Cannes (Francia). La escocesa Lynne Ramsay, con su aplaudido retrato de una Tilda Swinton odiada por su hijo desde el día que nació en We Need to Talk About Kevin, y la australiana Julia Leigh con su más criticada Bella durmiente convertida en prostituta, abrieron ayer el concurso en Cannes.

Una mujer que ve cómo su vida se convierte en un infierno por un hecho tan supuestamente positivo como la maternidad y una prostituta que ejerce su profesión bajo los efectos de la anestesia eran premisas lo suficientemente interesantes como justificar su selección en el festival más prestigioso del mundo. El primer hilo argumental es el de We Need to Talk About Kevin, intensísimo y espinoso drama protagonizado por una espléndida Tilda Swinton, cuyo hijo le hace permanecer ajena a realizarse como madre. "Se establece un estado de guerra entre ellos desde el día en que nace Kevin", resumió la directora. En contra de las teorías psicoanalíticas, Ramsey defiende en su tercera película la hipótesis del mal innato en el hombre y, pese a todo, exprime el sentimiento de culpa de una madre atónita y desorientada. Con la novela de Lionel Shriver como base y con la música del miembro de Radiohead Jonny Greenwood, We Need to Talk About Kevin hurga en esta situación a priori antinatural y enfatiza con la onmipresencia del color rojo -la película arranca en plena fiesta de la Tomatina, de Buñol- esa culpa que crea la adicción y el bloqueo de una madre que no puede aceptar la perversa naturaleza de su hijo. Y Swinton basa ese debate interior más en las miradas que en el texto. "Creo que las palabras han hecho la vida muy difícil a las miradas en el cine y creo que hay películas que se vienen abajo cuando los actores empiezan a hablar", dijo.

También en gran parte silente por dormida es Sleeping Beauty, debut en la dirección de la escritora australiana Julia Leigh que ha llegado a Cannes con la baza de una desnuda (literalmente) interpretación de Emily Browning y el aval de Jane Campion como productora, la única mujer que ha conseguido una Palma de Oro. La directora se pregunta: "¿Qué diferencia hay entre el voyeur y un simple testigo?", y para la respuesta pasa la pelota al público, en el que busca "una reacción de impacto fuerte" y no le importa "en qué dirección" al empezar ya desde la primera escena, en la que la actriz se somete a una endoscopia real. Sleeping Beauty, que nada tiene que ver con el cuento clásico de Perrault, prosigue sus golpes de efecto dando vueltas sobre el concepto de sumisión. "Pero es una sumisión que tiene en su tranquilidad su rasgo más radical", según la directora, que muestra al espectador el incómodo concepto de prostitución inconsciente.