Una chica llega a Madrid para profundizar sus estudios de piano... ¡y se encuentra con la movida

Fui en el 83 con idea de seguir los estudios en el conservatorio. Seguí con el piano y allí conocí a un grupo de chicas que tocaban diferentes instrumentos y decidimos hacer un grupo, las Lunares. Estábamos metidos en plena movida y empezamos a trabajar como grupo de música soul, con cantante. En ese mismo tiempo conocí a dos chicas que venían de Nueva York, las Xoxonees, un grupo con el que ya nos afianzamos. Incluso grabamos con la CBS en el 89. Estuve con los dos grupos, tocando paralelamente hasta el 90, y mientras tanto terminé los estudios en el conser.

Un poco Jeckyll y Mr. Hyde, musicalmente hablando...

Era distinto. En Xoxonees había un nexo común entre todas, que había mucha frescura en lo que hacíamos, y Lunares era más elaborado, más trabajo de local de ensayo. Pero al final es todo música y, de hecho, como eran dos grupos femeninos, de los pocos que había en aquella época, muchas de Lunares pasaron a colaborar a Xoxonees. Estábamos bastante conectadas.

Por la noche con todas ellas y por la mañana... al conservatorio. A veces, en clase, le saldría una pieza de manera muy diferente...

Claro, era así, pero había que llevarlo todo. Luego terminé en el conservatorio y empecé con unas clases particulares de composición con un profesor que había venido de Berklee. Al mismo tiempo se abrió la escuela de música creativa, con Eric Herrera, el músico catalán que ha hecho el método de armonía de jazz. Abrió en Pozuelo la escuela, la primera del género, y ahí empecé con toda la música moderna, los estudios de jazz, de armonía... Hubo una transición entre terminar de tocar con los grupos más pop-soul, y empezar con la composición y la armonía de jazz. Esos dos años, 90 y 91, fue la transición que luego me llevó a Berklee, a Boston.

Supongo que esa época fue de una apertura musical increíble. ¿Qué música escuchaba antes?

Ya había escuchado de todo. Mi hermano mayor, Tomás, también es músico. Venía tocando desde hace muchos años, había formado grupo con Jorge Pardo, había estado en Berklee. Él volvía de Berklee en el 83, cuando yo iba a Madrid. Y allí convivimos un año. La influencia del jazz ha estado siempre en casa. Por aquel entonces, se diferenciaba mucho el jazz de la música clásica, porque parecía que eran dos mundos aparte. Cuando ahora se empieza a entender que no, que la música es una y que, de hecho, está mucho más interconectada de lo que creemos.

¿Con las Xoxonees qué proponían? ¿Esos shows incendiarios que nos podemos imaginar?

En realidad nosotras empezamos haciendo performance. Casi es que ni ensayábamos. No teníamos ni temas montados. Por ejemplo, hacíamos performance de instrumentos de percusión -que incluían instrumentos de cocina- acompañadas de un músico de Marruecos que era percusionista. Al final yo iba un poco de mujer orquesta, ambientaba con los teclados y ellas bailaban, hacían rap. Con lo cual ya empezamos a hacer flamenco rap...

¡Y antes del mestizaje

Exactamente, porque precisamente viniendo más de una educación clásica y de un grupo un poco más tradicional como era Lunares... Xoxones era teatro. Era puro teatro, danza... Yo no podía bailar mucho, porque estaba siempre con el teclado, pero el resto de las componentes bailaban, interpretaban mucho. Por supuesto había cambios de vestuario constantes... Y llevábamos dos chicos de gogos. Ellos bailaban. Nosotras chicas y ellos bailaban. Le dábamos ese toque distinto.

Creaban en libertad. Ahora ya se conoce el lenguaje de la performance, ya se sabe -o se intuye al menos- lo que se va a ver. Entonces era un espectáculo nuevo...

Muy nuevo. Rompía mucho. Realmente fue una explosión de creatividad, mucha frescura, mucho humor. En la música y en los temas.

Ahora, ¿qué le aporta dar clases?

Me gusta mucho el contacto humano, la empatía, lo que se puede aprender de los alumnos. Esa empatía implica que te pones en el lugar del otro. "¿Qué sabe y qué no?". En el momento en que te pones en su lugar tienes que abrir campo. Y mejorar en cosas, aprender uno mismo, reciclarse en cosas que estaban aprendidas pero un poco olvidadas. Es estar evolucionando. La enseñanza te hace mantenerte muy vivo. Y al ser grupal, hay que estar interactuando constantemente. Batería y bajo se tienen que entender bien. Guitarra, piano..., complementarse los cuatro. Mejorar el repertorio que tienes, pero ir a la vez ampliándolo. Es algo en lo que estás todo el rato en actividad.

Ser guía, pero participando. Juez y parte. Sugerir, pero a la vez mimetizarse con el combo...

En dos de los siete combos que tengo, toco con ellos. Y luego, a nivel de repertorio, yo propongo, pero los demás también traen todo lo que les apetezca montar. Lo ponemos en común y, si decidimos que sí, lo hacemos.

¿No hay censura?

No hay censura. Enseguida se ve por las caras (risas). Traigo este tema. Enseguida se ve (risas). Hacemos de todo. Trabajamos mucho los años cincuenta. Toda la etapa de Horace Silver, Cannonball Aderley... Fue un momento del jazz de mucha evolución, de reciclaje, de hacer resurgir la música funky, de volver a las raíces de blues, soul, gospel. Coincidimos en que nos gusta mucho ese momento.

¿Aplica fórmulas que le impartieron profesores o crea otras?

Eso siempre está, lo que pasa es que no hay reglas. Como cada alumno y cada grupo es un mundo, después de ocho años dando clases aquí ya sé mis necesidades, ya sé las de los demás, y ya he creado mi metodología. Pero todo lo pasado, el taller de músicos, el aula de música creativa, Berklee. Eso, claro, es un poso, una buena base donde apoyarse.

Pero, volviendo al comienzo -desembocando el río en el manantial-, ¿la composición es su rincón preferido de la música?

Pasé unos años más volcada en la composición. No tocaba tanto en grupo. Ahora, debido a la profesión de profesora, tengo que estar más al día del repertorio, estoy tocando con los alumnos. Y, realmente, disfruto mucho tocando. Son dos cosas distintas. Una, la interpretación, es más extrovertida, de tener que mostrarte en directo, mientras que la composición es un trabajo más de introspección, de ermitaño. Se complementan muy bien.