NO vamos a descubrir el Mediterráneo si afirmamos que publicidad y técnicas de venta se desarrollaron en EEUU, de forma vertiginosa a partir de la década de los sesenta, convirtiéndose en mecanismos fundamentales de la sociedad de libre mercado. Los economistas, psicólogos y profesionales de la comunicación desarrollaron técnicas para crear demandas, construir necesidades y atenderlas poniendo las bases de lo que conoceríamos años después como sociedad de consumo, en la que la publicidad y el marketing son claves para el éxito. Por ello, el saber venderse se convirtió en elemento fundamental del proceso económico y la serie Mad Men en su cuarta temporada es el ejemplo preclaro de un producto que trata de la venta y sus circunstancias; al mismo tiempo la serie es un ejemplo de saber venderse con pasmosa facilidad gracias a su cuidada estética recordando con acierto aquellos años y por saber combinar en los guiones, amor, decepción, dinero, orgullo, celos, decepción y soledad, un cóctel de emociones humanas servidas en una exigente interpretación de actores que nos reconstruyen los entresijos de una agencia de publicidad norteamericana que lo mismo vende pollos que coches, que cosméticos que trajes de baño. La trama se asienta en una poderosa documentación que recrea mobiliario, vestuario, estilos decorativos posteriores al final de la segunda guerra mundial. Rodada siempre en estudios, Lionsgate y AMC no tienen dinero para exteriores, la serie nos pone en situación gracias a los ambientes cuidados hasta el más mínimo detalle y personajes reales, próximos en sus experiencias a lo que nos ocurre, sintiéndonos cerca de sus maquinaciones, amoríos o fracasos de soledad o ambición. Matthew Weiner define su obra como una experiencia cinematográfica que no se espera de la televisión. Tiene algo que atrae y atrae porque sabe venderse plano a plano. La ficción hace de espejo de la vida y eso gusta.
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