Ha escuchado, ha tocado y ha estado en contacto con mucha música. Y muy variada. A la hora de componer, ¿qué es lo que sale? Porque en ese instante personal puede aparecer algo totalmente distinto.
Yo trabajo la escucha interior, y eso para mí es partir del silencio. El silencio es como el vacío. A partir de ahí dejo que vengan imágenes. También vienen sonidos, melodías. Y suelo estar en el piano, buscando, encontrando eso que estoy oyendo dentro. Ese es el punto de partida. A partir de ahí desarrollo, elaboro la pieza. Si hay letra, marca la música. Influencias... hay muchas. Desde la música clásica hasta la más contemporánea, como Ryuichi Sakamoto, que es uno de mis compositores favoritos de cine. Y como pianista. Y, en el jazz, mucha gente. Bill Evans, Horace Silver... Influencias hay de muchos estilos, pero yo parto del cero, del vacío, porque ya está todo ahí. Se trata de escuchar, de dejar que aflore. Pero hace falta práctica. Es como quien va a correr un maratón. Tiene que estar entrenando unos cuantos días antes.
¿Tiene una dinámica horaria? Mañanas, noches, mediodías...
Me levanto temprano y todos los días comienzo con alguna idea, que puede estar aplicada a algún proyecto en concreto. Pero a veces no hay encargo, y entonces suelo hacer cosas al piano, cojo ideas, giros, motivos, y los suelo apuntar. Y luego hago mucho trabajo en torno a la improvisación con los combos. En realidad, ¿la improvisación qué es? Una composición instantánea, sin goma de borrar ni lápiz. Se compone sobre el papel. La improvisación es lanzarlo, espontáneamente.
Casi es la composición misma...
Para mí es la composición, lo que pasa es que no queda escrito en el papel. Puedes grabar, pero es totalmente espontáneo, del momento.
¿Le llegan ideas, por ejemplo, andando por la calle?
Sí, a mí el movimiento me sugiere mucho. Los viajes... El caminar, cualquier estímulo, ver algo distinto, o algún día que escuchas algo que te inspira, que puede ser una frase o una melodía.
Recomiendan el movimiento para la gente mayor; no hay que perderlo en ninguna época de la vida...
La cuestión es no parar. Porque nuestro organismo, si lo aletargas, cada vez se va a parar más. Un niño necesita movimiento, fuerza, quemar toda esa energía. Pues a partir de una edad es lo mismo, pero todo lo contrario. Potenciar esa fuerza, esa energía. Y activarla.
En ese sentido somos como máquinas. Si no les das uso, acabarán por estropearse.
Algo parecido. El cerebro... El que quiera escribir tendrá que leer, que entrenarse previamente. El que quiera tocar un concierto tendrá que ejercitar dedos.
No es tan importante que el dedo sea magnífico, sino tenerlo ágil...
Tenerlo entrenado.
¿Y cómo cuida las manos? ¿Algún método especial?
El mejor, tocar. Hombre, coger pesos no es nada bueno. Aunque veces toca cargar, porque tienes que llevar un amplificador para alguna actuación. Y, siempre, tocar con conciencia. La postura, para cualquier instrumentista, es importante. Cuanto mejor colocado estés, más horas vas a poder tocar.
Pero supongo que a veces la intensidad rompe esas posturas...
(Risas) Sí, sí. Igual en clásico hay unas posturas más aplicadas. En moderno hay más movimiento, es más informal. De cualquier modo, cuando un batería está bien colocado y relajado, ves en sus brazos cómo toda la coordinación funciona. Cuando está agarrotado, lo primero que hace es subir hombros. Hay que tener cuidado con eso.
¿Y en el pianista dónde se nota?
