Si le pregunto por cuándo empezó a actuar, ¿caeremos en el estereotipo de que actuaba para su familia y amigos cuando era pequeña?
Sí. Yo esperaba que llegaran las navidades no por los regalos, sino por poder juntar a toda la familia para hacer mi show.
Necesitaba público...
Para mí sola en el espejo también lo hacía. Y no sólo me gustaba ponerme la peluca, sino que les decía a mis hermanos, a mis primos "tú vas a hacer esto, tú lo otro". Lo pasábamos muy bien, lo hecho de menos.
¿Hay que tener un entorno así para que emerja la interpretación?
Creo que sale de ti. Vas buscando lo que más te gusta. Hay críos que juegan con coches, otros pintan y a otros les gusta disfrazarse.
Luego ya dio el paso de apuntarse a clases de teatro...
Lo planteé como hobby. Un día crucial fue cuando, antes de entrar en bachiller, nos pasaron un cuestionario en Sagrado Corazón sobre qué queríamos ser. Nos daban una lista de profesiones y teníamos que elegir tres... No me gustaba nada. No me lo pensé dos veces. "Voy a estudiar arte dramático, en principio para ser actriz". Iba a entrar en la Resad, en Madrid, que era la de más prestigio, la que tenía más salidas. Pero hablé con un chico de Vitoria, con el que estoy trabajando ahora en un montaje, que había estado en Inglaterra en una escuela, y me encantó, porque no te enseñaban solamente a ser actriz, tocabas todos los puntos del mundo de la escena. Te enseñaban a ser autónomo dentro del mundo de las artes escénicas. Por eso nosotros ahora en la compañía hacemos todo. Creamos, interpretamos, vendemos...
Es más práctico...
Eso es. "¿Tú eres actriz?". "No". "Entonces, ¿qué eres? Porque te veo actuar". Es un tema que va para largo. Me considero intérprete. Interpreto acciones. Es casi como una partitura musical.
Interpreta la realidad a través de la ficción...
Exactamente.
¿Cuándo le emocionó la interpretación de alguien por primera vez?
Vino más todo desde el interior, desde mi experiencia, desde lo que sentía en un escenario, ante un público, más que de un ser cómo. Esa idea de que, siendo actriz, puedo ser muchas personas. En cualquier trabajo eres tú y tu trabajo. Aquí puedes ser un pirata, una damisela en apuros, el malo malo, la buena buena. Puedes tener muchas vidas dentro del poco tiempo que tenemos.
¿Qué siente cuando actúa?
En la puesta en escena suelen pasar una media de dos minutos y medio para que entre a tope. En esta pieza sé que es al pasar el primer texto.
Es su aduana...
Pero a veces entras, sales y vuelves a entrar. Es como una montaña rusa. Estás subiendo, estás subiendo, eres consciente... y luego ya te dejas caer y no puedes hacer nada. Y luego está la preparación de los papeles, que tienen siempre elementos biográficos. Es muy interesante, porque descubres cosas de ti misma que tenías olvidadas, que no habías tocado... Y de repente salen.
Viene bien para autoreciclarse...
Trabajamos con elementos físicos biográficos, fotografías... Además, no llego al síndrome de Diógenes, pero lo guardo todo. Entonces siempre tengo elementos a los que recurrir, épocas de mi vida, objetos que te van a abrir un montón de puertas en cuanto a la creación, al enfoque que le quieres dar a la pieza...
¿Y cómo buscan la creación, a través del juego, del mensaje...?
Siempre intentamos que esos elementos sean generadores para el público. Es un elemento mío, de mi vida, pero con el que casi inmediatamente tú te puedes identificar o reflejar. Objetos, textos o acciones en los que el público se refleja. Forman parte de mí pero, a otro nivel, forman parte de todos. Así el público hace suya la pieza. También entra y sale. Escucha un texto y, de repente, eso le lleva a un momento puntual de su vida, luego vuelve...
Al final hay que lograr que el público se suba a escena, que sea usted.
Sí. Es negociar un diálogo no hablado con el público. Un diálogo mudo, interior, que cambia cada vez...
Uno de los lenguajes claves de Sleepwalk Collective es la performance, con esa paradoja de estar muy ensayada y, a la par, dejarse llevar. ¿Cómo es ese tira y afloja?
Es maravilloso. Tienes una estructura fija, sabes que el trabajo funciona, pero a la vez estás en la boca del lobo cada vez. Es muy excitante, muy interesante. Intentamos coger los elementos de la performance que más nos gustan para llevarlos al teatro. Intentamos quitarle el elitismo que tiene. La gente piensa "¿eso lo voy a entender yo?". A veces pasa también en los museos con exposiciones, que dices "no la entiendo". Queremos que esa definición encasillada desaparezca. Mezclamos la disposición teatral. Jugamos en el límite entre ambos.
Le aportan clasicismo del bueno...
