El telón siempre vuelve a subir. Es la esencia de esa boca, de ese proscenio que, como las dos máscaras que simbolizan el equilibrio teatral -comedia/tragedia-, vive en ciclotímica evolución, reflejando en su espejo los sentimientos que despierta en el espectador. El 22 de julio nos dejaba Félix González Petite, una de las figuras clave de las tablas alavesas. La máscara trazaba su peor mueca. Casi cuatro meses después, la emoción convoca al otro platillo de la balanza, y lo llenará mañana de amigos en el homenaje que Vitoria y el mundo de la farándula -esa que bautizó a una de sus compañías más conocidas- le rendirá mañana en el Teatro Principal.
Sincero hasta la última consecuencia, adicto a la libertad, trabajador, vanguardista, luchador, comprometido, auténtico... Son algunas de las claves que abren la puerta al camerino de Félix Petite, pieza clave para entender los orígenes del teatro que hoy se programa en Vitoria. Lo devoró. Lo practicó. Lo escribió. Lo programó. Nunca se encontró con la cuarta pared. Transitaba naturalmente entre los dos mundos, entre realidad y ficción, dudando a menudo cuál era el suyo.
Enrike Ruiz de Gordoa, actual asesor cultural de la alcaldía, se encontró con él en ese limbo, cuando Petite dirigía "el primer grupo de teatro de vanguardia que rompía en Vitoria". La agrupación de cámara Manuel Iradier ponía en escena La curva en el Teatro de los Jesuitas de Jesús Obrero. "Visionario" es el primer adjetivo que asalta a Enrike al rememorar a Félix, al volver a sentir la electricidad de unos años convulsos donde se programaba a las compañías más vanguardistas... ¡En las tablas de Marianistas!
"Era un agitador y un revolucionario en una ciudad en la que el teatro estaba vinculado a las compañías de las giras de verano", el habitante de un espacio "por delante de la avanzadilla" en el que se abría paso a golpe de seductora inteligencia. "Tenía mucha habilidad para presentarse ante Información y Turismo, que era la que daba la autorización para las obras... Pero, a la vez, nunca se olvidó de la gente a la que le podía seguir gustando lo comercial, aunque no era un teatro que a él le emocionara".
En su recuerdo, el Félix "lector voraz" -una afición poco común- que, "cuando pusimos en marcha la red municipal de bibliotecas decía no os olvidéis el teatro". O la ocasión en que Enrike le invitó -luego llegaron más- a acercarse al colegio Samaniego para comprobar el plausible trabajo que se realizaba en el
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centro -dentro incluso del programa reglado- en pos de la escena. "Se sentó en un pupitre de la sala de expresión dramática y parecía un alumno más... ¡pero con barba! Al mirarle a los ojos yo le oía pensar creo que he encontrado a otro loco que cree en el teatro". Más tarde, tras la clase, Félix insistió: "Ya era hora de que se hiciera algo más que la típica función de fin de curso para que babeen los padres...". Años más tarde, apuntó su propia frase: "...Y eso que yo no puedo abstenerme de babear al ver a mis hijos actuando".
Con la familia de Félix compartió muchos y buenos momentos el gestor teatral Manu Aguilar, que en el 75 -se conocían desde unos años antes- recibía la propuesta de Félix de colaborar en la puesta en marcha del Festival Internacional de Teatro, cerrando el trío Jesús López de Quintana. Por entonces, el certamen ocupaba "siete días, y continuos" y buscaba convertirse en un encuentro "de nuevas características, con otros lenguajes" ajenos a lo imperante, con un Félix "como siempre intentando trapasar los límites de la censura".
Como tantos otros, Manu -en Vitoria y desde Madrid- vivió grandes discusiones con Félix. Estos encontronazos se repiten como un leit motiv a lo largo de su trayectoria, siempre enraizados en su inquebrantable opinión. "Admiraba a Félix, con el que tenía broncas continuas y un afecto tremendo. Era un espíritu libre y abierto, antidogmático y siempre dispuesto a echar una mano". Y Manu aún recuerda el olor de las chuletillas de cordero de aquellas reuniones familiares...
