LOS ANGELES. La cantante ha explicado a Vanity Fair que "no tuvo infancia" pues sus padres no le leían otro libro que la Biblia, ni le dejaban escuchar otras canciones que las sacras. Así, consiguió que sus amigos le prestaran CDs a escondidas, y empezó a crecer por sí misma.
Los años pasaron y Perry se convirtió en una persona "muy abierta", al contrario que su familia, con los que sin embargo se lleva bien. "Coexistimos. Ya no trato de cambiarles, y no creo que ellos traten de cambiarme a mí. Aceptamos nuestras diferencias", explica. Ahora tiene un marido hinduista, saltó a la fama con un primer single sobre experiencias homosexuales y está dispuesta a "entrar en contacto con diferentes culturas y personas, y sus opiniones y perspectivas".
Todo ello le sirve, además, para crecer en el terreno musical y tener una carrera que es "como una alcachofa": "La gente puede pensar que las hojas son sabrosas, pero no saben que hay algo mágico oculto en su interior". Y como todo le va genial, sabe que seguirá haciendo lo que le apetece sin preocuparse por lo que digan de ella.
Si supo salir de su entorno y llevar una vida diametralmente opuesta, ahora no piensa preocuparse "por lo que digan de su relación o su pecho". "Mi esponja es enorme y estoy absorbiendo todo, mi mente se ha extendido radicalmente. La gente compra mis canciones, las entradas de mi gira están agotadas", afirma una pletórica Perry, que sin embargo sabe que no debe distraerse: "No trabajaría a este ritmo si no supiera de verdad que la fama es efímera".