BERLÍN. El Coriolanus de Shakespeare, reciclado por Ralph Fiennes, sacudió a la Berlinale, con una versión libre del militar inquebrantable convertido en enemigo del pueblo en la Roma de ayer, compartiendo la jornada a competición con V Subbotu sobre ese sábado de 1986 en que se resquebrajó Chernobyl.

Trasladar a Shakespeare y la falsa democracia romana a las guerras de nuestros días no es tarea fácil, por mucho que ayude el impecable inglés shakespeariano de Fiennes y Vanessa Redgrave. Tampoco lo es traducir al lenguaje actual la tragedia del militar capaz de ganar todas las batallas, pero no el corazón del plebeyo, a merced de patricios manipuladores decididos a convertir su torpe discurso de soldado en desprecio hacia el pueblo. Fiennes lo intentó en el filme donde debuta como director y ejerce además de protagonista. Coriolanus se mueve entre fragores de guerra y ejercicios de declamación, entre tanquetas policiales sofocando al pueblo y duelos a muerte contra el enemigo insurgente. "A Shakespeare podemos verle muchas lecturas. La Roma de entonces estaba sacudida por el hambre, la revuelta popular era una revuelta por el pan, como muchas de las que vivimos hoy", sostuvo Fiennes, quien acudió acompañado por Redgrave y Gerard Butler. El Coriolanus de Shakespeare y sus recelos hacia el mundo romano "nos ayudan a formularnos provocadoras preguntas, como el sentido de la democracia, la capacidad de ciertos políticos para malversarla y el papel del poder militar", añadió el actor y director.

Tras la sacudida de Fiennes llegó el turno de V Subbotu (Innocent Saturday), de Alexander Mindadze, un filme que sitúa al espectador en el 26 de abril de 1986 cuando estalló la mayor catástrofe atómica de la historia nuclear civil. Un joven funcionario del Partido, Valery, está ahí cuando todo ocurre. Huye a todo correr carretera arriba, mientras responsables políticos y técnicos optan por silenciar la que se avecina. Se desarrolla a partir de ahí un vertiginoso catálogo de lo que no se debe hacer ante una catástrofe nuclear: primero, dejarse llevar por el pánico; segundo, perder el tiempo en nimiedades. Lo primero que hace el muchacho es ir en busca de su chica, una de esas preciosidades capaces de que se les perdone torpeza tras torpeza. Su intención es salir de la ciudad de inmediato antes de que se extienda la noticia de la inminente catástrofe nuclear. Todo, en un ambiente de caos sólo comparable con el nivel de radiación desencadenado por Chernobyl, rodado cámara al hombro y con la inmediatez de quien parece realmente saber por dónde salir de ahí.

En primera persona También ayer, la directora catalana Isabel Coixet estrenó en la Berlinale un documental-entrevista con Baltasar Garzón, que desnuda al polémico juez y le permite defenderse por los tres casos abiertos en su contra. Escuchando al juez Garzón recoge 87 minutos en blanco y negro de una entrevista de seis horas en la que el magistrado aborda las imputaciones en su contra, así como sus orígenes, el proceso de extradición de Augusto Pinochet, el terrorismo de ETA, la Operación Nécora y la corrupción en España. El documental, realizado de manera sencilla -una mesa, dos vasos de agua y dos cámaras-, busca que el espectador se centre en el discurso del juez, que fluye gracias a las preguntas abiertas del entrevistador, Manuel Rivas. "Hice este documental porque cada día me indignaba cuando leía estas noticias (sobre los casos contra Garzón), porque en España necesitamos gente como él, porque creo que es inocente, y porque soy una persona impulsiva y sentí que necesitaba que Garzón fuera escuchado", aseguró Coixet en el coloquio tras la proyección.