no hay situación más chunga y delicada en la profesión del entrevistador que aquella en la que el entrevistado domina la situación, pone en aprietos al periodista volteándole en las contestaciones, poniendo en jaque la idoneidad de las preguntas y dudando de su profesionalidad al cuestionar honor y trayectoria. Esto ocurrió el pasado sábado en el programa La Noria de T5, fagocitadora de Cuatro e imperio mediático Polanco, hoy en manos ajenas. La productora de dicho espacio pactó con Emilio Rodríguez Menéndez temas y periodistas para una entrevista en directo desde su refugio bonaerense. Jordi González, Pepe Calabuig y María Antonia Iglesias (¿quien te ha engañado Iglesias del alma, metida en estos pantanos de putrefactas aguas?) se enfrentaban al festín periodístico de una entrevista en directo con E. Rodríguez Menéndez, marginal personaje de bajos fondos, cloacas policiales y casos judiciales de ladrones, atacadores y asesinos bañados por el escándalo y la polémica y que se suponía acabaría en linchamiento del esperpéntico abogado. Los tres espadas de la telepasta se las prometían muy felices despellejando al abogado pendiente de la justicia argentina y sometido al bombardeo de tres pesos pesados del periodismo contemporáneo. El abogado dio una lección de astucia y temple al no dejarse apabullar por las acusaciones, presiones y denuncias lanzadas por la triada ridiculizada en la cita televisiva. No hay mayor riesgo para un entrevistador que terminar dominado por el entrevistado, que determina los ritmos de la conversación, calado de las respuestas y validez de las preguntas. El trío de preguntones se quedó sin sitio ni papel en el control de la cita informativa. Los periodistas de relumbrón salieron empequeñecidos por el hacer del escapado al que tropezarán en sus sueños más agitados durante tiempo. No se puede vestir el oso, antes de cazarlo.
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