Concha Bustos recuerda más -también en familia, con Conchi- "tomar un vinito con ellos en Donosti". Fue precisamente allí, en el año 70, donde esta productora y distribuidora le conoció, dentro del Festival Cero, "el primero internacional de la península". Félix -"ya había oído hablar de él"- interpretaba una obra de Paco Nieva en la Abadía de San Telmo. Tres años después, su contacto sería mucho más fluido a raíz de la labor de Petite en la cooperativa Denok.
Para Concha, Félix era "dignidad, con unas convicciones muy potentes y coherentes". Para muestra, un botón. "Era de los pocos programadores que se veía todos los espectáculos. Nunca hablaba de uno sin haberlo visto, y por eso viajaba mucho; el primero que daba ejemplo era él", recuerda Concha, que no puede evitar emocionarse al recordar el tesón con el que combinó esa pasión con sus perpetuos problemas físicos. "Lo tenía todo en contra y siempre estaba al pie del cañón, me impresionaba. No queda gente como Félix". Y... sí, Concha también tuvo su gran bronca con él, a raíz de posponer la gira de El verdugo. Recuerda todavía anonadada la trifulca, con la risa -esa de la máscara del teatro- a punto de aflorar. "Para mí Vitoria es Félix".
Félix actor. Félix programador. Julio Perugorría lo conoció en el primer rol -rol hecho de roles-, cuando actuaba en La Farándula. Y profundizó en su relación con él en su segunda faceta, que bebía de la primera, que se beneficiaba de "haber estado al otro lado de la mesa". Felix tenía siempre su propia opinión. Como todo el mundo, claro. Pero él jamás la ocultaba. Esa independencia se reflejaba en muchos detalles. "Por ejemplo, cada vez que iba a Madrid para ver algo que le interesaba no pedía un pase, él pagaba su propia entrada".
Julio compartió muchas con horas con él. "Hemos viajado juntos a ferias, la he vendido espectáculos, he estado con él viendo muchas obras". Y hay una frase de él "que la digo siempre", recuerda, sin poder evitar la risa. "Yendo una vez a la Feria de Huesca, al pasar por el pantano de Yesa, alguien en el coche dijo Hostia, un buitre, qué bonito. Y Félix saltó, con esa voz lenta y esa sorna suya: ¡Mecagüendios, cómo va a ser bonito un buitre!".
Otro que gasta cuerdas vocales profundas -"los dos hemos tenido la voz un poco cazallera"- es el actor Rafa Martín, que conoció a Félix en unos encuentros del gremio en Vigo, "aunque ya sabía que existía La Farándula". Rafa llegó a Vitoria en el 78, y coincidió con un Petite "pionero, maestro, muy cariñoso y divertido" en la Cooperativa Denok y el Taller de Artes Escénicas. "Fue un luchador, en muchos aspectos, tanto personales como profesionales. Para que existan un festival, una escuela, algunas compañías, ha habido siempre emprendedores como Félix".
Nunca coincidieron juntos en escena. Pero Rafa compartió con él un momento mejor, entre bambalinas, en la pieza El rayo colgado -sí, la de Nieva-, en la que "hice su personaje durante un par de funciones". Lejos de abstraerse del trabajo, Petite mantuvo con Rafa varias conversaciones sobre el personaje. "Es raro que alguien a quien sustituyes se preste a colaborar", afirma el actor madrileño, que se queda con lo personal sobre lo profesional. con ese "vivir sin molestar como norma" de Félix, con "muchas copas y paquetes de Ducados" que crearon nebulosas de conversación.
Incide en esa virtud de institucionalizar, de "incrementar la densidad asociativa" de la profesión, su compañero en La Esquina Norte -red de teatros septentrionales- Gonzalo Centeno, el que fuera programador del Teatro Barakaldo. "Le conocí cuando me incorporé a la red española de teatros, en el 91", rememora, coincidiendo con Rafa en colocar por encima del trabajo la amistad. "Éramos pareja de hecho teatral", apunta, como otro de los que gozó del experto copiloto de viaje, del culto compañero de butaca de sala.
