Un grupo de músicos con ganas de tocar por el mero hecho de pasárselo en grande improvisando, picarse entre ellos y jugar para ver qué pueden inventar. Todo sin que medie ensayo previo, partiendo en ocasiones de temas básicos ya existentes pero también de música que no está escrita. A grandes rasgos, eso es una jam session, es decir, una locura creativa que se produce aquí y ahora, sin que pueda volver a reproducirse al 100%. Se realizan cada día en todo el planeta y las hay que con el paso del tiempo se han convertido en míticas. Algunas han servido para descubrir a grandes artistas. Otras, para ver juntos a intérpretes que no se reunirían de otra manera, salvo con dinero de por medio. La mayoría son una buena excusa para disfrutar de los cantantes e instrumentistas sin los límites habituales de su repertorio y su estilo. Todas son diferentes, pero como las que se producen en Gasteiz... esas son de otro mundo.
Nacieron en 2004. Y fue casi por casualidad. Raúl Romo e Iván Pacheco reunieron a un grupo de amigos y conocidos en el Cairo Stereoclub justo coincidiendo con el cumpleaños del hermano del guitarrista. Había un montón de comida, la música y la gastronomía se juntaron, los participantes se lo pasaron en grande, se hicieron unas cuantas diabluras sobre el escenario... y así nacieron las Pintxo Jam Session Canalla.
"Lo de los pintxos, parece que es el reclamo principal y la verdad es que es casi una anécdota. Lo divertido es ver cómo un montón de músicos se ponen de acuerdo en cosas que parecen imposibles" describe Romo. Su último encuentro, el que hace ya el número 27, se produjo el pasado viernes en el Gora Taberna, su nueva sede después de haber pasado también por el Jardín de Falerina. "Al principio, quedábamos una vez al mes, pero terminó siendo un poco locura porque se perdía la frescura. Ahora hacemos como cuatro o cinco al año y llega el momento en que lo echamos de menos", apunta el saxofonista.
La verdad es que la teoría de estas citas es sencilla. En cuanto a los pintxos, suele haber de todo, aunque desaparecen con cierta rapidez. En lo que se refiere a la música, sólo se trata de juntar a unos cuantos interesados, subirles al escenario (donde ya se encuentran con un set montado) y dejarles vía libre para que caminen por el jazz, el hip hop, el funky, el blues, el rock, el latin... hasta bertsos hay en algunas ocasiones. La libertad es absoluta. Y en lo que concierne al público... bueno, con disfrutar ya tiene suficiente. Sin embargo, la práctica es un poco más complicada.
Y es que tomar parte en estos ejercicios de improvisación con aderezo gastronómico es como andar por la cuerda floja sin red y rodeado de compañeros que bien pueden ser unos auténticos desconocidos con los que hay que montar un número que a duras penas se sabe cómo va a empezar y del que no se tiene ni idea de cómo puede terminar.
"A los músicos que no hayan venido nunca les diría que es una oportunidad para dar rienda suelta a sus más oscuros deseos musicales. No tenemos ningún límite en cuanto a estilo ni dificultad. Ha participado desde gente con mucho prestigio hasta estudiantes que llevan poco tiempo tocando. Es una oportunidad de conocer a otros músicos y de que pasen cosas que no suceden en los conciertos, donde preparas un repertorio y no te atreves a salirte de ahí porque la estructura de cada tema te obliga. A veces es un disparate, incluso un desastre y tenemos que parar y reírnos. Pero otras también salen cosas increíbles que te motivan", describe Romo a la hora de explicar qué son estas jam con apellido de canallas. "Somos bastante sinvergüenzas", ríe.
Pero no son sólo citas para los que están sobre las tablas. También para los que están al otro lado. "En cuanto al público, creo que la gente alucina en cuanto entiende qué está pasando, es decir, cuando se da cuenta de que muchos de los músicos nunca han tocado juntos, que vienen intérpretes incluso desde fuera de Álava... La verdad es que se genera un ambiente muy especial", apunta.
Imprevistos, locura, magia No hay una sesión igual a la otra. Es imposible. "Nunca sabemos quién va a venir", dice Romo. Por ejemplo, el pasado viernes le llegó el aviso de un intérprete de Santander que venía a Gasteiz con el único objetivo de tocar esa noche. En otras ocasiones han venido de Gipuzkoa o Bizkaia, o de... "Alucinamos con que alguien se meta un montón de kilómetros para acudir a lo que nosotros montamos, es algo que da responsabilidad", comenta.
Eso sí, eso tampoco es una garantía. Hace siete días, media hora antes de comenzar todo, Romo y Pacheco no sabían si iba a aparecer algún batería. "Esa es la razón de ser de las pintxo jam, que sean un disparate que nos sorprendan. Si supiéramos qué va a pasar, no las haríamos", dice el saxofonista.
Ha habido sesiones de hasta cuatro horas. Al principio, cuando se daban los primeros pasos en 2004, los músicos estaban un poco cohibidos, como temerosos de meter la pata. Pero con el sentido del ridículo vencido, las cosas empezaron a ir pronto sobre ruedas. Sobre el escenario se habla mucho para que los músicos sepan por dónde ir, aunque a veces, con la música a tope, se producen divertidas confusiones. También las miradas hablan.
No hay una dinámica de cuánto tiene que estar cada intérprete sobre las tablas. Se intenta que haya una rotación, algo a lo que también ayuda la actitud respetuosa de los propios participantes. Tampoco hay un orden marcado con anterioridad.
"No solemos tocar temas concretos. Nos guiamos más por tonos. Vamos a tocar en sol menor y a partir de ahí que se salve quien pueda. A veces hay cambios de tono, así a lo bruto y sobre la marcha se va montando la estructura. Eso da mucha libertad. Es muy fácil empezar pero los problemas suelen venir cuando hay que terminar. Eso viene por la experiencia de los que están sobre el escenario. Si ya tienen algo de camino, con unas miradas sabes cuándo concluir. La mayor parte de las veces optamos por un fade out, es decir, bajando el volumen poco a poco. Hay ocasiones en que es un desastre, pero de los desastres puede salir algo bonito", describe Romo, firme defensor de que de los errores no sólo se aprende, sino que pueden ser la base de algo interesante.
Hay veces en las que las cosas no salen bien. Pero ahí está la sonrisa para arreglarlo todo. Se vuelve a comenzar y punto. Pero también hay muchas otras ocasiones en las que lo que suena es incluso mucho mejor de lo que cabría esperar, temas que no se graban. No registrarlos es una pena, dice Romo, pero también, como él mismo describe, ahí esta la belleza de estas citas. No hay dos pintxos iguales. Tampoco dos jam.