jULIAN Assange es un periodista australiano que se ha tomado muy a pecho lo de la libertad de información, el derecho social a saber la verdad de lo que ocurre, sobre todo si están por medio las instituciones políticas, y que ha tenido la valentía/osadía de colgar en su directorio Wikileaks la friolera de 400.000 documentos propiedad del Departamento de Defensa estadounidense, el temido y poderoso Pentágono, gracias a la filtración de un soldadito que horrorizado por la magnitud de las mentiras y ocultaciones decidió tirar de la manta y ponerse en contacto con la ventana de Internet especializada en admitir documentos de esta naturaleza, para fracturar, disminuir o templar el afán mentiroso y ocultacionismo que priva en cualquiera de los cientos de gobiernos que en el mundo son. Cierto es que frente a esta dinámica de tapar, manipular y manejar las informaciones reales y verdaderas siempre se ha producido el fenómeno de la filtración, que de alguna manera vuelve a equilibrar el medio ambiente de la información y se restituye el necesario equilibrio ecológico de la libertad de expresión. Es sabido que información y guerra se llevan mal y que aquélla es la primera víctima de ésta, porque la información se convierte en arsenal de munición para la guerra global. En los últimos cincuenta años, la historia del periodismo mundial reseña una serie de filtraciones que en ocasiones hasta cambiaron el rumbo de la historia como fue en el caso Watergate y que en el presente de la guerra de Irak está poniendo en aprietos a los gobiernos participantes en la guerra de Irak. Las instancias oficiales defiende el secretismo por el valor estratégico de la información, el valor del silencio en cuestiones estratégicas o tácticas. Afortunadamente, siempre estará la filtración para romper este muro de silencio que ampara impunidad, crimen y tortura. Y si no, miren wikileaks.org.
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