"Es de los que estará siempre en los titulares por derecho propio", asegura Gonzalo, destacando de Félix "la visión que tuvo de la jugada para apostar por esas nuevas estructuras". Y profundiza, un poco más, en otra vertiente de sus célebres cabreos. La del programador-espectador. "Los agarraba cuando lo que veía no le gustaba, porque sabía que la gente se esforzaba, que muchas compañías se habían dejado la hipoteca de casa y la herencia de la abuela para hacer una obra, porque venía de la base y había hecho de todo en la vida teatral". A Gonzalo le ha enriquecido convivir con Félix. "He aprendido mucho de él, he aprendido a trabajar". E insiste. "Sobre todo éramos amigos".
También se cuenta como tal Mikel Gómez de Segura, uno de los que prepara el homenaje que mañana le rinde Gasteiz. Mikel empezó con la danza en Vitoria, con Traspasos, y recuerda -en los años de explosión creativa- la híbrida pieza ¿Sueño solo?, en las tablas que acogían los actuales Guridi. En el montaje se fusionaban actores, bailarines y músicos, desde La Polla Records hasta Hertzainak. "Era una apuesta que no tenía ningún viso de salida, de altísimo riesgo; estaba clarísimo que era una locura absoluta".
Una locura que salió adelante. Y que llevó a muchas otras de Traspasos, siempre con Félix cerca. Locuras como Demasiado humano. Mikel recuerda cómo pasó el texto a Félix. Al Felix que, poco a poco, obligado por los rigores de la enfermedad, se alejaba del teatro, pero no podía evitar sentir el aguijón que tantas veces le había picado. "Me dijo que qué pena, que él hubiera sido el Nietzsche perfecto", recuerda Mikel. "Félix siempre se ha tenido que proteger, tuvo que construirse un escudo protector, pero si mirabas detrás de sus ojos -y éramos pocos los que mirábamos- siempre había un gran niño".
¿Lo adivinan? "Discutíamos cien veces, pero siempre por exceso de celo". Pero el programador también se desbordó una vez por el otro lado. Un momento mágico en el que el niño, el actor, tomó las riendas de nuevo por un instante, en aquel salto al vacío que fue ¿Sueño solo?. "Al final de la obra estábamos Karra Elejalde y yo en escena, haciendo una hoguera, y Félix, el que era el programador... ¡salió al escenario! ¡Salió al escenario, nos agarró y se puso con nosotros junto al fuego!".
Karra Elejalde estudiaba en Jesús Obrero. Allí impartía clase un profesor de Literatura, El Harinas, que le inculcó la pasión por leer, la pasión por crear. El niño Karra despertando al intérprete, también niño. "Un día El Harinas me dijo tienes que irte a donde La Farándula -donde está ahora el Parlamento- y le pides a Petite unas obras, unos libros para mí. Recuerdo la entrada cochambrosa y que me encontré con un hombre con una voz cavernosa, pequeño, con gafas ahumadas, botas camperas, barbas, y que me llenó de libros. Toma, llévale esto. Y no me dijo muchas más cosas. Aquello me impactó".
Nunca olvidará esa imagen. Ni tampoco la de ese mismo hombre interpretando a un señor enfermo en "creo que El horroroso crimen de Peñacerrada", apuesta Karra. "Me enamoré totalmente del teatro", confiesa. "Luego lo he tenido que sufrir muchas veces, porque como crítico era cañero, bastante despiadado. Era un tío muy noble y siempre iba de frente". El escalpelo analítico del Félix columnista, eso sí, cambió con el tiempo con un Karra más curtido, "cuando volví de Barcelona y ya me había hecho monologuista". Para Karra ha sido "vital en la escena cultural de Vitoria; es increíble lo que él ha hecho por la ciudad". La ciudad que alguna vez pasearon de madrugada, tras unas copas, embebidos de la improvisación que leían en efímero libreto.
La relación de Javier Alkorta, Txortas, y Félix no empezó como bikote. "Sabía de Félix como personaje público desde antes, y había visto cosas suyas con La Farándula, pero entré en Denok después de que él se marchara". Después, como otros muchos, compartió coche con él para comprobar in situ, entre otros, un montaje muy especial. Accions, primer gran trabajo de La Fura dels Bauls, que se representó en el antiguo matadero, actual centro cívico Iparralde. "Fue muy intenso montarlo, había que habilitar un espacio en ruinas para trescientas personas".
