Con la trigésimo quinta edición del Festival de Jazz ya en marcha, llega el lunes, y como viene siendo tradicional, toca gospel. El género desapareció durante unos años del programa oficial por aquello de que también se realizaban conciertos en la época navideña. Fue el momento de intentar la fórmula de las noches temáticas (la electrónica, la africana...) pero como aquello no terminó de calar y los cánticos espirituales desaparecieron del final de año gasteiztarra, el certamen regresó a sus orígenes.
Los hay verdaderos entusiastas de este tipo de música (hace doce meses hubo quien incluso acudió disfrazado a la iglesia de Mendizorroza con pelucas de pelo a lo afro y túnicas brillantes). También los hay que han escuchado 30.000 veces el Oh happy day (tema, por cierto, vetado en la capital alavesa después de ser interpretado en innumerables ocasiones) y piensan que el gospel se reduce a eso. Y quienes lo miran como algo a medio camino entre lo folklórico y lo turístico (hay templos en Estados Unidos que parecen un parque de atracciones con cámaras de fotos y vídeo por todos los lados).
Más allá de las diferentes formas de acercarse a este estilo por parte del público (partiendo de la base de que a la inmensa mayoría le da igual el componente religioso de esta música), lo complicado cuando de este género se habla es encontrar formaciones de calidad para traer a este lado del Atlántico, coros que no se resuman en ser algo pintoresco para europeos ajenos a estos sonidos y lo que implican.
En este sentido, el Festival de Jazz, salvo alguna excepción, ha conseguido dar con las teclas adecuadas a lo largo de su ya extensa historia, consiguiendo para la capital alavesa grupos que más allá de cantar canciones por todos conocidas, o hacer las típicas versiones de algunos temas de Porgy and Bess, han demostrado calidad de sobra como para caminar con solvencia por un sendero cuya capacidad de innovación o de abrir nuevas rutas creativas es mínima debido a sus propias características.
Ese saber hacer, Craig Adams lo lleva en las venas y seguro que así lo demostrará esta noche en Mendizorroza, en una cita que, ojo, empezará a las 20.30 horas y no a las 21.00 como pasará a partir de mañana (las entradas están a la venta por 15 euros). Lo hará acompañado por su The Voices of New Orleans.
A Adams le pasa lo que a muchos otros músicos afroamericanos: es todavía joven pero ya tiene detrás una larga carrera porque su vida se unió a la música desde que era muy pequeño. ¿La razón? La de casi siempre: la iglesia. Bueno, eso y que uno no es sobrino de Fats Domino y puede pasar de largo ante esa herencia. Como su tío, él es, dicho con todos los respetos, un pedazo de hombre negro (y no sólo en el sentido físico, que también) que suda cada nota, siempre elegante y adornando su presencia pública con no pocos anillos y cadenas.
Tampoco es un músico al uso, es decir, una persona que en un momento dado decide crear sus canciones, montar un grupo, grabar discos y salir de gira. Durante mucho tiempo se ha dedicado a estar dentro de los templos dirigiendo coros, colaborando con distintas formaciones, desarrollando su trayectoria en otros campos de su profesión. De hecho, el cantante y teclista de Nueva Orleáns esperó hasta principios de este siglo para poner las bases de su propio proyecto personal y salir de la iglesia para recorrer medio mundo.
Esa vida musical anterior le ha hecho un perfecto conocedor de todos los recovecos del gospel (no en vano, en este género, es miembro del jurado de los premios Grammy), dándole la posibilidad de introducir otros géneros en su propuesta. De hecho, el funk, el blues, el r&b o el rock son también sus compañeros de viaje. De eso podrán dar fe los que acudan al pabellón, que ya pueden ir previo calentamiento de manos y voz puesto que en las actuaciones de Adams, y de eso bien que se encarga él, los espectadores terminan siendo una parte más del coro y de los instrumentos. Y es que buena música pero también buen ambiente es lo que casi siempre ofrece Adams, un frontman que en ocasiones parece más el líder de un grupo de rock escondido tras su piano.
Quienes no conozcan de qué es capaz, que a buen seguro serán la mayoría, tienen una oportunidad única para descubrirlo esta noche. Quienes sí, estarán ya preparados para esta la cita de esta noche, aunque sea una pena que en ciudades como Gasteiz (pasa lo mismo en las capitales cercanas) encontrarse con el gospel sea algo que, como mucho, sucede una o dos veces al año.
El concierto, como casi siempre pasa los lunes en este certamen, será único. El aperitivo perfecto para las dobles sesiones que se iniciarán mañana.