, en el que todo ocurre en un mismo día y que se inicia, "como ocurre en demasiadas ocasiones", con la desaparición de una joven, Bárbara Molina, durante cuatro años, en los que mientras que ella permanece retenida en un zulo todo el mundo la da por muerta. "Se trata de un secuestro, una apropiación, una posesión total, por parte de alguien que se ha tomado la justicia por su mano", señala la catalana, quien explora lo que le sucede a una persona "que llega a ser esclava de otra que la domina y que tiene en su mano los resortes de su personalidad".
En el libro, según su autora, hay "mucho respeto" hacia los jóvenes y ausencia total de situaciones "escabrosas", aunque sus lectores van a encontrar "mucho dolor, mucha confusión y, sobre todo, mucho desconcierto" por parte de la protagonista, víctima de una situación "anómala" pero "compartida por muchos jóvenes". Carranza se ha documentado con personas que han sufrido abusos sexuales en su infancia, pero no con niños o jóvenes de hoy, a quienes ve como "un material muy sensible", y dice con firmeza que los casos de abusos sexuales a menores que se conocen son sólo "una pequeña punta del iceberg, porque en el fondo de nuestra sociedad bienpensante subyace mucha suciedad, mentira e hipocresía".