La magia ha vuelto a volatilizarse. No ha hecho falta ocultarla bajo una sábana o en el interior de una chistera. El tiempo, encargado de manejar todos y cada uno de los trucos, ha hecho su trabajo dejando caer las siete hojas del árbol del calendario, recordándonos, como cada año, que cuando acaba Magialdia empieza el otoño.
El último festival estival -tras Azkena Rock, Jazzaldia, Araia, FesTVal...- cede su turno a teatro y fotoperiodismo con un legado ojiplático, confirmando una vez más que Gasteiz le rinde pleitesía, que veintidós ediciones no se alcanzan por casualidad. Ahora que se ha colocado en primera línea es muy fácil aplaudirlo. Hubo algunos que creyeron en él desde el principio, uno de ellos Félix Petite, a quien Magialdia recordó en su cita grande, en su gala de escena.
El secreto quizás sea mirar los dos lados de la varita. No descuidar las dotes de levitación, pero siempre manteniendo los pies en el suelo. ¿Para qué mirar muy lejos si se puede empezar desde muy cerca? Mintxo, un artista de toda la vida, puede inaugurar los siete días de ilusiones con una óptica. Mikel Valverde, otro que baraja desde hace años viñetas creativas, puede cerrar el encuadre de la Virgen Blanca creando un naipe. Y un mago de aquí, de casa, como Txan puede encargarse de que el público más numeroso del festival, el de los escolares, ría y alucine a partes iguales saltándose una clase.
Pero si Magialdia se ha convertido en uno de los grandes de su género es por hacer confluir en medio de la diana de La Llanada a algunos de los mejores magos del mundo. René Lavand ejerció hace unos meses de aperitivo a la llegada masiva de esta semana. Los magos se encuentran de nuevo, se conocen, se corren sus juergas -son animales muy nocturnos- e incluso se van de compras al Ikea de los ilusionistas, una feria mágica, conferencias incluidas, donde llenar la chistera de piezas que luego han de montar. No sale tan barato, eso sí, como en la república independiente. Ni es tan... ¿sencillo de ensamblar?
Entre los foráneos, muchos han causado sensación. Johan Lorbeer, como no, empeñado en convertirse en salamandra de las fachadas vitorianas. Queda pendiente saber si su receta, en una próxima visita, volverá a epatar explorando una nueva extremidad -tras mano y culo, hagan sus apuestas- o si la repetición acabará por hastiar al personal. Estrenar en Gasteiz, de todos modos, un logro de Magialdia.
El que encogió las gargantas, de profesionales y aficionados, fue el coreano Hyun-Joon Kim, expendedor de naipes a ritmo de cartoon, bien acompañado por el humor sutil de Voronin o la espectacular -sobre todo su levitación- Galina. Otro que convocó muchedumbres fue William Easton y su magia personalizada. Aunque muchos no aguantaron la cola.
Otros que volvieron a triunfar fueron los escaparates mágicos, la iniciativa con label propio de Magialdia. Habrá que plantearse poner graderíos para próximos años, ante la capacidad de atracción de las doce lunas con sabor a escenario, que este año estrenaban premio.
El que se lleva el vigésimo segundo festival de magia es el de colarse una vez más por la mirilla de la ciudad, como un cuchillo que se introduce en la caja sin palpar carne humana. Porque deja huella en las miradas y, al salir, un pequeño vacío que sólo vuelve a llenarse al final del siguiente verano.