Usamos fragmentos de una acción, de un texto, de una música, de un vídeo, donde la conexión está clara. Muchas veces la performance es "hago este gesto durante treinta minutos y significa...". "Pues porque me lo cuentas tú...". No queremos contar, queremos que el público pueda entender y agarrarse a algo.
¿Se percatan de cómo lo vive?
Me alimento de eso. Es lo que me hace pasar a la siguiente escena. Son una serie de acciones que no funcionan con la acción en sí, sino que cuando se llega a un punto pasamos al siguiente.
Habrá que tener cuidado con no desbordarlo...
Siempre dentro de unos límites, de una estructura, se puede jugar. En todos los trabajos nos pasa. Cuando hacemos las primeras muestras el público no ha entrado al trapo, pero es que mi trabajo no ha sido tampoco el mejor, no he sabido llegar. Se aprende una vez vas probando diferentes públicos. No es el mismo el de Amsterdam que el de Bilbao, pero hay patrones que te hacen prever un poco cómo va a ser.
¿Anticipan sus reacciones?
Para una pieza hacemos muestras públicas a lo largo de todo el proceso. No está el producto acabado y de repente lo enseñamos. Al principio igual hacemos solo cinco, quince minutos para probar el material. Con esta última pieza hemos hecho encuentros bis a bis, para una persona cada vez. Y, después, eso lo hemos vuelto a llevar al teatro, para que la esencia que se crea en ese encuentro furtivo se mantenga en un teatro. ¿Te ayuda a prever? Sin intentar dirigir, te ayuda a prever cómo va a funcionar el material.
El cocinero da a probar su plato...
A la familia, a los amigos... Aunque eso también es complicado. Intentamos tener un público real, fuera del ámbito familiar, de amigos, del gremio. Una de las razones por las que volvimos de Londres fue ésta. El público no era real. Eran intérpretes, creadores... Está guay, pero sentíamos que se cerraba el círculo. No existía porque no era público real y aquí lo encontramos.
Debería haber un público objetivo becado y rotatorio...
Como en los juicios. "Te toca ir al teatro...".
¿Cómo vive cada nuevo proyecto?
Cada proyecto se va gestando durante bastante tiempo. Siempre nace de la coletilla del otro. Te quedan cosas pendientes, que has descubierto y que redirigen tu trabajo. Antes de terminar con algo ya estamos pensando en lo siguiente.
Entonces son muchos papeles, pero a la vez el mismo papel...
Va por generaciones. Siempre hay genes del anterior, pero cada uno es diferente. Como las personas. Eres diferente, pero lo que llevas dentro te va componiendo. Intentamos también redescubrirnos. En el próximo montaje vamos a trabajar sobre la tecnología. Este último es sin embargo muy humano. Una persona, un cuerpo, en este caso el mío, en el escenario. Un cuerpo muy vulnerable. Incluso hay un momento en la pieza en que invito al público a que haga lo que quiera conmigo, literalmente. Tienen un minuto.
(Contiene la respiración)
Arriesgado. Por otro lado, bebo casi una botella de vino tinto en quince minutos. Es poner al cuerpo en una posición muy vulnerable. Ahora intentamos llevar eso al mundo de la tecnología. Cómo se puede hacer eso desde un mundo tan frío. Vídeo, sonido, pantallas. Sammy (Metcalf) y yo llevamos trabajando muchos años juntos y nos entendemos perfectamente. El proceso es siempre el mismo. Hacemos una inmersión durante un mes, durante un período concentrado, y se genera mucho material, y luego se hacen muestras públicas. Después la pieza sigue creciendo, pero ya de gira. No es un espectáculo que se termina. Se crea algo muy condensado, muy denso...
Lo ideal, con este planteamiento, es que no hubiera horario, ni lugar. Pero hay que darle forma...
Los límites están para saltárselos. Nos gustan también las convenciones, los límites, jugar dentro de ellos. A veces te los saltas, te encuentras con el abismo y no sabes por dónde seguir. Sin embargo, dentro de ellos siempre te puedes salir un poco. Tenemos por ejemplo una pieza que dura seis horas. Sammy hizo una pieza en Londres donde él y otro intérprete, Unai, el que me convenció para ir a Londres, coincidieron en un montaje en el que se encerraban en un teatro durante una semana. Vivían allí. Nos interesan esas cosas, pero hasta cierto punto. No por el simple hecho de que sea diferente ha de ser bueno.
¿Qué le emociona como público?
Tengo variedad de gustos y depende del momento en que me pilles. Lo que tengo claro es que el teatro con cuarta pared, en el que se olvidan de mí, no me gusta, me dan ganas de gritar "¡estoy aquí!". Me pasó en Madrid, en un montaje para diez personas, donde estábamos a solo unos centímetros de los actores, olíamos su sudor, era muy cercano. Y nos ignoraron por completo. Con la danza, por ejemplo, me cuesta un poco conectar porque soy muy racional. Necesito, no que me den todo hecho, pero que me den pequeños detalles con los que pueda construir, pero últimamente me estoy sorprendiendo. Me están ganando.