bilbao. Si con la violencia y los valores de jerarquías los censores se mostraban inflexibles, la sexualidad era inexistente ya que de eso no se podía hablar ni por asomo. Con la religión no se jugaba. De ello se encargaba el dominico Vázquez. "Un ejemplo: a partir del 1962, poco después de su publicación, 13, Rue del Percebe, la historieta de Ibáñez sobre un edificio de apartamentos, prescindió de uno de sus inquilinos: una suerte de doctor Frankenstein capaz de dar vida a sus propias criaturas, algo reservado sólo a Dios. El piso lo ocupó después un sastre, una figura mucho más terrenal y que no hacia la competencia a Dios, faltaría más", dice el autor.

Por ejemplo, sin violencia ni armas ni aventuras, El Capitán Trueno perdió su sentido. Una historia (de las más conocidas del héroe medieval) le llevó a conocer a unas vikingas, una de las cuales se enamoró del testarudo Goliath. "Pero a la censura le pareció un exceso de erotismo y lascivia, y conminó a que las vikingas se conviertieran en vikingos. Quitaron el erotismo, pero dieron con la homosexualidad: ¡Hay un vikingo que persigue a Goliath!", comenta Sanchis.

El recuerdo, bendito souvenir, hace brotar sonrisas, pero esta censura amargó en el pasado a centenares de artistas.