Vitoria. Era 20 de mayo de 2008. En el palacio foral se reunían, por un lado, la por entonces diputada de Cultura, Lorena López de Lacalle, junto a su equipo, y, por otro, un buen número de artistas locales. Ese encuentro era la consecuencia lógica de una serie de reuniones casi a título individual que se habían iniciado el marzo anterior, unos contactos dirigidos por la institución en su ánimo de reabrir la sala Amárica y encontrar nuevos cauces de relación entre la administración y los creadores. Aquel día, eso sí, se dio el primer paso en firme para la elaboración de un proyecto que ahora que termina la legislatura en la que nació mira al futuro con cierta preocupación, consciente de que no todos los partidos observan con buenos ojos a una iniciativa que ha crecido y mucho en este tiempo alcanzando hitos importantes, aunque tampoco ha podido conseguir ciertos objetivos ni ha querido ir más allá en determinadas cuestiones.
A grandes rasgos, la estructura resultante de aquella reflexión era una asamblea abierta que, cada cierto tiempo, iría eligiendo a un consejo rotatorio que debía hacer las veces de gestor de las líneas principales de la actuación y del crecimiento del proyecto así como de interlocutor con la Diputación para, sobre todo, establecer el diseño de la programación de las salas Amárica, Casa de Cultura Ignacio Aldecoa y Archivo. Eso sí, con el paso del tiempo se han ido incorporando novedades a este esquema general, se han creado grupos de trabajo para temáticas específicas, se ha asumido también la coordinación expositiva del Espacio Zuloa, se han establecido relaciones con otros entes y agentes culturales tanto del Estado como de otras partes llegando a realizar intercambios de creadores, se han impulsado mecanismos de contacto directo con la sociedad como las Superasambleas, se ha...
Es más, todo eso se ha hecho con un presupuesto que ha ido menguando con el paso del tiempo debido a la crisis económica y eso que al principio tampoco era ninguna maravilla (con el dinero destinado por Diputación a una de las salas se gestionaban tres y casi todo el resto del programa en 2008).
Pero más allá de entrar al detalle de lo realizado, la verdadera aportación del denominado Proyecto Amarika era y es la constatación de que cuando una institución quiere compartir su poder y gestionar lo público de una manera distinta, no hay barreras que lo impidan. Y es precisamente eso, que otros puedan tener voz y voto y que se rompa la verticalidad en la acción de la administración lo que pone muy nerviosos a varios de los partidos políticos que tienen posibilidades claras de salir triunfantes de las elecciones forales del día 22. En las urnas, eso sí, no está en juego la continuidad de la iniciativa, puesto que sus integrantes ya han dicho que su existencia no depende ya de lo que pase en la plaza de la Provincia. Pero sí lo está qué postura tomarán los futuros rectores del territorio con respecto a su relación con este grupo de artistas locales. La crisis y esta incertidumbre sobre el futuro parece, además, que están paralizando hasta cierto punto la labor de Amarika, que de un tiempo a esta parte da la impresión de haber reducido un tanto sus apuestas y de encerrarse un poco en sí mismo. A eso hay que añadir que de determinadas líneas de trabajo nada se sabe, como los famosos talleres de Zaramaga, los informes sobre el 2 y el 1% cultural, el Buzón de Proyectos, el desarrollo de una imagen propia y la potenciación de la presencia en Internet...
Hace tres años, el Proyecto Amarika fue presentado como un experimento que representaba una oportunidad única. Hoy, más allá de las críticas externas o internas que se realizan de vez en cuando, debería ser una realidad en busca no ya de consolidación sino de crecimiento exponencial. Mañana... bueno, eso sí que es una incógnita.