Para Txortas, Félix fue "espoleta", detonante con continuidad de una época que necesitaba de figuras como la suya. "No sé lo que hubiera pasado de no estar él ahí... pero estaba. Fue un revulsivo en un momento con mucha inquietud y muchas ganas soterradas".
Para otro recuerdo, el personal, quedan dos imágenes. La primera -con su "gran capacidad interpretativa"- la de Félix "saliendo de la barquillera en El rayo colgado de Nieva, diciendo aquello de misterio, misterio...". La segunda, en aquellos viajes a Madrid en busca de carne de programación. "No habíamos cogido sitio para dormir y fuimos a buscar una pensión a las tantas de la mañana. Acabamos compartiendo una cama de matrimonio. Félix dormía muy poco. Cuando no lo hacía, daba vueltas. Pero cuando dormía... ¡roncaba!". La voz cazallera que compartía con Martín también le acompañaba en sueños.
Cuando Carmen San Esteban "era una jovencita que empezaba a dedicarme a esto", se reunió con Félix para llevarle unos papeles. Le impresionó. "Tú eras una niña y aquel señor que sabía tanto de teatro...". Con el tiempo, aunque la relación no se hizo mucho más estrecha, se convirtió en una de los tantos interlocutores que pasaban por su despacho, que compartían con él una charla ante un vino del mediodía. "Aunque no hablábamos mucho, las opiniones coincidían, estábamos en la misma onda". La actriz destaca "su carácter, su compromiso político y con el teatro, que hicieron que tengamos la ciudad que tenemos". Su apuesta por otro tipo de montajes...
Es exactamente lo que comenzó a facturar con su potente entrada al mundo del teatro la extinguida compañía Sobradun. "Tengo muy buen recuerdo de él", asegura Gorka Aginagalde, "cuando lo conocí estaba en Cultura del Ayuntamiento y fue el primero que confió en nosotros". En la sección off del festival, en el Beñat Etxepare construido sobre aquel matadero que conquistó La Fura, Sobradun ofreció su primer pase. "Y se quedó mucha gente fuera. Luego fuimos al Principal".
Gorka recuerda todavía la primera cita en Villa Suso. "Íbamos Ion (Gabella) y yo con toda la energía, con muchas ganas pero ni puta idea de lo de aquí o lo de allí, y él nos echó un cable". A Gorka le emerge una risa tierna. "Luego he sabido que a él no le gustaba mucho el teatro que hacíamos, pero siempre hablaba bien de nosotros".
Su pequeño rincón personal... los encuentros por la calle con Félix. Hay gente que saluda y sigue camino, pero Petite siempre se paraba. "Hombre, chavalote...", imita Gorka, cavernoso. "Siempre nos tirábamos diez minutos hablando. Pues ahora vienen unos franceses que tienes que ir a verlos...". Y aquellas coincidencias a la entrada o a la salida de alguna obra de teatro, al que Gorka -actor, pero también espectador- se escapa siempre que puede. "Le encantaban las conversaciones".
Otro proyecto por el que apostó Félix fue el ahora instaurado Magialdia, que le rindió un pequeño tributo en su última edición. "Le conocí cuando él estaba de director de La Farándula", apunta el portavoz del festival, Patxi Viribay, "pero empecé a tener relación con él cuando empezamos a organizar Magialdia. Félix creyó en lo que entonces era una idea muy modesta, y la impulsó desde sus oportunidades. Nos ayudó una barbaridad".
A Patxi le viene a la cabeza un momento especial. "En cierta ocasión, nos propuso el reto, el compromiso -para bien- de hacer un espectáculo de una hora a los magos de Vitoria, dentro de la programación infantil". Un reto ambicioso, por entonces, para un proyecto en ciernes. Pero a la par un acicate que resolvieron y del que aprendieron. "Tenía más confianza en nuestras capacidades que nosotros mismos".
