IMAGINEMOS una de esas gigantescas bandadas de pinzones reales que llegan desde los bosques boreales para pasar el invierno en los montes alaveses. En medio del sobrecogedor aleteo, el primer ave zigzaguea a la izquierda. El resto le sigue. Después, plantea un loop. El grupo le imita con la instantaneidad de una neurona espejo. Otro movimiento. Otro reflejo. La metáfora se ofrece idónea, máxime cuando entre las virtudes de los pájaros destaca la capacidad cantora. Así, igual que una sincronizada bandada, se mueven las voces del gregoriano, siempre inspiradas por el mismo destino, siempre al unísono, apoyadas y reforzadas mutuamente en las tesituras del camino. Muchas voces. Siempre una sola y mística voz.

¿Recuerdan el boom del género? Impulsada por una potente campaña de EMI, en 1993 se reedita una grabación -perdidos sus derechos de autor- de los monjes de Silos, que veinte años antes había pasado sin pena ni gloria y que, sin embargo, en año y medio, proporciona al sello beneficios millonarios, conquistando oídos y espíritus... con privilegiada afinación para el dólar.

Para entonces, Antxon Lete ya llevaba mucho tiempo cultivando el género. "Hace 35 años que comencé a meter gregoriano en la Coral Samaniego", recuerda el director. Esa labor rigurosa y callada -pero cantada- no tardó en dar sus frutos, sumando con la formación cuatro Medallas de Oro (1983, 1988, 1990 y 1993) en el prestigioso encuentro vocal de Tolosa, donde Ismael Fernández de Lacuesta -director de aquella primera grabación de los monjes e integrante de uno de los jurados- anota el buen hacer de Lete. Otro segundo puesto en la no menos relevante cita de Arezzo llegó dirigiendo al Coro Araba.

1994. Las dos historias están a punto de cruzarse. Las dos tesituras -promoción desbordada del disco de Silos y trayectoria in crescendo del coro-, convergen en una sola. "Ismael Fernández de la Cuesta planteó '¿por qué no hacemos un proyecto y extendemos el gregoriano por todo el mundo?'", recuerda Jesús Mari Estarrona, uno de los integrantes de ese coro que se estaba comenzando a gestar.

Ismael, por entonces catedrático de música antigua del Conservatorio Superior de Música -en los 60 abandonó el monasterio- había intentado en vano crear el grupo con alumnos del conservatorio. Sus voces eran excelentes, pero poco apropiadas para el gregoriano, y no podía contar con los propios protagonistas de la grabación para el proyecto, ya que "estos no pueden salir del monasterio", apunta Rafael Sevilla, otro de los integrantes de la formación que emergía. Así que, a instancias de un productor americano interesado, "se planteó que el nuevo coro recorriera el mundo no con frailes, sino con seglares". Antxon asume el reto que le propone Ismael y, tomando cantantes de Samaniego y Araba -también, en un principio, de Coro de Aretxabaleta de Gipuzkoa- crea el grupo. "Con 22 era suficiente", recuerda. La asociación se bautiza como Cantus Planus, en alusión al canto llano que describe el género. El coro: Schola Gregoriana. Y es que el mimetismo vocal que exige es una auténtica escuela de rezo. Lo dejó dicho San Agustín: "el que canta bien, ora dos veces".

La coyuntura es inmejorable. La experiencia de las gargantas, idem. Tras el debut en la Catedral de Salamanca, todo cuaja en una gira de dos semanas -bajo denominaciones coyunturales como Coro of Spain, Coro de España, Coro Ismael Fernández de Lacuesta...- a través de un país hipnotizado por el recogimiento. "El éxito fue tal que Estados Unidos vivía el gregoriano y querían que fuésemos allí", recuerda Jesús Mari. Rafael, encargado -además de su papel vocal- de traducir los textos, indicar los acentos, preparar las presentaciones de los conciertos y apoyar a Lete con el programa, vuelve también atrás en el tiempo. "Con el eco de Silos estaban convencidos de que éramos los monjes", asegura. Tanto es así que, en su concierto en la catedral de Nueva York, una señora, al descubrir su origen no religioso -al menos, no estrictamente- exigió la devolución del dinero de la entrada.

Se perdió una gran velada la fundamentalista formal. Hasta dieciséis cadenas cubrieron la velada de la Schola Gregoriana, tras la cual, recuerda Jesús Mari, un hombre se acercó con una pregunta que se respondía sola. Pura retórica. "¿Tendrían algún inconveniente en cantar en Sidney?". Tras finiquitar el interestatal y aplaudido on the road -Chicago, Portland, Hartford, Washington, Milwaukee, Pittsburg, Philadelphia y Boston; en una segunda gira, Nueva Orleans-, el grupo siguió diseminando melodías por medio mundo, desde multitud de ciudades del Estado hasta diversas plazas europeas -Iesei, Civitella, Palermo, Bruselas...- pasando por los dobletes de México y Bolivia, Venezuela o la citada Sidney. "Recordamos aquello como algo muy importante", señala Antxon.

