Parece que corren malos tiempos para los chiringuitos y demás negocios playeros donde se sirven comidas; por lo que he visto por ahí, y por lo que me cuentan, este está siendo un verano de los de llevarse la comida a la playa de casa. Como en los años sesenta y setenta.

Algo ha cambiado, claro. Entonces, la comida viajaba en las clásicas fiambreras. Algunos incluso llevaban elegantes cestas de picnic. Por cierto: este término no aparece en el DRAE ni con cursivas; da gusto consultar el DRAE: es tarea inútil en muchísimos casos. Menos mal que todos sabemos lo que es un picnic. Yo conservo una magnífica cesta de picnic, de mimbre, inglesa, capaz para cuatro servicios, con todos sus componentes.

Bien, este año lo que se ha usado ha sido el tupperware, recipiente que debe su nombre al de su inventor, Mr. Tupper, y que tampoco aparece en el DRAE ni siquiera con los coloquiales tupper o táper. Así que si quieren llevarse comida de casa con todas las bendiciones de la Real Academia Española deberán usar tartera o fiambrera, términos bastante anticuados.

Volviendo a lo nuestro, en las playas han proliferado estos receptáculos... en perjuicio de las ventas de unos chiringuitos amenazados, además, por el extraño celo que les ha entrado en el terreno playero y gastronómico a las autoridades de nuestras costas, que han llegado a prohibir los espetos de sardinas en las playas granadinas. Y es que ya se sabe: en cuanto se le da autoridad a alguien, empieza por prohibir cosas.

Nunca me ha gustado comer en la playa. Hace años, los humoristas hacían chistes sobre la guarnición que cada cual prefería, los domingos, para la tortilla de patatas: la arena (en la playa) o las hormigas (en el campo). En la playa, en efecto, hay arena. Y lo de comer a pleno sol... no sé, pero me parece que no es ni sano ni cómodo.

a la sombra

Fiambreras con cosas ricas

Nuestra pandilla iba a la playa las mañanas dominicales y, al llegar la hora de comer, buscaba una sombra, cosa fácil de encontrar en Galicia, donde los pinares llegan en muchos casos hasta el arenal, para comer. Las chicas traían sus fiambreras llenas de cosas ricas, los chicos hacíamos un escote para preparar la correspondiente sangría... y allá comíamos, sentados en el suelo, sobre una alfombra de hojas de pino. Si había hormigas, ni nos enterábamos: éramos jóvenes y, encima, enamorados...

Con el desarrollo se fue abandonando la costumbre de llevarse la comida. Se apelaba al chiringuito, institución benéfica donde las haya aunque normalmente se haya pasado varios pueblos a la hora de cobrar las consumiciones. Y el gastronómico pasó a ser otro de los alicientes de la playa, más bien a base de ensaladas y muy variopintos arroces a los que la gente llama, indefectiblemente, paella. Pero la calidad de los chiringuitos era algo que se tenía en cuenta al elegir una playa. La crisis parece haber arrasado con todo ello. Una pena.

Claro que siempre hay quien se lo monta en plan lujo, sobre todo si tiene la playa cerca de su casa y, en casa, una madre complaciente. Una amiga mía lleva su amor maternal al extremo de, llegada la hora de comer, en vez de reclamar la presencia de sus hijos, ya algo más que adolescentes, en la mesa familiar, carga con los táper y les baja la comida a la playa. Vamos, que los niños viven como lores sin hacer gran cosa por merecerlo.

Y ¿qué hay en los táper? Algo de lo de antes, especialmente la tortilla y la milanesa, y novedades como ensaladas de pasta, que más bien son platos de pasta fríos, preparaciones con carne picada. Hasta la lechuga, que cada vez se parece más a una plaga bíblica porque está en todas partes, aparece en las comidas playeras familiares.

la crisis llega a la playa

Precios más ajustados

La oferta chiringuitera también se ha adaptado a la crisis. Pocos pescados de los de antes, como pargos o lubinas, y mucha sardina, mucho chicharro, pescaditos muy sabrosos, pero con mucho menos glamour. Y a la hora del heladito vuelve a arrasar la marca nacional de toda la vida, antes que las multinacionales que parecían haberse adueñado del sector.

La crisis ha llegado a las playas, y quienes basan su economía en la actividad veraniega a pie de playa están preocupados. Hasta restaurantes de prestigio han tenido que reinventarse y transformarse en locales donde se sirven los llamados "tapiplatos", entre tapas y raciones, a precios ajustados en la mayoría de los casos. Y conste que hay sorpresas agradables: los "tapiplatos" que ofrece la terraza de Rotilio, en el puerto de Sanxenxo (Pontevedra), son de lo más atractivos, pero es inevitable añorar el viejo restaurante, templo que fue del marisco de las Rías Baixas tantos años.

En fin, tiempos de crisis. Para todos, menos para los fabricantes de tupperwares y sus distribuidoras, suponiendo que se sigan vendiendo a domicilio, que me parece que ya no, pero era divertido. Yo, por si acaso, voy a ir desembalando mi vieja y querida cesta de picnic, con sus platos, sus cubiertos, sus vasos y hasta su termo: incluso en tiempos de crisis cabe, o debe caber, la elegancia.