madrid. El vietnamita Tran Ahn Hung, experto creador de atmósferas sensuales como la de El olor de la papaya verde, estrena en España su cuidada adaptación de Tokio Blues, la novela de Haruki Murakami que para él siempre encerró un misterio: el de hacer adictiva la tristeza.
"Murakami tiene la habilidad de crear intimidad con sus historias y dejó algo tóxico dentro de mí. El veneno en ti crece y sale a la superficie hasta hacerse casi peligroso", aseguraba el realizador en el festival de Venecia. En busca de ese factor intangible que avivaba el pesar discreto de Watanabe, el protagonista de la novela ambientada en los 60, y su relación con dos mujeres opuestas pero a su vez tristes -Naoko y Midori- lo primero que entendió el realizador de Cyclo fue que tendría que asumir que "hay que traicionar al libro de alguna manera para hacer que la película fluya", explica.
Este blues tokiota -protagonizado por Kenichi Matsuyama y Rinko Kikuchi, conocida por Babel y Mapa de los sonidos de Tokio-, busca su propio aroma y para ello intenta extirpar la melancolía renunciando al flashback que es la novela entera. "Hubiera hecho la película demasiado nostálgica y quería retratar una herida fresca, que pasa en tiempo presente de los personajes", dice. Así, Tran Ahn Hung va sorteando el melodrama para retratar con sentido de lo cotidiano el continuo postergamiento de la felicidad. "La mayoría de la gente tiene la sensación de que no vive su vida plenamente. Piensas que tienes tiempo para aprovecharla y luego los trenes pasan", resume. Además de olor, Tokio Blues tiene sonido y, a pesar de que su título original de Norwegian Wood se inspira en un tema de los Beatles, el del filme lo pone Jonny Greenwood (Radiohead), que vuelve al cine tras su elogiada experiencia orquestando Pozos de ambición, de Thomas Anderson. Y el sabor es, inevitablemente, japonés. "Me gusta Japón", afirma el vietnamita. "Hasta cómo escriben el precio de los huevos en el mercado, es realmente bonito", dice. Pero tras esa perfección formal se esconde su gran tragedia, que en Tokio Blues se plasma en ese suicidio que afecta, directa o indirectamente, a sus protagonistas. "Lo que es impresionante en el fenómeno del suicidio japonés es que la gente no expresa sus sentimientos; el misterio es muy opaco, no puedes ni intuir qué es lo que pasa", dice el director.