Patxi no usa trucos para definir a Petite. "Era un hombre bueno, como decía Unamuno. Muy serio. Y sin paciencia, no soportaba a los idiotas. Un hombre tremendamente culto que conocía muy bien el medio". Le queda la espina de un homenaje en vida, que siempre barajaron realizar los integrantes de Magialdia, pero nunca llegó a ser. "Estaremos siempre en deuda...".
También lo estarán muchos grupos estatales -e internacionales- por los que Félix apostó sin dudarlo. Eso sí, una vez vistos sus montajes. "Guardamos un gran recuerdo de él, porque era el primer año de Accions, en el 84, y fue de la primera gente que apostó por nosotros, tras Granada y Madrid", rememora Álex Ollé, director artístico de La Fura dels Baus. Como el experimental y siempre transgresor grupo catalán, cientos de grupos pasaron por Vitoria de la mano de Petite, para mostrar un teatro nuevo, insólito. La vanguardia. Alex recuerda cómo Félix viajó a Barcelona a ver la obra. "Hay que lamentar una gran perdida, era de ese tipo de gente que, más que programadores, son agitadores culturales".
Marta Monfort es la heredera del trabajo de Félix. Llegó de Montehermoso para tomar su relevo al frente de la programación teatral municipal. "Me sentía como una advenediza... pero yo no le sustituí, porque es insustituible". Se encontró con él en el Ayuntamiento, en una reunión que completaba la por entonces responsable de Cultura Encina Serrano y, desde entonces, comenzó entre ambos un contacto directo. "Me trató con mucho respeto y cariño y me presentó a los compañeros de La Esquina Norte", una suerte de "mancomuna de sensibilidades comunes" que avala la calidad del teatro que se programa en buena parte de la zona norte.
"Félix dejó aquí un equipo humano maravilloso... Y también el público", completa Marta, haciendo hincapié en esa labor educativa del espectador. Recuerda aquel viaje al Palacio de Festivales de Santander, "un día horrible, que llovía, para ver Madame Butterfly, de Linsay Kemp". Y al hombre que siempre le inspiraba una profunda ternura. Al hombre "que vivía por y para el teatro, siempre muy implicado. Todo el mundo le conoce, todo el mundo nos está llamando...".
El homenaje es el que llama ahora a las puertas del Teatro Principal. Visto lo visto, probablemente a Félix la cosa podría levantarle uno de sus sempiternos cabreos. Pero sólo sería una furia inicial. Seguro que ver a tantos amigos juntos, a tantos hermanos de bambalinas de la mano, compensaba de sobra el ejercer de protagonista sin saberse una sola línea del libreto.
Probablemente se acercaría el último, repasando sin querer un diálogo predilecto, una frase con la que levantar, mordaz, la sonrisa cómplice de todos. Sin necesidad de micrófono, claro. Quizás un pasaje de alguna de aquellas novelas iniciáticas que devoró de pequeño, cuando la enfermedad le encamó y llenó las sábanas de imaginación. Quizás de alguna de las primeras obras con regusto a libertad -Brecht, Williams, Camus, Gracía Lorca, Aub, Sastre...- que forjaron al joven que nunca dejó de serlo, con permiso del niño que siempre habitaba lo más profundo de sus ojos.
Quizás de alguna de las miles de obras que vio, henchido de teatro, ciego de telón, envenenado de creación... Acomodado en esa realidad acogedora de la ficción que le ofrecíeron miles de butacas. Siempre la misma y primera butaca.
Probablemente le gustaría ir encontrándose, poco a poco, con fieles compañeros de ilusiones, con irredentos y coherentes programadores, con directores siempre prestos a un nuevo juego escénico, con actores que, como él, sólo saben vivir en muchas vidas.
Y por eso, probablemente, mañana se pase por el Principal. Porque dicen que van a pasar una obra de lo más vanguardista. Innovadora como pocas. Se llama Una hora con Félix y el elenco quita el hipo a cualquier apuntador. Dicen que se pasarán por allí la máscara de la risa. Y también la del llanto. Y que el telón volverá una vez más a subir. Hay un tal Petite que debe ser un actor en estado puro. Puro teatro, claro.