vitoria. Tras poner punto final a su muestra en Artium, una experiencia de gran producción, coincidieron en el interior de Aitor Lajarín una sensación de "cambio de etapa", búsqueda de nuevos límites y revisión. El artista quería saber "qué cadencias podía identificar en mi trabajo, y me dediqué a sintetizarlas y hacerlas aflorar". El resultado es una renovada forma de afrontar la creación que tiene su primera escala en La orilla, la nueva muestra de la galería Trayecto.

Minimizadas y limpias, las conclusiones fueron empujando el proceso de trabajo, huyendo de la idea previa que había presidido su labor anterior. ¿Qué encontró Lajarín al mirar su trabajo? Interés por el detalle, códigos de organización, y una suerte de yin yang que mueve sus piezas entre patetismo y épica, entre drama y comedia. "Es algo que prácticamente he identificado en todo lo que he hecho".

También hay otro elemento que se cuela entre ese todo, la literatura. Lo hace en la pieza La mesa, el paseo, que remite desde las páginas de Robert Walser al microcosmos que nos rodea como fuente repleta de reflexiones. Lo hace en sus dibujos, que inspirados en Jorge Carrera Andrade proponen "sucesos de papel" que se bautizan como Cadencias y microgramas. Y lo hace, por último, en el título mismo de la exposición, reminiscencia de su lectura de El arquitecto, de Paul Valery.

La ambigüedad del objeto es el leit motiv de este último, que remite a esa orilla que da título al conjunto. Esa orilla en la que el objeto artístico es depositado por el mar. Esa orilla "como límite que separa lo conocido de lo desconocido", explica el artista, que se mueve de nuevo en la dualidad entre la sed de información y "el desasosiego que provoca el querer saber más".

Una gran instalación, Las resonantes, es el centro de todas las reflexiones orilladas, levantada a través de módulos intercambiables, poblada de esos objetos resonantes y conceptual en sí misma. "Esa propia estructura es la parte troncal y expresiva", apunta Lajarín, que se rinde a la ausencia de viveza cromática -hablan la suave madera y el papel- con un objetivo. "Sin preocuparme de los colores, puedo controlar más la forma, los tamaños, las relaciones".

Un primer paso, este que da en La orilla, con el que se "va a abrir una manera de trabajar en la que no voy a separar tanto un proyecto de otro". O al menos eso parece indicar su búsqueda de esencia, un diálogo más continuo que puede hacer convivir sus piezas intercalándose en diversas series. "He roto con la linealidad del trabajo", apunta. O eso cree, se matiza a sí mismo. Porque, a veces, menos es más. Y otras simplemente menos. Y menos mal.