En el piano muchas veces hay una postura demasiado curva de la espalda, que también es cargar de hombros, echar para adelante. Y eso, quieras que no... Es que hay que abrir del omoplato. No se toca con la punta del dedo, se está tocando desde el centro de la espalda. Tú imagínate un pájaro. No está volando con la punta del ala, está volando desde el centro. Pues el pianista básicamente es igual. La fuerza no viene de la punta del dedo, viene muchas veces del centro de la espalda. Es como el iceberg. Ves la punta, pero debajo hay una base supersólida. El punto de partida energético viene de la espalda.
¡Olvidemos entonces las manos!
(Risas) La fuerza en nuestro organismo está en todas partes. Es pura energía, que está distribuida por igual. Y siempre somos capaces de recuperar la energía perdida a través del cansancio, de cualquier cosa. Si estamos conectados con esa energía en un concierto, vamos a poder permanecer mucho más tiempo. Y si estamos bien conectados con la música, con los que nos acompañan, es como un bucle. Más tocas, más te apetece seguir. La música carga de energía, para el que la escucha y para que la ejecuta también.
Hablaba antes de Sakamoto, de su música para cine. Usted estudió en Berklee (Boston) el mundo de las bandas sonoras, ¿verdad?
Me ha gustado siempre la época del cine mudo, que llevaba la música en directo. Allí tenía la suerte de que podía ir a ver a pianistas que tocaban en vivo acompañando la imagen. Yo veía que siempre que componía me decían qué música tan visual, parece música de cine. Era el feedback que recibía siempre. Y me dije ¿por qué no hago un disco inspirado en imágenes de todo lo que voy componiendo hasta ahora?. Inspirarme en las emociones, en la naturaleza. De ahí surgió. Música inspirada en imágenes, pero sin pantalla de cine. En Montehermoso hice un proyecto que era acompañar imágenes, un montaje de diez películas -El tercer hombre, El mago de Oz, Cantando bajo la lluvia...-. Estudié las bandas sonoras llevadas al piano -modulaciones como fundidos en negro- y enlacé todas las bandas sonoras en una sola. Eso me sirvió de inspiración. Si estoy tocando la música de ellos, ¿por qué no con mi historia personal?. Con mi guión. En realidad mi disco Dime está inspirado en un guión de emociones y naturaleza.
Pocas perspectivas del piano le quedan por visitar. Lo prueba todo.
Musicalmente me gusta abrir nuevos campos. Empecé más como músico clásico los estudios, pero luego enseguida vi que componer me permitía interpretar mis propias canciones. Lo cual no quita que esté encantada de que otros lo hagan. La música nosotros la escribimos de una manera, pero según se interpreta suena diferente. Lo último que he hecho es una composición para el dúo Ross&Kotetishvili. Interpretan músicas de Georgia, Cuba -son de allí- y me llamaron para el proyecto de aquí, para que les escribiera una pieza. Fue una suite inspirada en los planetas. Es un gusto que otros toquen al piano tus piezas, pero poderlas interpretar tú mismo... Salen del alma. Cuando las has escrito las tienes ya muy interiorizadas.
La memoria no es necesaria...
Los dedos tienen ya esa memoria, y emocionalmente... Lo que pasa es que una pieza escrita hace diez años entonces tenía una intención. Y estamos en continuo cambio. El agua que pasa por el río nunca es la misma. La intención se ha transformado. No se va a tocar igual.
Esa metáfora la utilizaba Aristarain en Roma
Incluso una gota del mar. En realidad, contiene toda la esencia del mar, todos los minerales. Es una gota, pero todo está en ella.
¿En qué anda ahora su río?
Tengo ganas de escribir algo... No lo he empezado, pero me apetece algo para cuerda y piano. E incorporar voz en algún tema. Lo tengo en mente, pero no he empezado.
La energía está ahí...
Sí, la energía está ahí. Quiero algo con cuerda, no tanto piano solo. Y Dime era más meditativo, de un carácter suave, de expansión, contracción. Ahora estoy en un ritmo más trepidante, me veo haciendo un disco más energético, con más ritmo, con más velocidad.
¡Vuelta a las Xoxonees!
(Risas) No, eso es agua pasada ya.