"ESTAMOS de paso", sentencia Pep Bou. Porque las pompas con las que lleva dibujando horizontes de imaginación desde hace casi treinta años le chivan la metáfora al deshacerse, al aceptar con un lúdico pop inaudible su destino. Nunca son iguales. Y nunca hablan igual. De hecho su código les obliga a callar, y ese silencio es precisamente su esencia y el brillo leve y a la par denso donde se refleja su magia. Pero, si pudieran ejercitar la palabra, de poder pronunciarse una vez, el manipulador catalán cree que lo harían con la música del pianista Jordi Masó, la que se alía con sus volubles transparencias y opacidades en el espectáculo Clar de llunes, que hoy levita en el Teatro Principal a las 20.30 horas.
Hay "más caracter de concierto que de teatro" en este claro de luna, reconoce Bou, "una poética de forma directa, un paisaje burbujeante" en el que el teclista y el artista acuático sumergen al espectador, combinando sus fuerzas con un audiovisual en un universo de formas sinuosas y efímeras. Formas tan coreografiadas o partiturizadas como un baile o como la propia música que consiguió despertarlas.
Todo surgió de un reto. El que Masó lanzó a Bou. Crear una pieza a partir de temas de Frederic Mompou -hizo poca obra, pero lo que hizo estuvo muy bien- y de autores del gusto del propio Mompou, como Debussy, Blancafort, De Séverac, Aita Donostia, Fauré o Turina. "...Y me encerré a experimentar".
Formas nuevas y algunas "antológicas" que habían poblado ya su repertorio plástico se unen en un trabajo de 75 minutos en el que "la música está tocada tal y como está compuesta". Hay condiciones del ambiente, sin embargo, que varían las coordenadas de cada sesión, como le puede suceder también a un piano cuando viaja. "La pompa no tiene métrica, depende de la humedad, que la alarga o no".
Experiencia e intuición son las llaves para contrarrestar cualquier coyuntura. Bou las ha catado de todas las formas, colores y estados de hidratación. Por todos los rincones del mundo. Y, siempre que las realidades de cada montaje se lo permiten, utiliza para sus funciones "agua del pozo de mi casa, que no está tratada y tiene cierta dureza", para que, al menos, una de las piezas del rompecabezas sea siempre la misma, ya que las mezclas químicas y la meteorología sedimentada en el ambiente siempre varían su grado de acción. "Al menos, el agua que no cambie".
Hasta trescientos litros componen el montante que encauza Bou hasta su cita de hoy en Gasteiz, un líquido que, mezclado con "detergentes corrientes tensoactivos" en una piscina de poca profundidad -apenas tres centímetros- se convierte en océano de creación, aunque "el repertorio de Mompou habla sobre todo de noche, astros, luna, firmamento". El mismo que cruzó en avión para hacer una suculenta previa para la prensa. Apenas le permitieron meter unos cuantos botes pequeños de jabón en su maleta. Ya saben, cuestión de seguridad.
La mezcla, la forma del soplo... Son algunas de las claves del trabajo del artista de Granollers, que juega con tubos de todas las dimensiones, que alterna el aire -soplado, expirado- con vapor o humo de cigarrillo, aunque este último comienza a sustituirlo por aceite, para no encharcar sus pulmones con un vicio que no practica.
De algo tan sencillo como pompas, Bou levanta bocadillos que hablan, pensamientos que se mecen por la caja escénica, sueños que se alimentan en las mentes de los espectadores. Si el agua ha de ser "dura", sus creaciones no pueden ser más suaves y etéreas, conquistando el telón de fondo o incluso proyectándose en la pantalla. "Estamos de paso", asegura, aunque el suyo viene arraigando camino desde un Festival de Tarrega, allá por 1982, cuando un 11 de septiembre los telones le vieron debutar. Sus giras por todo el mundo o el premio Max de Nuevas Tendencias del año pasado hablan menos efímeramente que las pompas. Pompas sí, pero sin boato. Con 'Bou'ato. Con trabajo. Como el que ha costado cuadrar agendas para que esté en Gasteiz. "Por fin tengo al chico que quería", bromea -en serio- la responsable de la red de teatros, Marta Monfort. Ese chico es Pep Bou, el del arte efímero, el que cree que la vida consiste "en que nos desvanezcamos de la mejor manera posible". Como pompas.