quien no escuchó una sóla nota, es que no pisó el centro. Porque, tras el reciente Musikaldi, Gasteiz volvió a abrir el estuche para bailar el sábado. Gastroswing gastó buena parte de su carnet de baile sacando a la acera esa pista que esconde la ciudad, mientras el Gasteiz Big Band ponía todo el viento en las velas. También plástico en sus frases, George Braque dejó dicho que así como un jarrón da forma al vacío, la música hace lo propio con el silencio. Vitoria se puso, como él, cubista -al cubo- con un menú de música, baile y fiesta. Porque también la almendra aportó lo suyo al pentagrama, resonando en el Gaztetxe, en El Campillo, en las kalejiras... Con 'b' de Bigtoria.

El palacio no iba precisamente despacio. Porque el Europa fue el primero en abrir el telón -privado- para repartir nociones de baile a diestro, siniestro. Y a algún ambidiestro. Gastroswing se hizo luego público, emergiendo clandestino por las calles del casco. Lindy hop en plan bandolero.

El primer maridaje llegó en lo alto de la colina. Los festivales se dieron la mano y se sacaron a bailar. Los bomberos soplaron paradoja calentando el ambiente. Como en el Midnight in Paris de Woody Allen, Montehermoso parecía retrotraerse a melodías pretéritas con una B3 Dixieland salida de otro tiempo y continuada por la Big Band Berri.

Tras sus últimas notas, la calle Correría se convertía de repente en la calle del swing. En Swingería conquistada por globos y corcheas. Tras darle a la mandíbula, que esa también baila, el apartado didáctico se trasladaba al centro cívico de El Campillo, con vecindad eléctrica de bandas de rock en el poli.

El plato fuerte se servía sobre el gris cemento de la Virgen Blanca, que a media tarde se teñía de colores. El arco iris de camisetas de la Txiki Txiki Big Band emergía sobre el escenario. Pero no había llovido. No hubo que cantar el swinging in the rain. Más que Gene Kelly, al frente de los txitxikis Ana Isabel Bravo parece Tom Cruise en Minority Report, ordenando en el aire las briosas notas de los jóvenes talentos. Estos le quieren. Y se lo dijeron con música... Y flores.

Emergieron tras sus pétalos las blancas remeras de la Harmonie Junior d'Artix, con Nicolás de maestro bilingüe. No fue el único txiki que habló. Cada tema vino precedido de una anécdota personal, con un Julen que llegó al paroxismo, poseído quizás por las dotes celebrativas de Pepe Reina. Sonaba de nuevo a banda sonora de Woody Allen, y los cambios de músicos en la carpa convocaban también al camarote de los hermanos Marx.

"Todos los niños del mundo que se pierdan que vengan al escenario", bromeaba Ana Isabel, encubriendo quizás un casting paralelo para la banda. Pero no hace falta. En su tercera aparición pública, la TTBB volvió a salirse. Hasta el pequeño Urko, uno de los bailarines de Traspasos, lo sabía. "Venimos a bailar con músicos de verdad". Sol -astro y nota-, instantáneas, aplausos, swing y buena ración de risas. "Mejores que los mayores", volvió a ser una de las frases de la tarde. Y también se repitió esa que dice que "somos las personas las que movemos el mundo", adhiriéndose a los lemas de los tenaces indignados.

La Gasteiz Big Band, tras otro camarote marxiano, tomó el relevo y esprintó con fuerza, demostrando que la música puede ser también musa, pintando melodías. Todo ello mientras comenzaba una nueva sesión de esa práctica made in Gasteiz que es el pintxopote, esta vez gastrobailable. La música seguía dando forma a un silencio que ponía el ritmo en cada huella.

Salvo ser poseedores del don de la ubicuidad, por la noche hubo que elegir. Y bendita dificultad. Hubo quienes se encaminaron a la llamada de la Swing Apur, Please, en una Jimmy Jazz ya completamente rendida al lindysmo. Y hubo quien eligió volver a escalar la colina para mover las caderas con No Reply, el combinado de fin de fiesta del Big Band Festival, agujas aparte. ¿Merluza o solomillo? Un poco de cada.

No hizo falta iPod para conectar los caminos. Se encargaban de amenizar el paseo los músicos de la Brassa Band, los ecos rockeros del Gaztetxe, las trikitixas itinerantes, provocando una seria amenaza de síndrome de abstinencia, de resaca, que cada uno tendrá que combatir hoy como buenamente pueda.

Los discípulos del Gastroswing todavía pueden hacerlo con los últimos estertores de esta primera edición. Los fieles de las big bands podrán unirse a estas llamadas o pincharse algún disco. O cerrar los ojos y convocar todos los ecos que dejó una cita intensa, una auténtica ginkana de programación.

Quizás sea la última vez que coinciden en el tiempo, porque Gastroswing apunta en futuras ediciones un salto a finales de agosto. Pero, tras lo de ayer, el ajetreado público gasteiztarra podrá aferrarse al tópico y confirmar aquello de "que me quiten lo bailao". Quien no escucho notas, quien no percibió el involuntario movimiento de sus pies, tendrá que ir a mirarse los tapones de cera o escanearse el sistema nervioso. Porque había tanto que escuchar que las aceras asemejaban un dial eterno. Había tanto que ver que parecía imposible no quedarse bizco. Rebosante de swinging in the sun, Gasteiz volvió a mover su plato. A dejar surco.