Los refranes suelen resultar infalibles. Al bautismo del concepto de canto gregoriano se le puede aplicar el de 'unos ganan la fama y otros cardan la lana". Esta rama vocal -o, mejor dicho, raíz, ya que es germen de la polifonía- recibió su nombre de la recopilación realizada por el Papa San Gregorio Magno, pero en realidad surge en el 33 d.C., cuando la persecución a los cristianos les lleva a rezar en las catacumbas para evitar ser descubiertos.

Es por ello 'anónimo' el adjetivo que mejor se adhiere al gregoriano. Anónimo en esos primigenios creadores, en la firma de sus tetragramas, en la condición que asume cada integrante del coro, que pone su voz, su tesitura habitual, al servicio del colectivo. Esta expresión vocal con conciencia de grupo fue una auténtica "fuente de inspiración de cantidad de autores clásicos", explica Antxon Lete.

Más que ninguna otra expresión musical, el gregoriano sigue fiel a su tiempo. Cada vez que se canta, destapa la historia que lo rodeó y el espíritu mismo que lo gestó. Estos salmos de la comunidad cristiana exigen por ello, casi por encima de la técnica, una inseparable espiritualidad. "La expresión, los acentos, el empaste, la vocalización, la respiración...". Son algunas claves en las que Lete encuentra el cauce de trabajo. "Todos conforman una unidad, no sobresalen las voces; cantan en una monodia y se tienen que acomodar", describe. "Por eso ni Plácido Domingo ni Montserrat Caballé valdrían", apunta Rafael.

Juegos lumínicos -focos, cirios...-, aroma de incienso, teatralización... Son elementos con los que Schola Gregoriana Cantus Planus -actual denominación- contribuye a que el espectador viaje al pasado, a su propio interior, desde un camino que abre el sentimiento unánime de las voces e incentiva siempre un entorno religioso. Es habitual que, tras sus veladas, el público compare sus voces con ese canto atribuido a los ángeles, con algo llegado del cielo. "Frente a todo ese ruido que hay en la sociedad, está este otro rincón, esta línea melódica delicada, y la gente disfruta por ello", asegura Lete. "Es una música popular, tecnificada y culta creada para interpretarse siempre igual".

La homogeneidad de timbre, sin embargo, cuenta con el contraste que le aportan algunos silencios de parte del coro o los solos de un cantante. "Hay un diálogo entre las voces y eso le da amenidad", explica Lete, que recuerda además las anotaciones que matizan cada nota. No hay un batua al respecto, sino muchos tipos y escuelas. Y ya no se facturan obras nuevas. "Pero la misa en euskera, la de Barturen, es prácticamente gregoriana, está inspirada por este canto, y es bien bonita", puntualiza Jesús Mari.

Otro de los colores del repertorio -registrado en cinco discos- reside en su carácter estacional -Navidad, Cuaresma, Pascua, Pentecostés-, que se alterna con los temas del oficio y sus protagonistas -Virgen, Espíritu Santo, Eucaristía...-, lo que lo convierte en un reflejo religioso que, como la propia iglesia, aúna la virtud historicista y el pecado del inmovilismo.

Lejos queda ahora aquella eclosión de mitad de los noventa, nominados incluso a los Grammy por un vídeo grabado en los Jerónimos de León. La Schola Gregoriana -ahora son quince voces- sigue ensayando cada lunes en Arana, y mantiene una dinámica de media docena de citas anuales, generalmente por el entorno alavés.

Entre sus próximas citas, por ejemplo, la visita al santuario de Nuestra Señora de Escolumbe (Kuartango), el 15 de mayo, o a Salinas de Añana, el 15 de junio. Para noviembre, Santo Domingo de la Calzada. Y otro objetivo es estar presente en el programa de Santa María en 2012, cuando el templo gótico se abra al culto. Pero lo esencial, como siempre, es que "la gente sale muy contenta" de sus veladas, tras sentir el aleteo de ese pinzón unánime. Ellos siguen haciendo lo que más les gusta, cantar con una sola voz, orando dos veces. "La voz humana está considerada el mejor instrumento; sus sonidos, sus posibilidades, son impresionantes", ilustra Jesús Mari.

El gregoriano ya no goza de aquel impulso puntual que revivió sus sonidos primigenios. Ya no es tiempo, tampoco, de vocaciones religiosas. Rafael recuerda cuando el seminario hervía con hasta seiscientas. La imagen -sus discursos se fusionan, como en el coro- dispara el recuerdo de Jesús Mari. "Con seis años ya iba a misa al seminario y, cuando acababa, me quedaba hasta que el organista acababa de tocar". Cada uno guarda su propia historia de pasión musical. Todas se hacen una cada vez que se reúnen. Cada vez que se hacen anónimos para afinar en busca de un único espíritu.