Hay sonidos todo el año. En realidad, Vitoria no conoce el descanso ni siquiera después de fiestas de La Blanca (aunque la actividad no sea tan intensa como en otros meses, en los últimos tiempos se vienen organizando conciertos también a lo largo de agosto). Ya sea clásica, electroacústica, coral o moderna (desde el punk al hip hop pasando por todo el abanico que se quiera), la música se resiste a irse de vacaciones. Todo lo contrario, aprovecha el inicio de la época estival para presentar al público sus guindas anuales, los festivales.

Desde que el Azkena Rock Festival cambiara su posición en el calendario de principios de septiembre a finales de junio, hay más de uno en la capital alavesa que se pega un atracón de actuaciones de órdago a la grande en estas fechas. Junto con el certamen ya celebrado, el programa de Jazzaharrean (que está en estos momentos llevándose a cabo) y el cartel del Festival de Jazz (que arrancará justo dentro de una semana), cualquiera al que le guste el rock y el jazz (algo nada extraño) puede meterse entre pecho y espalda más de 150 conciertos en tres semanas y media casi sin comerlo ni beberlo. Si consigue salir vivo del intento, claro (también en lo económico, aunque una buena parte de los recitales sean gratuitos).

Aunque Gasteiz tiene cierta tendencia a sufrir esa enfermedad llamada festivalitis (de televisión, de juegos, de performance, musicales, de teatro, de títeres, de...) ya que parece que todo se tiene que hacer bajo ese formato o, más bien, con esa etiqueta mediática para venderse mejor al respetable, es ahora cuando la capital alavesa vive su momento de ebullición en esto de los certámenes de verano. Es verdad que, tanto por sus características propias como por su presupuesto, Jazzaharrean no se puede comparar con los dos grandes antes mencionados. Tampoco lo pretenden sus impulsores. Pero mirarlo por encima del hombro sería un error. La apuesta del Casco Viejo, con el Parral y el Gora siempre ahí, va creciendo año a año (desde el inicio junto a DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA como medio colaborador), involucrando a más gente y a más escenarios amigos, consiguiendo más que destacables resultados y proponiendo un plantel sonoro muy apetecible.

Pero más allá del estimulante cartel (que transita además por las sendas del blues, el soul y el funky, y que esta vez suma también cine, sesiones de Dj y concursos fotográficos), lo reseñable del evento impulsado desde la colina es quién está detrás, es decir, locales que durante todo el resto del año no paran de acoger, sobre todo, conciertos pero también teatro, recitales poéticos, espectáculos multidisciplinares... La almendra, gracias a la iniciativa privada, tiene la agenda más que ocupada de martes a viernes y, en ocasiones, sábados. Es decir, Jazzaharrean viene a ser un postre que completa un menú previo, aunque esa parte de la carta no se dedique de manera exclusiva o preferente al jazz.

Algo parecido se puede decir con respecto al Azkena Rock Festival, que también cuenta con este periódico como medio oficial. Es decir, no sale de la nada, su realización viene a ser el último piso de una tarta que otros cocinan el resto del año. Helldorado, Jimmy Jazz e Ibu Hots son, junto a una larga lista de bares y locales de tamaño más reducido, el motor que hace que la música y, sobre todo, aquellos estilos que se pueden englobar dentro de la palabra rock, pongan la banda sonora de la capital alavesa a lo largo de los doce meses. Es más, la propia promotora del evento (Last Tour International) desarrolla una constante actividad trayendo diferentes giras a la capital alavesa (sobre todo, a la sala de la calle Coronación).

No hay que ocultar el hecho de que no todos los responsables de los escenarios privados y dependientes de asociaciones ven con buenos ojos ni al festival ni a la actitud institucional con respecto a él. Pero aún así, la mayoría entiende que el ARF tiene su sentido en Gasteiz como consecuencia lógica al trabajo que ellos hacen. Es más, a la gran mayoría de sus clientes habituales es fácil verlos en Mendizabala.

Los datos sobre el macroencuentro hablan por sí solos. Más de 55.000 espectadores en la última edición con todos los hoteles llenos. El Azkena, que como sus dos compañeros de principio de verano es también un negocio, genera movimiento y riqueza, sobre todo porque, en comparación con el Festival de Jazz, el porcentaje de personas llegadas de fuera de Álava es mucho mayor que el de público local con todo lo que ello implica.

Lo cierto es que la cita rockera hace tiempo que traspasó fronteras convirtiéndose en un referente, en un punto de encuentro para miles de personas, pero partiendo de esa base antes comentada, de una ciudad que en la última década ha conseguido reconciliarse en gran parte con la música en directo, más allá de que todavía tenga algunas asignaturas pendientes, gracias al esfuerzo y el tesón de diferentes salas que, a veces, da la sensación de que no están bien valoradas.

A la décima edición del ARF y la sexta de Jazzaharrean le seguirá el próximo domingo la trigésimo quinta del Festival de Jazz. Se dice pronto, pero no es nada sencillo encontrar, dentro del mundo de la cultura, citas que aguanten, y además con buena salud, durante tanto tiempo.

En su caso, de todas formas, el comportamiento del público todos los años genera el mismo debate, algo, por cierto, que ya cansa. Los hay que acusan a la cita de ser un mero acto social para gran parte de los espectadores mientras la ciudad se queda huérfana del género el resto del año. Y puede que para algunos sea así. Una parte de razón no les falta. Pero la verdad es que quien no quiera disfrutar del jazz en otoño, primavera o invierno en Gasteiz es sólo por falta de interés.

Ahí está la actividad de la asociación Jazzargia o la iniciativa de algunos locales y músicos, que organizan conciertos o jam session abiertas. En los últimos años, la capital alavesa se ha propuesto darle la vuelta al tópico antes mencionado y, sin embargo, no lo consigue del todo. La razón es muy sencilla: mientras aquellos que van a Mendizabala a finales de junio son habituales de las salas de rock el resto del tiempo, encontrarse con muchos de los que pasan por Mendizorroza a mediados de julio en actuaciones de jazz fuera de este periodo es casi misión imposible.

Los clichés están para desmontarlos y habrá que seguir trabajando en éste. Por lo demás, sólo queda una cosa: disfrutar de cualquier tipo de música sin importar el calendario. Por fortuna, en los últimos diez años han cambiado mucho las cosas en este sentido en Gasteiz, algo de lo que no pueden presumir ni siquiera ciudades cercanas premiadas hace poco ni otras con más población.